Ha llegado el mal tiempo, la lluvia, el viento, el frío… Ya salieron definitivamente del armario los abrigos, los guantes, las botas, y demás prendas de abrigo propias de este tiempo: estamos en invierno –aunque la estación no entró aún-. Y sigo yendo a la playa. Puede parecer algo extraño, pero no lo es en absoluto. Como yo, otras muchas personas lo hacen. Si en verano es atrayente, no lo es menos en invierno. Y no digo que para tomar el sol o bañarse, aunque todo es posible. Lo primero, hoy no pudo ser: Lorenzo no se asomó a su concha; lo del baño ya es otra cosa. Concretamente esta mañana de domingo, a las doce del mediodía, con 12 grados de temperatura ambiente, cinco aguerridos valientes (tres mujeres y dos hombres), se adentraban en la mar como si tal cosa ante la mirada entre atónita y sorprendida de los paseantes, que enfundados en ropa de invierno contemplaban –contemplábamos- la valiente hazaña. Pero no eran los únicos que había en el agua: los surferos se afanaban en subirse a una ola que nunca llegaba, si bien la mar estaba agitada, revuelta, olas para surf…, no. Pero su presencia entretenía y animaba a la concurrencia: paseantes domingueros de la más variada condición. Señoras vestidas de domingo asidas del brazo de su marido camino de la misa de una de San Pedro; viejos solitarios, encorvados, sin intención alguna por enderezar su cuerpo; viejas, erguidas, sin intención de encorvarse. Grupos de mujeres de edad indefinida, caminando a toda velocidad sobre horripilantes playeros, vestidas con antiestéticos chándales de colores que resaltaban aún más esas protuberancias que acarrea la edad y que son el motivo de tan agitados y sudorosos paseos. Fotógrafos domingueros, dispuestos a capturar una gaviota que se posa sobre el ocle, los desperfectos del pasado temporal, la novia que se arrima a la barandilla para inmortalizar el momento…,cualquier imagen que puedan llevarse a casa. Pasan algunas bicicletas sorteando los paseantes, una pareja patinando y perros, muchos perros junto a sus amos ansiosos por corretear por la arena. Luego estamos nosotros, los que vamos aislados, caminamos enfundados en minúsculos cascos, ensimismados en la música. Todos, cada uno a nuestra manera, damos vida en invierno a la playa. No importa que llueva -como sucedió hoy-, ni que arrecie el frio, la playa nunca es aburrida. Además, hoy, las fuertes mareas arrastraron muchas algas al arenal, el olor a mar, el olor a ocle… ¡Qué maravilla mi playa!
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