miércoles, 13 de abril de 2022

LANCHAS DE SALVAMENTO DE GIJÓN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ( publicado en "La Nueva España", 5/02/2022)



En Radio Asturias, la de los Toyos Gallinal, en las noches de los

domingos, se oía un programa deportivo. Se escuchaban los “punterazos”

de Ricardo Vázquez Prada, el de Región y el de la Pola, con truenos y

centellas y como con corneta cuartelera. No sé si los “punterazos” salían

del “Oviedín” o del “yin”, o del “Oviedón” o del “yang” –siempre, por

supuesto, desde el alma-. La historia de Oviedo, civil o incivil, lo demostró;

fue dual, unas veces muy del “yin” y otras muy del “yang”. Y en aquella

Radio, también, se podían oír crónicas suaves de otro radiofonista, éste

avilesino y gijonés, don Daniel Arbesú, buena persona en todas las

ocasiones, de más vista larga que de paso que era muy corto; de rezos

matinales en la Iglesiona, y hasta novelador de la Guerra Civil, con final

imposible, pues los combatientes, fratricidas, se abrazaban.


De don Daniel Arbesú me acuerdo porque sí; también porque en

aquel programa de radio y en otros se decía Y más al Norte está Gijón, lo

que me recuerdan hoy los botarates de esa sociedad, que llaman Gijón al

Norte, que, al parecer, mira contemplando lo intermodal y los inútiles

túneles húmedos. Es muy gijonés eso de hojear el feo nudo o embrollo del

ombligo y permanecer así pasmado/a, viendo la roña acumulada. Y si de lo

que se trata es de construir una estación ferroviaria, la obra puede durar

siglos. Lo de derribar una estación, tal como ya se comprobó, puede ser

asunto breve, de horas o de minutos, si los dineros se muestran encima de

la mesa.


Lo del Muselón se hizo en plazo razonable, y eso que era una obra

de gigantes, de cíclopes intocables, más con tres ojos que con uno, como

Polifemo o como Florentino. Por eso al Musel se le añadió ese aumentativo

tan gijonés terminado en “on”: el Muselón, como el Molinón en masculino,

o la Escalerona en femenino. Gijón, aunque a ciegas camine o lo piloten

con ceguera y sordera, siempre tiene un norte, que es el mar/la mar,

siempre el mismo y siempre diferente. Me dijeron que, por sus colores y

colorido, incluido el de las variopintas casetas playeras, Gijón fue más

hembra que varón y fue llamada “Capital de la Costa verde”.



Antes, el color del mar era el del cielo, su reflejo: gris si había nubes

o azul si no las había. Ahora el mar de Gijón tiene muchas veces el color

del café con leche o chocolatoso, no el del cielo, gris o azul, sino el de las

alcantarillas. Antes las aguas olían a mar, a algas, a perfumes azules y

verdes, y ahora a porquerías según los surfistas. Y en las rocas de los

extremos de la Bahía, junto a la Iglesia de San Pedro y junto al Sanatorio

Marítimo, había hasta marisqueo de cangrejos.

Desde la calle Jovellanos, la de la Iglesiona, se llegaba a los

frondosos Jardines del Náutico con faro alto; eran como de colonia

iberoamericana, destrozados por esa estupidez, muy de concejal ignorante

de Gijón, que siempre creyó que lo bueno y bonito, había que derribarlo.

El espectáculo del Muro de San Lorenzo, desde el Náutico, era de fiesta. La

bandera “pelaya” en la Escalerona, y las otras banderas por el Muro

jugaban con el viento marino como si bailasen; las galleteras y barquilleras,

con sus colorados bombos, estaban en su sitio, bien sentadas, junto a La

Escalerona, ofreciendo su rubia mercancía y de sabor a canela. Los dos

carritos de helados, el de Verdú y el de Los Valencianos, allí permanecían

vendiendo vainillas y natas frías, en cortes, a dos pesetas.


A la izquierda del Náutico, en la escalera primera, vigilaba el

“Boya”, que, con presencia y guapura de cara, asustaba hasta los náufragos;

y a la derecha se veía el “Martillo de Capua”, donde curaba todas las

dolencias el célebre doctor Hurlé Velasco. Más lejos se podían ver el

“sombrerazo” del México Lindo, las blancas pérgolas de cemento y el

carrito frío de Los Dos Hermanos.

Y todo lo presidía la “lancha de Salvamento” que estaba, como

sentada, en el centro de la Bahía, quieta y vigilante, con su visible

chimenea y bandera, pintada la lancha entre azul y gris, color muy de barco

de la Armada. Supe pronto que era de Salvamento y de Naufragios. Me

aseguraron que Higinio, el de Salvamento, era su patrón, siendo del caso no

haber visto a Higinio jamás en la lancha y si, con prismáticos y con un

artefacto de Walki-talkie, disertando en lo más alto de una escalera blanca,

en las inmediaciones de la Escalera 12, sobre todo lo divino y humano. Allí

subido, entre casetas de tela, no de maderas, Higinio era como Aristóteles

en su Liceo, explicándolo todo, con su cara morena y sus piernas cortas y

colgantes.

La “lancha de Salvamento” estaba rodeada de velas blancas, que

parecían pétalos o capullos de rosas blancas en el mes de María; eran las

velas de los snipes, del Club, el de las Regatas. Ver a un marinero del Club,

en lancha de remos, arrastrar los snipes, para subirlos a tierra, concluida la


regata, podía ser de congoja bajando la marea, pues parecía que se iban a

hacer añicos los barquitos por las duras y cercanas rocas. Al lado del

paredón de los pelotaris gijoneses, limpiando barquitos y velas, estaban

veteranos regatistas, como el ginecólogo Manuel Guerra Asorey, el de

partos a miles en el Sanatorio de Begoña, con ayuda de la comadrona, de

humores serios y sin cachondeos, Maribel Trabanco. Guerra, por la

explanada del Club, se movía como “metido en sí” y como pidiendo

disculpas al suelo por pisarlo. Veteranos regatistas eran Miguel Ángel

Fanjul Calleja, que aún se pasea por la Plazuela, y José Fernández Guerra e

hijos, dos.

Los últimos me hacen recordar a aquella mujer, de ojos azules como

zafiros y de pestañas tiesas como persianas, que se llamó Pepa Osorio,

pintora con arte y mujer brava; la veo bajar, vestida con túnica azul o con

blusones holgados y sombrero colorado, camino del vestuario de mujeres,

cerca de la piscina, en el Regatas. Otros de los regatistas de snipes, más

contemporáneos, eran los Martínez de Azcoitia, Tono y Manolo, Alejandro

Nespral, Toño Castaño, los Paquet y Teleña, entre otros.

Y arriba, en el salón, se celebraban en las tardes-noches, los “Te-

Bailes”, con animación a cargo de excelentes grupos locales, que aparecen

en el estupendo libro de Luis Miguel Piñera Pop Playu, los conjuntos

músico-vocales en la década 1960. Recuerdo a músicos que en sus ratos

libres hacían música y en los no libres de todo, caso del grupo Zoreda,

dirigido por Isidro, el bombero. Lo de bailar fue moda global; también de

Oviedo, pues los ovetenses, unos pocos, bailaban en el Club de Tenis, y el

resto en los bajos del Teatro Filarmónica, en la Sala Alaska. Músicas por

doquier, de conjuntos, muy de moda, como Los A-Dos y los bajitos de Los

Surfs, los del “Tú serás mi Baby”.

La moda de las matinées y de las soirées, de baile, parecía muy

francesa, aunque faltaran las vedettes, con faldas cortas, pues a medida

que el baile era más agarrado, las faldas de ellas, por abajo, parecían

crecer.

FOTOS DEL AUTOR

No hay comentarios:

Publicar un comentario