Tuvo lugar en Oviedo el último día 15.
Lo que se verá, escuchará o leerá seguidamente (dependerá del receptor) se dijo
en el acto filarmónico del Teatro Filarmónica ovetense, y diferente a lo presentado
en Gijón, para sorprender al autor.
MÚSICAS CELESTIALES Y CUERPOS FRÁGILES
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PORTADA DEL LIBRO |
En el libro de
don Alberto relucen compositores, directores de orquesta e instrumentistas,
todos –eso si- sublimes y exquisitos, empero con unos cuerpos muy distintos y
más o menos frágiles, como los nuestros. Unos derechos y largos como espárragos,
con piernas largas como alambres; otros redondos y achatados como botijos, con piernas
cortas y torcidas.
Muchos músicos
fueron asimétricos, con orejas de distinto tamaño y con glúteos de diferente volumen,
uno gordo y otro delgado. El caso del compositor norteamericano Gershwin
(página 118 del libro) fue dramático. Contó acongojado los pelos de la cabeza que
le iban cayendo durante el sueño nocturno, y le ocurrió lo peor: quedó calvo y
de calvicie total, dejando ver en vida su calavera de muerto.
¡Cómo no iba a
provocar neurosis, o sea, frustración, la genialidad musical, el llamado arte
de las artes, el más sublime (Leibniz llegó a escribir que
Musica est exercitium metaphysicae occultum y el loco de
Schopenhauer escribió que la música nos daba los
universalia ante rem), estando los genios musicales encerrados en cuerpos
o cuerpecitos humanos!
El sabio
zamorano -cierto luego no imposible- Agustín García Calvo, en una entrevista
publicada en el diario El País el día 19 de abril de 1999, decena de años antes
de fallecer y de ser enterrado en Zamora, exclamó: ¡Estamos mal hechos! Y, más
adelante, en esa misma entrevista, remató: ” El yo está roto y es un mal
constitutivo” (mi memoria, mi mnemosýne,
que no es como la portentosa de Toscanini (pág. 65 del libro de don Alberto)-, tiene
un problema muy serio: la tecla del borrado está estropeada y eso, al parecer,
no tiene solución, salvo que me abran la cabeza y la reparen, tal como asegura mi
boticaria, que coincide, en esto, con lo que dice también mi para-farmacéutica:
ni la “dormidita” que me dio una ni el jarabe de ortigas con pepitas minúsculas
de arándanos rojos que me dio la otra, fueron eficaces. Y, para imperfecciones,
lo que los espías romanos del Menphis egipcio dijeron de Cleopatra: que tenía
un sexto dedo en el pié izquierdo, un apéndice pequeño, extraño y arrugado.
Desde hace
años vengo dándole vueltas a lo de “mal hechos” del latinista García Calvo, con
fijación, casi obsesiva, en el intestino humano; en todo él, el grueso y el delgado,
que me parece una maravilla. ¡Qué curvas, qué colores tibios, qué
circunvalaciones laberínticas, qué meandros como de ríos, qué paredes! Y todo
para que por allí dentro circule la/nuestra porquería; una porquería cada vez
mas venenosa y que nos mata cada vez más (cánceres intestinales) consecuencia
directa de la porquería que comemos. Nunca la eme de m…estuvo más guapamente
envuelta como ahora, con tantos lujos y papeles de adorno, en los supermercados
más de combustibles que de comestibles por lo que está resultando.
. El
hombre intestinal o el hombre letrinal es el titulo de un libro que
tengo ya terminado y que no publico porque me da vergüenza eso, lo de los
libros, viendo y leyendo tanto pijerío (me remito a lo escrito en anterior
reseña, la del día 12). Mi experiencia letrinal fue muy intensa: primero en el
Ferral del Bernesga (León), de recluta, que, por mis despistes, fui arrestado por
el cabo 1º Picurri a limpiar letrinas de cientos de reclutas y soldados.
¡Terrible! Luego, en un viaje suicida a Teherán, sin visado, para comprar
discos persas y ver el National Garden y la Azadi tower, al lado del Bazar (palabra de origen persa, igual que
la palabra paraíso), cerca de la mezquita Motahhari, había unas letrinas innumerables
y unas colas ingentes, y me puse, necesitado, a la cola. ¡Terrible! (por
cierto, que del Palacio de Nievaran fotografié hasta el que fue retrete de Farah
Diva, guiado por un guarda de la Revolución).
¿Cómo es
posible que “almas” de sensibilidad extrema –genios musicales-, pudieran, con
naturalidad, mantener una relación pacífica con sus cuerpos respectivos? Narra don
Alberto en su insólito libro casos muy curiosos. ¿Cómo no iban a experimentar algunos
músicos tanatofobia, cuando la muerte les daba una sola salida: que el cuerpo
se descomponga en una tumba? Ahora, por cierto y en cambio, tenemos dos para
una alternativa: pudrirnos en tierra y nichos, o que nos quemen. Y esto lo está
escribiendo –lo quiero dejar muy claro- quien no es materialista, sino
“espiritualista” y creyente en transcendencias (¡Dios mío, por qué nos haces
esto!).
Y ¿cómo los
humanos hacemos el amor? Los poetas, cantantes del amor, escriben unas mentiras rimadas tremendas.
Reconozco que mi precisión de relojería se lleva mal con las necesidades de los
sonetos y cuartetas de los poetas. Por eso, sólo leo poesías de Rilke, Seferis
y Quevedo. A veces los poetas
–siento decirlo-, cuando escriben del amor, me parece que tienen ocurrencias de
célibes solitarios o de onanistas rancios, los más rancios son los de mesa
camilla. Por el contrario, los que lo saben bien como se “hace” el amor al
humano modo, escriben cosas tremendas: “Metemos los dedos y por todos los
sucios agujeros…” (eso y más lo escribe Rafael Chirbes en Crematorio, Anagrama, 5ª Ed. 2015, página 234). Un sexo
extravagante (todo por fuera y colgando), el masculino, confrontado
¿enfrentado? al sexo intravagante (todo por dentro y estático), el femenino. Cuando
los dos sexos son del mismo palo, extravagantes o intravagantes, menudo
problema y qué de dificultades añadidas…
Me resulta
raro que los músicos, artistas de lo sublimen, no lleven trajes especiales o
uniformes que tanto tapan y que tanto “tranquilizan”, pues no hay profesión con
un grado importante de simbolismo y de aspiración a lo sublime que no tenga como
distintivo de vestimenta prendas decoradas con colores: los ropajes de
cardenales y obispos, a base de rojos y morados; los trajes de luces de los
toreros, marcando lo que hay que marcar para que quede claro frente a una
“hembra” que es toro; los uniformes de los militares, de “amores de Patria”,
cargados de medallas; y las togas de los
jueces que tratan de hacer lo que dicen que hace Dios –debo señalar que la toga
de los jueces españoles es de una austeridad total, a diferencia de los jueces
alemanes que se colocan gorritos y de los franceses que se tapan con armiños. Y
escribo de ropas y de defensas corporales: nada, por supuesto, que reprochar al
amor a Dios, la valentía taurina, el amor a la Patria o los escrúpulos de
Justicia.
Y de vestidos
especiales, los músicos, nada, casi nada: alguna pajarita y nada. ¡Si los
músicos tuvieran floridos ropajes, cuántos suplicios se hubiesen ahorrado a la
hora de subir a escenarios y orquestas! (en la lengua griega de Sófocles la orchesta era el lugar de la danza). Para
músicos, con problemas en piernas y brazos, lo mejor, sin duda, es una capa
verde o azul fosforitos, como las corbatas de directivos (fosforito). Es una
pena que la capa, tal útil para mancos sólo la usen los de La Alberca
(Salamanca) y los de las cofradías gastronómicas del buen queso o del buen
picadillo.
El compositor
Gershwin, el calvo, según el libro de Alberto Zurrón…Estacionamos aquí y continuaremos
el día de Navidad ¡lo siento! es que me queda la traca tercera y final.
Y termino por
hoy: Cuando me encuentro personas que “dan a entender” que son perfectos o
casi, de cuerpo y de alma, me descojono por verlos majaderos, y como eso suele
ser bastante frecuente, ya se podrán imaginar los lectores (masculino genérico,
que incluye a las lectores) lo divertido que lo paso. ¡Oiga, oiga, que esos lindos
tienen el mismo problema: sus hijos son de alta capacidad, según dicen en la
APA de la respectiva “comunidad educativa”!
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Y ahora, lo de
las fotografías, con carácter excepcional:
La foto
primera es de un importante cuadro, que está en un museo no español. Ese mirar
discreto, como detrás de una barrera, es lo aconsejado para leerme, pues una
excesiva exposición –lo reconozco- puede ser no procedente por atrevida.
La foto
segunda (verano 2014) es de una amapola encontrada en un
secarral, junto al camino (tierras de Zamora), de pisar mucho polvo. Se
perturbó la intimidad de la amapola, cuando enseñaba sus genitales, que,
naturalmente, no son perfectos, aunque casi. Se puso un tanto borrosa y no insistí
por respeto.
La foto tercera es de un uniformado. A mi me gustan los uniformados gordos, muy gordos, como los toreros gordos muy gordos.
La foto cuarta (verano 2015) es de un “cuerpo”, que cada cual vea lo que quiera. Diré
solamente que es una escultura al aire libre, que estuvo expuesta en un pueblo
del León profundo, de mucho vino y pasas: Gordonzillo.
Y la foto quinta es de mi sombra (verano 2014), en camino pisando polvo y muy cerca de la
sexual amapola. La fotografía quiso añadirme un “gorrito”, a modo de solideo,
que, por supuesto, no llevaba (mi querida directora de La Nueva España se
empeña en llamarme “vaticanista", cuando, en verdad, lo que soy es teólogo).
Nunca creí que fuere así por
detrás.
Ángel Aznárez.