viernes, 14 de octubre de 2011

¿SON LAS FUERTES CONVICCIONES LOS PEORES ENEMIGOS DE LA VERDAD?, que dijo Nietzsche

Liberarse de la propia cultura cuesta caro. Por eso es tan importante tener una identidad propia, y una idea de nuestra fuerza, valor y madurez. Sólo entonces podremos enfrentarnos confiadamente a otra cultura. De lo contrario, nos recluiremos, temerosos, en nuestro escondite, y nos aislaremos de los otros. (Ryszard Kapuscinski; El encuentro con el Otro; Letra Internacional 94, 2007, pag. 5)


Se ha colado en mi reducido mundo una persona -digamos que distinta, porque se ha movido, y se mueve, en espacios muy diferentes a los míos- que ha puesto en solfa algunos de mis conceptos. No me atrevo a decir convicciones, que sería probablemente la palabra más exacta, por lo que voy a escribir a continuación.



Soy conversadora, quienes me conocen lo saben. Debería de contener tal vez un poco más mi verborrea, pero es lo que hay. Mis conocimientos son –en casi todo- tan reducidos como grande es mi curiosidad. Y es precisamente esa curiosidad la que me lleva a cuestionármelo casi todo, a no hacer nada porque sí. Lógicamente siempre tropiezo con muchos escollos. Con la persona que menciono al principio –cuyo nombre no importa- siempre quedo sumida en un mar de dudas cuando salda una conversación –con la que no estoy de acuerdo- con un es que yo soy fiel a mis convicciones, o bien no puedo cambiar mis convicciones de toda la vida. Lo que cierra directamente cualquier tema: sus convicciones son sagradas, están por encima de otras posibles opciones. Y es en ese momento cuando me doy cuenta de que carezco de férreas convicciones. O más bien, mis convicciones han variado con los años, con la evolución del mundo, con mi entorno, con… muchas cosas. Es decir, están en continua evolución. Y como la persona a que me refiero está bien posicionada socialmente, tiene credibilidad, y está perfectamente encajada en el engranaje “correcto”, pues me siento un bicho raro a su lado. Y ya lo creo que soy rara, porque no contenta con admitirlo, sigo buscando por ver si, aún sin convicciones férreas, puedo encajar en alguna parte. Por aquello de no perder la autoestima por culpa de… de esos principios inamovibles por los que deberían regirse mis actitudes Y así, tratando de buscar respuestas me encontré con Friedrich Nietzsche, que casualmente como me sucede a mí –y salvando el abismo que nos separa-, tiene la costumbre de hacerse preguntas. Va la cuestión: ¿Son las fuertes convicciones los peores enemigos de la verdad? O lo que es lo mismo, ¿aferrarse a una convicción evita el razonamiento? ¿Pudiera ser una excusa para no pensar y dejarse llevar? ¡Puf! Demasiadas interrogaciones. Pero la cosa no queda ahí, cuenta Eduardo Punset que el más renombrado de los científicos, Isaac Newton, declaró –con gran convicción- que el tiempo era absoluto en el sentido de que era idéntico para todo el mundo. Posteriormente, otro científico, Albert Einstein, descubrió y demostró que era relativo, que dependía de la velocidad a la que iba uno y de la masa gravitatoria que lo envolvía. El tiempo no era absoluto. Añade Punset que la mayor parte de la humanidad no se ha parado a comprobar si cosas mucho más sencillas se pueden demostrar y nos empeñamos en adherirnos a unas convicciones sustentadas desde nuestra infancia y así es fácil oír “mis firmes convicciones me…”, como medida de fuerza, cuando en realidad no son ni pensadas.



Recogido lo anterior, que ha de ser válido, pues no en vano ha sido dicho por mentes privilegiadas, yo sigo sosteniendo que quedar atrapado en un código único para toda la vida impide que la humanidad progrese. Vivir aferrado a concepciones mentales impuestas y no analizadas frena la evolución científica, de convivencia, personal, o de cualquier índole. Eso es, al menos, lo que deduzco cuando analizo lo que hay a mi alrededor. Además, no existe mejor forma de dominar que gravando pautas de conductas absolutas e inamovibles ya en nuestra más tierna infancia. Así nacen los fanatismos sin ir más lejos. No es lo mismo, lo sé, pero no dejan de ser primos hermanos. Todo aquello que amordace nuestro pensamiento no me parece que pueda ser bueno, aunque reconozco que es más fácil caminar por senda trillada que ir abriéndose camino.

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