(Compilación exclusiva para el blog Las mil caras de mi ciudad)
El segundo volumen de versos del
poeta de La Peñuca ALFONSO CAMÍN MEANA (1890-1982)
que vio la luz fue Crepúsculos de oro, salido de la Imprenta Militar
de La Habana
en 1914 e integrado dentro de una colección denominada Biblioteca Cervantes.
Reunía en sus 254 páginas un total de 232 poemas y venía guarnecido por unas
páginas preliminares, igualmente en verso, debidas al escritor peruano José
Santos Chocano (1875-1934), un hombre a caballo entre el Romanticismo y el
Modernismo, y por un proemio obra del vate lavianés Emilio Martínez
(1878-1959), que siempre profesó por Camín
especial afecto personal y literario.
Santos Chocano le envió al gijonés unas
estrofas que remataba de esta manera: «Joven
Poeta: nada te importen / ni los laureles, ni las espinas... / Adopta un lema,
/ que es el que tiene mi poesía: / –¡Vive tu canto; / canta tu vida; di lo que
pienses / y haz lo que digas!». Bien vemos que este consejo lo
siguió en altas dosis.
'Crepúsculos de oro' (Biblioteca de Asturias 'Ramón Pérez de Ayala', Oviedo) |
Recurriendo también a la horma
rimada, Emilio Martínez se
dirigió a Camín en los términos
siguientes: «La bella poesía de este libro es
torrente / que fustiga y azota con ímpetu salvaje / a todos los que llevan un
estigma en la frente / y rinden a tiranos y a necios vasallaje. // Es libro de
Quijote, rebelde a todo yugo, / que tiene el indomable carácter de la Raza , / tiene un verso de
sangre para cada verdugo, / para cada tirano, una altiva amenaza».
De Crepúsculos
de oro hemos seleccionado para nuestra miniantología un
tempranero cántico de exaltación
paisajística del terruño natal, de clara voluntad historicista (hay, en la
primera mitad de la composición, todo un repaso legendario a las luchas del pasado
que se libraron en el seno de la ciudad), rotulado emblemáticamente con el
consabido topónimo cantábrico, “Gijón”
(pp. 78-81):
Gijón,
ciudad que viste de fiesta el Sol de España;
Gijón,
hermosa ninfa que sus cabellos baña
con
zumo de claveles, relámpagos de Sol;
espumas,
iris, luces y flecos de la aurora...
¡Venus
que se alza altiva sobre la mar sonora,
cual
si volviera un reto su espíritu español!
Los
que admiráis la franca nobleza todavía,
cruzad
como viajeros aquella tierra mía,
y así
a mi augusta y noble sultana admiraréis;
y en
sus pupilas negras veréis brillar la gloria;
y os
tomará del brazo, y os abrirá la
Historia ,
y allí
con sangre escritos sus triunfos hallaréis.
Aquí –os
dirá mi reina, cogiéndoos de las manos–
vivió
el genial sapiente, Gaspar de Jovellanos,
por
cuyo engendro el mundo ciñome de laurel;
aquí
murió un rey moro, de amor, por su sultana;
aquí
vivió el fidalgo Marqués de Santillana,
y en
este gran castillo vivió Don Pedro el Cruel.
Aquella
vieja torre la levantó un tirano,
sediento
de conquistas, del suelo castellano
llegose
a mí altanero, con aire vengador...
por
eso he devastado sus torres altaneras;
¡hoy
hay entre esas ruinas lechuzas agoreras,
y
allá, entre los escombros, los huesos de un traidor!
Y
aquel castillo en ruinas que aún luce como el oro
fue
harén, en otros tiempos, de un gran cacique moro,
que
quiso cautivarme, señor, ¡no sé por qué!
Y en
uno de sus viajes, desde el azul Oriente,
me
trajo dos luceros para adornar mi frente
y yo
los dos luceros al rostro le lancé.
Quisiéronme
la frente ceñir con blancas flores,
y al
verme entre cadenas y esclava de señores,
rasgueme
los vestidos cubiertos de esplendor;
mordí
mis labios rojos, del mar odié el arrullo;
¡igual
que un oleaje se sublevó mi orgullo,
y
todas mis cadenas deshice con furor!
Quiteme
la corona, ceñime la coraza;
juré
vengarme, altiva, por Dios y por la
Raza ;
la
espada vengadora, frenética, empuñé.
Y
entonces entre triunfos, derrotas y desmanes,
con
ira maldiciente, como a rabiosos canes,
por
tierras de Castilla los moros dispersé.
La
libertad de entonces mi porvenir pregona;
quiteme
la coraza, ceñime la corona;
mis
vanos oropeles lancé con ira al mar...
Mis
hijos, arrogantes, cogieron el arado,
y
aqueste paraíso formé de aquel collado,
que un
tiempo supo en lanzas sus hierbas transformar.
Y
aquellos torreones, palacios son en ruinas;
allí
forman sus nidos las negras golondrinas,
y
escóndense en sus grutas y empápanse de luz.
Y en
esos promontorios, si removéis la hiedra,
veréis
un regio nombre grabado en cada piedra...
¡veréis
aquí un sepulcro, veréis allí una cruz!
Y aquí
tenéis ahora mis prados y mis huertas.
En
todos mis hogares os abrirán las puertas,
igual
que al Sol naciente sus flores el rosal.
Mis
regios manzanares os brindarán sus pomas;
sonrisas
mis mujeres, arrullos mis palomas,
y
chorros de armonías mis fuentes de cristal.
Rumores
mis talleres; esencias mis hogares;
champaña
de mis senos, mis típicos lagares;
mis
fiestas, entusiasmo, mi juventud, vigor.
Frescura,
vida y sombra, mis robles vigorosos;
mis
pájaros, ternuras de timbres armoniosos;
mis
cielos, resplandores, mis vírgenes... amor.
Veréis
mi mar preñado de música salvaje...
un
gran mantón de espumas será cada oleaje,
y de
las áureas grutas de entre el movible tul,
veréis
surgiendo blancas sirenas una a una,
tejiendo
escalas de oro con rayos de la luna,
perdiéndose
cual blancos ensueños en lo azul.
Y
puesto el pie en la tierra, venid y ved, viajeros.
(Dejad
que de la frente me quite estos luceros,
y
empuñe este martillo y empuñe este cincel.)
Ya
vibran en los yunques mis rudos martillazos...
(Quitadme
estas doradas serpientes de los brazos,
y en
ese arcón de cedro guardadme este laurel.)
Mirad
las nubes de humo de tantas chimeneas
que
yerguen mis talleres, como invasión de ideas...
del Arte
y del Trabajo, modernas torres son;
y allí
mis hijos unen su grito simultáneo,
como
un montón de ideas que bullen en un cráneo...
¡como
la sangre hirviente moviendo a un corazón!
Aquí
todas mis fuentes os brindarán sus aguas,
todo
vigor mis yunques, todo calor mis fraguas;
trabajo
mis talleres, mis cielos oro y luz.
Mas no
me déis martirios, ni miserables yugos,
que
hartas están mis manos de estrangular verdugos,
y ya
lancé al olvido, con asco, mi arcabuz.
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Ésa es
mi madre heroica, y ésa es la tierra mía;
como
los robles fuerte, como la mar bravía,
y
noble como todo su espíritu español.
La
reina que se yergue sobre la mar sonora,
tejiendo
una diadema con rayos de la aurora;
¡bordando una mantilla con átomos del Sol!