Con cariño especial a mi amigo
Chema C., al que unos médicos, buenos, tienen en encierro toreando continuamente
al peligro, cerca de la plaza de toros en Oviedo.
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Casa-rosa en el Prado Picón en Oviedo |
Allí, en lo más
alto del Picón, antes prado, está el edificio que fue de los Pérez, él (Pepe) y ella (Mari). Un edificio esdrújulo, neogótico,
barroco y mesopotámico como una torreta de Babel, con un para-rayos para
espantar rayos, truenos y centellas, con potencia de alambre, que parece un
pelo tieso en campo pelado o calvo. Edificio que pudiera ser un chalet pintado de
rosa como un pastel de fresa, un castillo de hadas, voladoras como golondrinas,
y el palacio de un moro bereber en Marrakech o de un pachá del Oriente.
Desde que el loco Luis II de Baviera levantó su
castillo, loco, de Neuschwanstein, lo
más parecido construido fue, precisamente, la casa de los Pérez en la Baviera
de Oviedo que es el prado Picón. El segundo apellido de los Pérez es Montero, ¡estupendo!,
pues montero y picón es el masculino
de montera y picona, que es prenda
de traje, no de bárbaros bávaros, sino casera, muy nuestra, de toda la vida de
aquí; un auténtico plato de la abuela. Y desde sitio tan alto, mirando abajo, a
la calle Santa Susana, un Quijote con lanza en ristre o un Sancho con panza, pueden
desafiar al mundo, que eso es “poner al
mundo por montera”, lo que siempre hicieron los dos Pérez, siempre solteros, solterísimos.
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Casa-rosa en el Prado Picón en Oviedo |
Aunque los
protagonistas del tenderete (también tentadero) de hoy, pudieran ser fantasmas
o hadas, amantes de lo barroco y lo oriental, resulta que son ángeles, esos
entes que, según un poeta que escribió en difícil alemán (igual de difícil que
escribir en asturianu) “juegan en el
Paraíso y vuelan sin plumas”, y que “nunca se sabe si están entre los vivos y
los muertos” (de esos, de los ángeles, sé mucho, pues yo soy Angel). Los Pérez
Montero son ángeles, que quiero mucho, lo que el lector/lectora no debe olvidar
al leerme hoy, mañana o pasado. Nada importan los certificados del Registro
Civil, de vida o de muerte, pues la memoria, la mía, --lo único que tengo por ser “probe”-- hace revivir a Pepito y sacar Mari
de su residencia en la calle Uría a pasear. Además, Pepe, por estar en el Cielo, no sabe que murió, pues nadie se lo
dijo y de eso no se habla en el Paraíso.
Para llegar a
la casa-castillo de los Pérez, hay dos vías: una, desde la Plazuela (San Miguel)
subiendo una escalera infinita que llega a lo más alto, igual que la que soñó
Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, y nieto de Saray (¡qué tristeza siempre me causó
este Patriarca, pues, con las cosas tan estupendas y bonitas que se pueden
soñar –aunque todas sean mentira, una mentira
total- él, Jacob, soñó con una escalera!). Otra vía de acceso es subiendo
por la calle Sacramento, girar luego a la izquierda junto al chalet que fue de
Castelao (hoy de muchos rezos), y volver a girar a la izquierda. Esta segunda vía es más lenta, aunque atractiva, que
es como dar la vuelta al mundo, teniendo enfrente a “Villa Concha” de don
Lorenzo Novo. A propósito: la Magdalena no es la única villa, aunque sí la más
escandalosa, de este Oviedo, ciudad de La Escandalera.
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El Belvedere de la casa de los Pérez. |
Muy al lado de la casa, castillo y
rosa, está el Seminario Metropolitano,
monumental y grandioso, construido en la posguerra española con mucho de eso
que se llama “visión de futuro” o “sentido profético”, pues resulta que ahora
es “seminario”, así lo llaman, a un pisito de esos de Protección Oficial con
derecho a cocina, para dos o más, muy pocos, poquitos y vocacionales.
En la casa rosa, esdrújula, barroca
y mesopotámica, entré dos veces. La
primera, en verdad, no pasé de la puerta, con felpudo, mirilla y picaporte,
aunque eso sí, salté furtivamente la verja entre una nube de mariposas
“cortejonas y picajosas”, como las de su especie, las Petaloudes de la Isla
de Rodas, donde, según cantó el griego Homero, Ulises puso tapones en sus
orejas para no oír cosas de pecado mortal. Se armó la de Dios es Cristo (en el
Prado Picón, no en Rodas, como contaremos luego); eso ocurrió en fecha
indeterminada, más o menos, en los días de mi Primera Comunión ‑no se pone
fecha, por ser de mala educación, apuntar con el dedo a eso de la edad‑. Y la segunda vez que entré fue el 19 de
marzo de 1979, día de onomástica de José, por llamarse igual Pepito que el
carpintero de Nazaret (también lo contaremos).
Acaeció una
vez que, formando parte de la chavalería de Muñoz Degraín, unos con caras de “pelargones “ y otros de “garbanzos” (nací en la calle
Campomanes 34, 3º y renací, años después, en la calle Sacramento, 20,5º - no
debo repetir lo que conté en Al principio
fue la calle Campomanes, en “La
Hora de Asturias (28 capítulos-), un día, aburridos de trepar
por las piedras de la iglesia en ruinas de Las Carmelitas y de saltar la tapia
del campo de Los Catalanes para coger grillos, se decidió, con natural
inconsciencia, “ir por peras”, las de los perales del jardín-chalet del
arquitecto Castelao, muy próximo a la casa-rosa de los Pérez. Castelao era un señor de buenas aldabas
y elegante, siempre con sombrero con ínfulas de chistera, que entraba y salía con
su esposa, yendo detrás su hija, que llevaba unas gafas con cristales más de
culo de sifón que de botella, seguro que compradas en Óptica Navarro, que fue diplomado
en Jena. Mas tarde Castelao se fue a vivir a Santa Susana, edificio pegado a
la iglesia de los Carmelitas, seguramente para estar más cerca del P.
Florencio, que, en el confesionario (el segundo por la izquierda entrando), un
día le vi comer bombones.
En el “ir por
peras”, el líder indiscutible fue Martín
Caicoya (su hermano Cesar, el mayor, siempre fue más del montón (Pacho ya
músico, los González, los Morán, los Llana…), y su hermana Regina, que “patuxaba”
sin cesar en el cochecito leré). A
Martín nada se le ponía por delante, ni siquiera los huesos de los demás que
rompía con gran facilidad, ni los huesos propios, que también rompía cuando
calzaba patines de cuatro ruedas –he ahí la raíz de su actual excelencia y
prestigio como traumatólogo-. Aquella fuerza de liderazgo me viene al recuerdo
cuando terminé de pensar hace unas en otro líder, éste político, el de don Francisco Álvarez-C, en el que se
produce un fenómeno de alquimia medieval: la testosterona abundante, bien
agitada o batida, muta, muta en vinagres
tóxicos (de eso, Martín, nada de nada).
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“Arlequín con montera no picona” |
La cogida y
comida de las peras fue a la vista y oído de unos soldados de Transmisiones que
no se sabe qué hacían en el chalet de enfrente al de Castelao y junto al de
“las “Aguadé” (eran dos), con unas antenas en el tejado más altas que las de
Radio Asturias en
la Plaza
de América (ahora pienso que debían ser espías, espías de los seminaristas, que
eran lo único a espiar allí; seminaristas como
los Ángeles (García y Silva), Bardales y Torga, todos santos antes
de nacer. Puestos a saltar verjas y verdejas, tocó a la casa vecina de los
Pérez, que no tenía peras sino sauces, y con el encanto de morada de duendes,
fantasmas, hadas o Benditas Animas, con o sin purga. En el preciso momento del
salto o asalto, se abrió una de las ventanas barrocas o góticas de la casa de
los Montero, y una señora mayor, con moño como las de Lagartera y pendientes
como los de
la Alberca,
blandiendo un palo de escoba con la escoba, en un acento entre andaluz y
extremeño, nos amenazó con maldiciones. Era
doña María, la madre de los Pérez y esposa de Pérez Jiménez,
profesor de dibujo y pintor que llegó de Extremadura, que pintaba lienzos del
tamaño de sábanas y que diseñó su casa o jeroglífico.
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“Para después del pecado” |
Aquellos
gritos, a la chavalería andante de Muñoz Degraín, llegó al alma, sintiendo todos,
hasta lo más profundo, que habíamos pecado. Por ello, los de los Maristas,
fuimos a confesión con el capellán, el Padre
Viñayo -(los hermanos Maristas eran muy poca “cosa”, excepto el Hermano
Director, que era reverendo, no pudiendo ni confesar); los de la Juventud del Carmelo
fueron a confesarse con el Padre Luis,
carmelita que nunca se descalzo; los de los Dominicos, con el Padre Pedro (O.P.), que, por ser grande
de cabeza, siempre le llamé capitis Magnus. Los más originales en eso de confesiones
eran los del Instituto, que tenían más que un confesor, un autentico “santón” o
un gurú de la India, que se llamaba don Pedro
Caravia.
(Se
continuará en segunda parte)
¡NOTICIA BOMBA!: Por comunicación
telefónica, con mucho misterio e intriga, a las 22,10 horas del lunes 2 de
julio, pocas horas después de la publicación del artículo “Los retretes de la Reina”, se me informó, con detalle,
que la loza del retrete del Marqués de Aledo se encuentra en la finca campera
de una Autoridad (sólo delegada) y de mucha venia, cerca de Onís. Al domingo
siguiente esa misma Autoridad declaró en este Diario que come o “rumia”
cachopos de ternera asturiana, con relleno de “jamón y queso francés azul
suave”. Todo lo cual se anuncia a efectos de que sean los propios
lectores/lectoras los que saquen las conclusiones de risa y que resulten de
tanto enredo o embeleco por causa del
retrete y de los comestibles o combustibles. ("La Nueva España", edición de Oviedo, 22/07/12)
Fotos cedidas por el autor