lunes, 30 de junio de 2014

EL HOTEL DE LA AUTOPISTA


En el hotel de la autopista al que me refiero no hay plazas vacantes. No es posible, por suerte, reservar una noche. No tiene estrellas, aunque posiblemente desde el mismo se puedan contemplar. Por sábanas cuatro cartones y por colchas unas mantas viejas y raídas. Por supuesto no tiene cuarto de baño, ni comodidad alguna, y está ubicado en unas escaleras de un viejo edificio. Quienes viajen con cierta frecuencia a Oviedo ya saben de qué estoy hablando. Cuatro indigentes pernoctan cada noche en él. No diré sus nombres, aunque los conozco. Sí añadiré que las drogas y el alcohol han sido el salvoconducto para llegar a esa situación que, más que de pobreza extrema –que también- es signo de desarraigo social, de exclusión y abandono. Pero que nadie piense  que puede ser un fallo de los servicios sociales. Tal vez lo fue antes de que llegara esta situación extrema, ahora ya no es de su incumbencia. Aunque pensemos que sí.  Y digo esto porque quienes allí están no quieren reinsertarse en la sociedad -huyen de cualquier norma- y ésta no puede obligarlos a ir a un albergue o a un centro -caso de que los hubiera especializados para tales circunstancias-, porque la libertad de elegir está por encima de cualquier consideración. Parece extraño, pero no se les puede obligar a abandonar la calle. Sí se les puede echar de donde están, pero buscarían otro lugar. No esperan nada de la sociedad, como mucho unas monedas para subsistir. Prefieren ser libres, pese a que  el precio sea el que es. He conocido algunos casos, y de eso saben mucho los servicios sociales, de indigentes (¡qué palabra, Dios mío!) que se han escapado una y otra vez de lugares de acogida. La calle estigmatiza hasta límites  que es difícil imaginar – y más aún aceptar- en una sociedad como la nuestra. Pero es lo que hay. 

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