(3ª Parte)
Leguineche y sus compañeros se detuvieron en Teherán o Tehran, que en la vieja lengua persa significa “lugar cálido”(Teh-ran), y capital de Irán desde 1788, gracias a Agha Mohammad Khan, el fundador de la dinastía Qajar. Se describe así Teherán: ”Ciudad de bulevares rectilíneos, donde, como en el París del urbanista Haussmann, un tiro de cañón bien dirigido detendría cualquier rebelión de las masas contra la autoridad del emperador”. Y más adelante se escribirá: “Los edificios son feos y hasta de mal gusto, una vulgar imitación de la arquitectura prusiana”. Y más atrás también se escribirá: “En 1965 pocas casas disponían de agua corriente y sus inquilinos debían tomarla de las fuentes públicas. La potable había que comprarla a los vendedores ambulantes”.
Es verdad que en la ciudad de Teherán hay mucha fealdad; es muy gris, de mucha suciedad por mal saneamiento y con una contaminación que no se puede comparar con la de nuestras ciudades, siendo la nuestra ya peligrosa. Y se distingue en Teherán una zona alta y otra baja; en la parte mejor y más burguesa, la alta, al lado del parque Getarieh, pueden verse las montañas, a veces nevadas, de Alborz (también montes Elburz), estando al otro lado el Mar Caspio. Allí, en lo alto y al norte, también está el Niavaran Palace, última residencia del Shah (palabra persa con la que se designa al monarca). La zona baja es más popular, en donde están el importante Bazar, política y económicamente, la Mezquita del Imán Khomeini, el Golestân Palace, donde está el Trono del Pavo Real, y diversos e importantes museos. Y una línea de metro, que en gran parte, atraviesa la ciudad de norte a sur, y otra línea de metro, de este a oeste, tratando de hacer competencia, sin conseguirlo, a los autobuses destartalados y a los taxis de tres colores: blancos, amarillos y verdes.
Y Teherán capital de un Irán que nos da miedo, enigmático, que seduce y hace soñar, antes y ahora. Antes, siendo aliado de Occidente, con el Shah o monarca de Jefe de Estado. Ahora, enemigo de Occidente, con un “Guía Supremo de la Revolución” (vali-e-faqih) o primer personaje de la República islámica, proclamada en 1979, según la Constitución de ese mismo año, primero con Khomeyni (hasta 1989) y ahora con Alí Jamenei (desde 1989), ambos clérigos y autoridad suprema, política y religiosa (exigencia de ser de teólogía chiita). Mucho del miedo y del enigma viene de la pretensión, ya en tiempos del Shah, de disponer de reactores nucleares, siendo ahora Irán ya una potencia nuclear, advertida, amenazada y controlada por Israel en primerísimo lugar, pues en ello va su permanencia, seguido de EE.UU, que tiene, en lo nuclear, la última palabra.
Cuando se publicó el libro de Leguineche, el último Shah de Irán, Mohammad Réza Pahlavi, trató de mantener su reinado como fuere, habiendo sucedido a su padre, Réza Khan Shah, el 16 de septiembre de 1941 por la abdicación de éste. Un último Shah, Réza Pahlavi, primero adulado, luego criticado y finalmente en errante calvario, con muchas dificultades para encontrar una tierra en la que morir y reposar tranquilo, rechazado en Marruecos, en México, en Panamá, Las Bahamas, entre otros lugares, siendo finalmente acogido por Egipto, ya muy enfermo, donde murió (en El Cairo) el 27 de julio de 1980, siendo Sadat, luego asesinado, el presidente de la República egipcia entonces, y estando enterrado el Shah en la Mezquita cairota El-Rifaï el 29 de julio. Fue asombroso un final tan triste por parte de una persona que fue tanto, al que se llamó el Shahashah (Rey de Reyes), el Centro del Universo, el Vicerregente de Dios, y la Sombra del Todopoderoso, el descendiente del gran Darío.
Un hijo, el Shah, de padre no perteneciente a la familia real, sino que fue un simple cosaco, al que el Golpe de Estado de 21 de febrero de 1921 elevó al Poder, siendo luego y sucesivamente, general y generalísimo (sardar-e sepah), terminando con el título de emperador, y habiendo sido coronado en el Palacio de Golestân, sentándose en el Trono del Pavo Real, en 1926; elegido Rey de Reyes por una asamblea constituyente, y habiendo tenido la colaboración para la decoración palaciega de Vita Sackville-West, que más tarde escribiría el libro Pasajera a Teherán, publicado en España en 2010 por Editorial Minúscula.
Del cosaco, del padre del último Shah de Irán, se escribió: “El poder y una cierta idea de Irán parecen haber sido las únicas pasiones”. Fue, por lo que parece, un hombre austero, a diferencia de su hijo, el de las tres esposas, siendo la última la llamada Shahbanou, la Farah Diva, que lo acompañó en el exilio de tanto calvario.
Un iraní, Houchang Nahavandi, y un francés, Yves Bomati, escribieron un libro de más de seiscientas páginas, titulado Mohammad Réza Pahlavi, el último Shah / 1919-1980, en cuya última parte, la sexta, desde septiembre de 1978 al día del derrocamiento, el 16 de enero de 1979, se describen y analizan las últimas peripecias políticas del Shah, caído en desgracia por múltiples factores, desde lo de la “Revolución blanca” a lo de la Savak o poderosa policía política, elemento central, represivo, incluso con tortura y asesinatos, del régimen autoritario del Monarca persa. Parece que los americanos y británicos le abandonaron a su suerte, no obstante haber sido muy anticomunista, llegándose a afirmar que unos y otros maniobraron para el cambio de régimen, estableciéndose la República islámica con la llegada de Khomeini a Teherán el 1 de febrero de 1979. El 11 de febrero de 1979 la radio iraní anunció: “Aquí la voz de la Revolución islámica”. Y resultó que liberales, marxistas, religiosos, intelectuales, jóvenes, nacionalistas y otros se adhirieron al hombre del turbante (Khomeyni), no durando la ilusión liberal más que unos meses, y así hasta hoy.
Un Khomeyni fallecido el 3 de junio de 1989, después de haber causado una gran turbulencia con la condena del escritor británico Salman Rushdi, siendo su mausoleo un lugar de peregrinación, habiendo sido cabeza del islamismo más radical y terrorista.
Acaso la falta de Tradición de la Monarquía de los Pahlavi, que parte de un golpe de Estado en 1921 –siempre los orígenes de las monarquías son discutibles y no ejemplares- justificase los excesos que tuvieron lugar en Persépolis, en octubre de 1971, conmemorando el 2.500 aniversario de la fundación del imperio persa por Ciro el Grande. La ceremonia fue fastuosa y en la que se gastaron muchos, muchísimos millones de dólares, “para levantar al pie del palacio de Dario, en el mismo lugar en que éste recibía a los nobles del imperio, una ciudad de lona en la que, a lo largo de dos años, trabajaron dos mil obreros”.
Entre los muchos invitados, distribuidos en cincuenta tiendas de campo, siendo cada tienda un verdadero palacio, estuvo, entre otros, el Príncipe de España, Juan Carlos, en nombre del General Franco. Un país, Irán, de gran miseria y con una importante burguesía aprovechándose del boom económico derivado del negocio del petróleo, tan importante en las peripecias políticas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX en Irán. .Las fiestas comenzaron el 12 de octubre de 1971, en Pasargades, en medio del desierto, siendo la primera capital del Imperio aqueménida, a 40 kilómetros de las ruinas de Persépolis, donde se oyó la voz del Shah, casi gritando:
“Ciro, gran rey, emperador de los Aqueménidas,
Monarca de la tierra de Irán.
Yo, el shah-in-shah, y mi pueblo,
Nosotros te saludamos.
Y sobre la tumba en donde reposas para la eternidad, te decimos:
Duerme en paz, pues nosotros vigilamos y vigilaremos siempre tu gloriosa herencia”.
Y ha de recordarse que Khomeyni partió, en avión de Air France, desde París donde estaba exiliado, a las pocas semanas de haber dejado el poder el último Shah de Irán (el 16 de enero de1979), habiendo recibido todo el apoyo del entonces presidente de la República francesa, Valery Giscard d´Estaing, y de la progresía francesa, entonces de moda, encabezada por Sartre, la feminista Simone de Beauvoir y Michel Foucault, muertos prematuramente este último y su compañero por intimidades arriesgadas, y calificado por Nahavandi y Bomati de un “entusiasmo patético”, considerándolo ahora, en 2024, visto lo visto, de ridículo.
A tenor de lo ocurrido con la llamada “revolución islámica”, nacida en 1979, fueron ridículas las siguientes palabras de Foucault, como tantas otras suyas: “El acto principal va a comenzar: el de la lucha de clases, las vanguardias armadas, del partido que organiza las masas populares. Y Khomeyni es un santo hombre exiliado en París”. Después vendrían los Pasdarans o Guardianes de la Revolución islámica, una organización militar creada en 1979.
Y Simone de Beauvoir, sostenedora en principio de Khomeyni y del movimiento islamista, luego le gustó menos, escogiendo el silencio, y ello cuando el ayatolá decidió, entre otras medidas, imponer la hidjab a los iraníes, prohibir la píldora, restaurar la repudiación, bajar la edad de las mujeres a los 9 años para contraer matrimonio y criminalizar el adulterio y la homosexualidad, las flagelaciones públicas, etc.
Miseria, pues, de la progresía e “inteligencia” tan francesa, la de los años sesenta y setenta del pasado siglo, y tan trascendente incluso para la Europa de ahora.
Continuará.
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