El astrólogo dice a Tiberio: ¡Príncipe, voy a leerte el porvenir! Y
Tiberio contesta: Imbécil, el porvenir es la muerte.
Paul Valéry (Cuadernos)
La
noticia sobre la enfermedad degenerativa de Hans Küng, sacerdote y teólogo, unió
en el silencio a sus admiradores y detractores, a amigos y enemigos, entre los últimos
los envidiosos y tiñosos. La decisión manifestada por el propio Küng de recurrir
al
suicidio asistido, permitido por
su ley nacional (la suiza), añadió más pena y/o revoltura, siendo obligadas, en
cualquier caso, la delicadeza y
tenerezza
(palabra muy empleada por el Papa Francisco).
Hay que comenzar, para entender al personaje,
afirmando que Juan Pablo II le retiró la licencia para enseñar Teología
–ciencia ésta de gran importancia en la cultura germánica y menos en la latina
(para saber Teología, hay que conocer la lengua alemana). Una Teología, la
católica, rodeada o cercada por la cultura allí dominante: el protestantismo.
Hans
Küng, que brilló por su palabra escrita (libros y artículos) y por su palabra hablada
(conferencias y entrevistas), protagonizó dos intervenciones, estelares, en el
programa de debate de la televisión francesa, Bibliothèque Médicis, realizado desde
esa biblioteca, en el Palacio de Luxemburgo (Paris), próximo al estanque donde los
niños se hacen nautas y juegan con barquitos de velas de trapo. Ambas intervenciones
fueron bajo la batuta del presentador y moderador, el periodista Jean Perre
Elkabbach.
La última intervención
fue el 12 de febrero de 2010, en la que negó a Juan Pablo II la condición de
teólogo, y recordó, con maldad, que el Papa Carolo, entonces estudiante, no fue
admitido en la romana y jesuita Universidad Gregoriana para hacer el doctorado.
También recordó lo ya sabido: que en 1965-1966 fue él (Hans Küng) quien nombró unico loco a Joseph Ratzinger profesor de Teología dogmática en la Universidad de Tubinga,
que, asustado por el “barullo” o bullicio protagonizado por los estudiantes de
extrema izquierda, renunció regresando a su Baviera natal.
La primera
renuncia de Joseph Ratzinger lleva a pensar en la segunda, la del 11 de febrero
de 2013, esta vez al Papado; tal vez por otro “barullo” o bullicio, esta vez
protagonizado por clérigos envasados en sotanas, con joyas en pectorales, y con
pavor a lo otro: para un hombre (vero e proprio) lo “otro”, esencial, es siempre la mujer, lo que “explica”
(¡ojo entrecomillas!, jamás
justificable) muchos comportamientos,
incluso los terribles y depravados.
El asunto del género (gender) en la Iglesia –lo masculino, lo femenino
y lo neutro- no lo profundizó Hans Küng. Y dimitir (lo aclaro) por no poder en
conciencia desempeñar un cargo, es obligado, según otro germánico –prusiano y
no bávaro- llamado Kant (de recomendada lectura su breve contestación a la
pregunta: ¿Qué es la
Ilustración?
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La primera
intervención de Hans Küng en Bibliothéque
Médicis, que tuvo lugar el 10 de
noviembre de 2006, ante el reproche, envenenado, por parte de Jean Luc Marion, filósofo y de la Academia francesa (ocupa
el sillón que fue el del Cardenal Lustiger) de que muchos teólogos “no hablan
de Dios, ni de la santidad ni de la inteligencia de la fe” -descentrados en
cuestiones contingentes y temporales de la organización de la Iglesia-, Hans Küng
respondió, cual sierpe bífida y erguida,
manifestando que es autor de bestsellers
sobre Teología, entre ellos, Ser
cristiano y ¿Existe Dios?
Ambos libros fueron editados en España por
Ediciones Cristiandad, vendido el último en 1978, voluminoso (casi mil páginas)
al precio de 1.400 pesetas. Releo ahora las páginas 907 hasta el final sobre El Dios de Jesucristo, y me parecen
bien, mas sin nada extraordinario. Joseph y Hans, Ratzinger y Küng parecen como el haz y el envés; las caras o piezas
de un mismo símbolo que no diabolo.
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Le Monde, 13 de abril de 2010 |
Por su
confesión se sabe que Küng sufre una enfermedad degenerativa y neurológica: el
Parkinson, que junto al Alzheimer, la esclerosis, la paraplejía y otras, son
azote del siglo XXI, con deterioro gradual e inexorablemente de lo nuclear humano:
la personalidad del enfermo; con un avance
silencioso, más o menos lento, más o menos veloz.
No se dispone aún de tratamientos
que hagan revertir el proceso de degeneración neuronal (ni siquiera la “Dopa”
contra el Parkinson). Enfermedades que según información facilitada al diario Le Monde (martes, 13 de abril de 2010,
página 23) por Gérard Vaillant,
presidente del Instituto del cerebro y de la médula espinal, dañan a una
persona sobre ocho en Europa. En estos tiempos de depresiones por el paro
masivo y por angustias económicas, incluso en jóvenes, forzosamente han de bajar la
inmunidad y las resistencias naturales frente a esas enfermedades, que
también han de incluirse en el pasivo de la actual crisis.
Es sorprendente
la lentitud en los avances contra las enfermedades cerebrales aunque cada vez
se sabe más del mecanismo biológico subyacente. Es también sorprendente los
avances en programas de inteligencia artificial, nanotecnologías y robótica,
con fines dañinos, para el supuesto “mejorar
la especie humana”, vía clonación y otras manipulaciones genéticas; todo
ello en el marco de proyectos llamados “transhumanistas”, que en realidad son
deshumanizadores y contra la humanidad. Para eso hay mucho dinero, dado el
potencial de business.
Jean-Claude Guillebaud ya denunció en 2011 la “imbricación cada vez más estrecha entre la
investigación científica y la carrera por el profit (lucro)”. Y aquí nos volvemos a encontrar con el
imperante capitalismo libertario, al que los Papas deben públicamente condenar sin
contemplaciones, con nombre y apellido (no quiero pensar que el Vaticano, a
través de su Banco, el IOR, haya invertido en proyectos “transhumanistas”, tan
rentables y productivos).
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Fondue suisse |
Lo que Suiza hace con los “potentados” e hijos
de sus herencias, que allí se naturalizan, es tremendo, de mucho trajinar y
ajetreo. Primero han de trasladar su fortuna (o parte) para hacerla tuerta o
ciega al fisco de procedencia y muchas veces tuerta y ciega a ellos mismos,
engañados por hombres más de hierro (testaferros) que de paja. Luego, cuando
son ancianos, los ricachos tienen que trasladarse a Alemania, por miedo a que los
encierren en una de esas clínicas especializadas, con muchos floreros y músicas
suaves y relajantes, para el “suicidio asistido”, de límites borrosos con la
eutanasia pasiva e indirecta. En Alemania,
por la experiencia del nazismo, se toma muy en serio lo del final de vida.
La decisión
anunciada por Hans Küng de suicidarse con asistencia, por el avance inexorable
de su enfermedad (Parkinson), forma parte de su libertad o autonomía en cuanto
persona, y eso es merecedor de todos los respetos. A ese enunciado principal, añado
otro, subordinado adversativo o de adversidad según los gramáticos: pero, pero Küng es, además, un perSONAje,
de mucho sonar.
Disfruté leyendo y escuchándole; sigo de acuerdo en muchas de
sus críticas a la praxis del Concilio Vaticano II, a la infalibilidad papal, al
paradigma imperial del Vaticano, y siempre
le consideré integrado en la comunidad o comunión, que es también la mía: la
cristiana y católica. Con su anunciada decisión, contraria de raíz a la
antropología cristiana, me desconcertó y con escándalo.
Es verdad que
fue muy dura la guerra del Vaticano contra Küng, al que no hicieron caso. La
retirada de la licencia por Juan Pablo II para enseñar Teología, no fue –recuérdese-
acompañada de la pérdida de su condición sacerdotal. Grandes teólogos del siglo
XX, Congar, Lubac, Danielou, también fueron castigados y/o advertidos por la
“inquisición vaticana” y murieron, no obstante, rehabilitados, incluso con la
birreta roja de cardenales. Tuve la esperanza años atrás de que mi bendito
Benedicto tendiera la mano a su otra cara o envés: a Hans Küng. No lo hizo; y por
eso, Ratzinger también me desconcertó
por haber sido oveja entre los lobos.
Ocurrió al
principio de esta última semana; encontré por casualidad en la biblioteca el
libro Cuadernos de Paul Valery (edición en castellano de Galaxia Gutemberg);
también por casualidad se me ocurrió leerlo empezando por el final. En la
página 491 encontré el breve diálogo entre el astrólogo y el Emperador Tiberio
del encabezamiento. En la página 511 está, a mi juicio, lo mas conmovedor leído
sobre la muerte: “Quien hace un hijo
hace un muerto. Cada beso presagia una nueva agonía”. Pensé en mis hijos y
me agobié; y en ese agobio, conocí, horas después, la decisión trágica de Hans Küng, hermano mayor y grande.
Y termino
pidiendo a los lectores y lectoras perdones por el inquietante y duro final.
Fotos procedentes del archivo del autor