Acaba noviembre, un mes en el que -sin que yo entienda la razón- se me acumulan siempre desagradables recuerdos. Es raro el que me libro. Éste tocaba de nuevo una mala experiencia. Suerte que hoy es el último día y pronto –espero- todo lo negativo que me ha sucedido pueda pasarlo a la recámara del olvido. Aunque el próximo noviembre –si es que lo hay- vuelvan a mi los pesares. Curiosamente, casi todos los años tengo algo que añadir; y cuanto mayor me hago más se debilita mi poder de recuperación. Juro por Dios, en quien creo a mi manera, que el hecho de tener la vejez pegada a los talones me ha hecho mucho más tolerante, lo entiendo casi todo, y lo padezco hasta con cierta resignación. Lo que no es óbice para que me duelan profundamente las estocadas que cercenan mi alma: no he conseguido endurecerme con el tiempo. Hoy, que no estoy bien, lo considero una desventaja; mañana, o pasado, o cuando vuelva a ilusionarme, seguro que agradeceré no haber perdido esa capacidad –puede que hasta un poco infantil- de sentir y disfrutar las cosas pequeñas; o esas a las que te entregas abiertamente sin darte cuenta que cuanto más pongas, cuanto más expongas, mayor será la decepción. Pero bueno, así es la vida.
Un mes de noviembre se fue mi padre, también en noviembre se murió un niño. Pocos años después, en la misma fecha ,me abandonó el abuelo que me quedaba. Y mi amiga Gloria, que era como mi hermana, no sé por qué extraña razón decidió hacerlo una vez más en otoño. También Avelino, el marido de Lidia se fue a principios de este mes. Hoy, treinta de noviembre, soy yo la que se muere un poquito. Tranquilos, que respiro no hay ataúd, sólo penitas revoloteando por mi ingenua cabeza. Una persona, a la que mucho quería, con algunas trampas y muchas mentiras me convirtió en basura. Y allá me ando cabizbaja y taciturna, camino del reciclaje. Intentando recuperar mi autoestima, tratando de rescatar mi alegría del pozo en que ha quedado enterrada. Y esta vez no le puedo echar la culpa a la enfermedad, que es quien casi siempre me ha arrebatado los seres más queridos. No es el caso. Han entrado en juego las miserias humanas que tantas veces nos acompañan muy a nuestro pesar. Siento que se han reído de mí ingenuidad, siento que me han utilizado, siento que fui juguete que no importó romper. Lo peor de todo: a cambio de nada. Y es bastante difícil en esa circunstancia no sentir rabia. Lo reconozco, la siento. Pero para ese veneno tengo el mejor de los antídotos, las enseñanzas de un hombre bueno, Fernando, que antes de irse –cogiéndome la mano y ya asiendo la de Dios, porque en el cielo le esperaba- me dijo: sé siempre persona buena y alegre, no cambies nunca. Y en ello estoy. Fernando, por fa, échame una mano que hoy estoy jodida (que no haya alarma, la palabrita está recogida en el diccionario, y vale como taco menor).
Un mes de noviembre se fue mi padre, también en noviembre se murió un niño. Pocos años después, en la misma fecha ,me abandonó el abuelo que me quedaba. Y mi amiga Gloria, que era como mi hermana, no sé por qué extraña razón decidió hacerlo una vez más en otoño. También Avelino, el marido de Lidia se fue a principios de este mes. Hoy, treinta de noviembre, soy yo la que se muere un poquito. Tranquilos, que respiro no hay ataúd, sólo penitas revoloteando por mi ingenua cabeza. Una persona, a la que mucho quería, con algunas trampas y muchas mentiras me convirtió en basura. Y allá me ando cabizbaja y taciturna, camino del reciclaje. Intentando recuperar mi autoestima, tratando de rescatar mi alegría del pozo en que ha quedado enterrada. Y esta vez no le puedo echar la culpa a la enfermedad, que es quien casi siempre me ha arrebatado los seres más queridos. No es el caso. Han entrado en juego las miserias humanas que tantas veces nos acompañan muy a nuestro pesar. Siento que se han reído de mí ingenuidad, siento que me han utilizado, siento que fui juguete que no importó romper. Lo peor de todo: a cambio de nada. Y es bastante difícil en esa circunstancia no sentir rabia. Lo reconozco, la siento. Pero para ese veneno tengo el mejor de los antídotos, las enseñanzas de un hombre bueno, Fernando, que antes de irse –cogiéndome la mano y ya asiendo la de Dios, porque en el cielo le esperaba- me dijo: sé siempre persona buena y alegre, no cambies nunca. Y en ello estoy. Fernando, por fa, échame una mano que hoy estoy jodida (que no haya alarma, la palabrita está recogida en el diccionario, y vale como taco menor).