(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
El año en el que España
celebraba, tras la larga noche de la dictadura, sus primeras elecciones
democráticas a Cortes y el mismo año en el que el diario decano de Asturias, El
Comercio, cumplía su siglo de
vida, desaparecía uno de los más importantes representantes del asturianismo
cabal, de ese amor a las raíces que huye del empingorotamiento y se hunde hasta
las cachas en el lenguaje franco y lógico del pueblo soberano. El martes 15 de
noviembre de 1977 moría a los 49 años de edad el periodista y escritor JOSÉ AVELINO MORO
FERNÁNDEZ, nacido en Infiesto en 1928 pero gijonés de cabeza a pies
desde su infancia, dejando una estela de profesionalidad, afecto y cortesía que
haría decir a La
Nueva España que era «hombre cordial, servicial y con inquietudes
artísticas que supo ganarse las simpatías de muchos sectores gijoneses».
José Avelino Moro fue una persona activa y comprometida con su época y con
el desarrollo sociocultural de su entorno. Al conocerse la noticia de su
fallecimiento, le presentaron sus respetos numerosas instituciones de la
ciudad: Museo del Pueblo de Asturias, Coro Asturiano de La Calzada, Club Hípico
Astur, Real Sporting de Gijón (el miércoles 16 se guardó en El Molinón un
minuto de silencio en su memoria en el partido de Copa del Rey que enfrentó al
Sporting con el Tudelano y que se saldó con un 5-1 a favor del equipo local),
Unión Ciclista Gijonesa, Cooperativa de Aguas de San Martín de Huerces,
Cooperativa de Viviendas de Nuestra Señora de Loreto, Centro Gallego de Gijón (Moro había
prestado su concurso para que pudiera adquirir nuevo local), Delegación
Provincial de Unicef, Antiguos Alumnos de don Joaquín Martínez Blanco, etc. Y,
por supuesto, sus compañeros de la redacción de El Comercio y sus amigos
del bar Casa Paulino. Al multitudinario funeral que se celebró el día 16, a la una de la tarde, en
la iglesia de San Lorenzo, y previo al entierro en el cementerio de Porceyo,
donde reposan sus restos, asistió una nutrida comitiva del mundo político,
judicial, deportivo, artístico y periodístico asturiano.
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"MORO A LA VUELTA" |
Escritor englobado en la segunda
promoción de posguerra, firmó en su periódico secciones leidísimas como “Carta a
Pepín el concejal” (1966-1972), “Del coleccionismo gijonés” (1971-1972), las
andanzas de sus personajes de ficción Tadeo y Balba, o las relacionadas con la
información deportiva (ciclismo y fútbol coparon, prioritariamente, sus
predilecciones); fruto de tal devoción sería su Historia
sucinta del Real Sporting de Gijón (Imp. La Industria, 1972, 158
páginas), que antes que en formato de libro salió por entregas en la prensa.
Además, Moro
donó material impreso a la
Hemeroteca que Luis
Adaro formó en la Cámara
de Comercio gijonesa; fue el responsable, según ha relatado J. Fuertes, de
bautizar al protagonista de la tira cómica de Olmo como Pepín de Celes. A esto
habría que añadir su implicación pionera en la puesta en marcha de la gran
institución recuperadora de la rica cultura regional, ya que, como escribió en
1976 Carmen Díaz Castañón, «estamos ante un
hombre muy preocupado por todo lo astur, promotor del museo etnográfico del
Pueblo de Asturias, defensor de los hórreos, ferviente conservador de todas las
tradiciones». Propietario, como nos indica la Gran Enciclopedia Asturiana,
de una «exhaustiva
colección documental sobre el hórreo», sus afanes proteccionistas e
indagadores en el pasado y las tradiciones vernáculas fueron recompensados con
su elección como miembro correspondiente del Instituto de Estudios Asturianos
en 1971. Tres años antes, el investigador asturianista Luis Argüelles escribió que Moro era «gran asturianista, dominador con gran donaire del dialecto
bable», al que se debe la creación de «un neologismo, carísimo para todo el nacido
en esta región, el verbo asturianear,
que encierra en su concepto un sinfín de actividades nobles en pro de Asturias».
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Portada de QUINCE HISTORIES DE BALBA (Biblioteca de Asturias) |
Moro nos ha legado una ingente cantidad de crónicas y reportajes periodísticos,
pero ello no debe hacer olvidar sus principales aportaciones, como digno y
aplicado discípulo de Adeflor: dos libritos de 37 páginas
cada uno que editó El Comercio e imprimió La Industria en 1969 y 1970 y que tituló Quince histories de Tadeo y Quince histories de Balba, respectivamente. En
los mismos, recrea vivaces estampas del discurrir cotidiano, animadas humoradas
costumbristas que sacan punta a las situaciones más festivas y debajo de cuya
socarrona ironía asoma una irrefrenable voluntad de examinar y condenar
tenuemente la corrupción de ciertas conductas. Moro hace patria de su asturianía, la
cual no choca jamás con su españolidad, incluso en el colofón del libro, pues
en Quince histories de Balba se lee que terminó
de hacerse «siendo
la Era Astúrica
MMVIII y años del nacimiento de Cristo MCMLXX en el día de Santiago Apóstol,
patrón de España».
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Portada de QUINCE HISTORIES DE TADEO (Biblioteca de Asturias) |
Las Quince
histories de Tadeo vivieron
primero en las columnas de El Comercio, donde se insertaron
entre el 12 de junio y el 4 de julio de 1968. Son sus títulos los siguientes:
“La ciudá de Miranda”, “La toma de contactu”, “Non diga mentires, don Pablo”,
“Usté ye de los míos”, “Los güevos y la gallina”, “A taconazu llimpiu”, “Del
munchu tapar a...”, “En sin pegar güeyu”, “Qué pena, doña Consuelo”, “La caleya
sin salida”, “Vaya un remediu, fía”, “Vieni a vete, Balba”, “Un buen remediu”,
“Mañana vo celebralo” y “Tá la tormenta enriba”. Por su lado, las Quince histories de Balba las recogió el
mismo diario entre los días 3 y 26 del mes de junio de 1969 y fueron éstas:
“Que non s’entere la Virxina”,
“P’el mediu y p’el delanteru”, “La xente del pueblu”, “P’antigua, abasto yo”,
“Visita a les buates”, “Co la rodiella al pescuezu”, “Agárrame, o tírome al
mar”, “Y... tou a media lluz”, “Eso paezme un mazcaritu”, “En mío pueblu
llámense arrugues”, “Una mazcá a tiempu”, “Tate quietu, magüetu”, “Un quexíu a
tiempu”, “El paisano de la bona paga” y “Lo del raposu yera mentira”.
Las historias de Tadeo y Balba
dispusieron de dos presentadores de campanillas. El prólogo de Quince histories de Tadeo lo rubrica Luis Argüelles, primer director del
Museo del Pueblo de Asturias, el cual recuerda que es obra «corta pero larga
en gracia y picaresca», en la que «a los no avisados les parecerá historia
inverosímil, pero ha de advertirse que a través del montaje literario hay mucho
de verdad; hasta me atrevería a decir que todo es verdad». El
anfitrión que se buscó Quince histories de
Balba no tenía menos quilates: Emilio Palacios, el dramaturgo exiliado de Lenguateres
y Bartuelu va pa l’Habana. Palacios se extiende así sobre las andanzas de Balba: «No comprendería a
Balba sin el bable; porque el bable –¡ay, falar melgueru!– lo dice todo. Y
hasta juraría que Balba y Tadeo son tal para cual, algo así como prototipos que
el ingenio zumbón de José Avelino Moro quiso –porque sí o porque le vino en
real gana– plantarnos ante las narices para que nos enteremos de que las
tradiciones no mueren y que siempre alientan en las gentes sencillas que vieron
la luz primera en una quintana a la que arrulla el rumor de los maizales. Estas
quince historias son como quince estampas del trasfondo astur. Floridas de
inocencia. En áspero batallar contra usos y costumbres que no son nuestros por
ser de todos».
A modo de epílogo se incluyen dos
composiciones poéticas, una de Luis
Aurelio en Quince histories de Balba y
otra de quien fuera el último cronista oficial de Gijón, Patricio Adúriz, en Quince histories de Tadeo,
que le brinda un soneto que reza así:
Como hermanos que emprenden la andadura
por la
Asturias del roble y el castaño,
tal parecen brotar de un mismo caño
pincel, inspiración y travesura.
Es el bable feliz apoyatura
que trasiega al presente ecos de antaño
con murmurios de esquilas en rebaño
y decires de rústica textura.
Mar y cumbre. Quintanas. Maizales.
Por el cielo saetas de pardales
que burilan lo azul con su aleteo.
Y en el surco, sudando su destino,
encallece la mano un campesino
a quien Moro historió como Tadeo.
Acerca de estas dos entregas
bablistas de José
Avelino Moro nos habla Begoña
Díaz González en la Historia de la lliteratura asturiana (pp. 394-395) que
dio a luz la Academia
de la Llingua
Asturiana en 2002. Sobre Quince histories de
Tadeo apunta: «Tadeo ye un personaxe tratáu con tenrura pol autor. A pesar
de les situaciones gracioses nes que se mueve, ye intelixente y présta-y pola
vida conocer xente, ye una persona abierta. Hai un ciertu conteníu social,
porque fala de los aviones del añu 36, del abusu de poder de los conceyales de
Xixón, de l’autoridá del guardia que toma por desobediencia cualquier enquívocu.
Apaecen igualmente referencies a lo distinto de les costumes ente la vida
llabradora y la urbana». En lo que concierne a Quince
histories de Balba, escribe esto otro sobre las peripecias de la
protagonista, esposa de Tadeo: «Ye una muyer intelixente ya independiente y, cola sida de
los díes que pasa en Xixón, lo que se fai ye una crítica de la perda de les
costumes asturianes, del afán de la xente por ser igual que tol mundu, que ye
causa de que s’escaezan los rasgos d’identidá».
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Primera de las historias de Balba (imagen, Biblioteca de Asturias) |
Ambos cuadernos, además, resultan
perfectos y primorosos álbumes del estado actual, a finales de los 60, de la
actividad ilustradora, ya que cada historia va acompañada de una pieza gráfica debida
a firmas de distinta categoría. La portada de Quince
histories de Tadeo es nada menos que de Nicanor Piñole y la de Quince histories de Balba de Marola. En Quince histories de Tadeo colaboran con dibujos
alusivos a los minicuentos de Moro, artistas como: Lara, Marola, Niembro, Magín Berenguer, Nani
Magdaleno, Emilio Vera, R. Crespo Joglar, F. Wes, Antonio Mendibil,
Elías Díaz, Adolfo Gustavo Pérez, Luis
Argüelles, Juanjo, Agustín Coletes y Alfonso, quien suministra dos trabajos. En Quince
histories de Balba intervienen con sus instantáneas en tinta
china: Florentino Soria, Fernando, J. L. Iglesias, Manés F.
Moliner, José Luis Suárez Torga,
Jesús Ángel García, Manuel Luis Martínez, M. Rea, Prida, J. Magdalena, José Manuel Fueyo, M. Merás, Carlos Roces y
Enguix.
Moro afrontó largo tiempo la enfermedad que padecía, como subrayó al día
siguiente de su muerte quien fuera su director, Francisco Carantoña: «Le vi luchar durante años y años manteniendo, con un
esfuerzo que obligadamente tenía que ser heroico, una impresionante apariencia
de normalidad cuando el mal que ahora le ha llevado a la tumba comenzó a minar
su cuerpo sin doblegar su espíritu. Todavía hace una semana trabajaba con
normalidad, como si la dolencia implacable que sufría no tuviese ya ganada la
batalla. Más allá de su diligencia, de su brillantez o de su inquietud, José
Avelino Moro nos deja a todos los que trabajamos con él una impresionante
lección de entereza».
El año de su muerte José Avelino Moro
publicó varios artículos en su periódico (uno de ellos puede verse en una de
las imágenes que ilustran este artículo).
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Una de las últimas colaboraciones de J.A. Moro en "EL COMERCIO", el mismo mes de su muerte |
Queremos rescatar ahora el que al
principio de enero dedicó al pintor Nicanor Piñole en su nonagésimo noveno
cumpleaños:
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Moro, Alfonso Iglesias, Piñole y Marola (foto Encinas) |
Ayer cumplió noventa y nueve años don Nicanor Piñole. La
importante efemérides fue celebrada en casa del ilustre pintor, donde el
matrimonio Piñole recibió el afecto de un grupo de amigos íntimos que una vez
más estuvieron al lado del maestro para testimoniarle su admiración.
En los prolegómenos del ágape que fue servido se
entregaron a don Nicanor varios presentes. Una hermosa pipa de cerámica holandesa
hizo a don Nicanor pasar unos momentos llenos de satisfacción. En cuanto la
pipa estuvo en sus manos dijo que quería probarla para saber cómo tiraba.
Enriqueta, que atiende a su marido en todos estos pequeños detalles que tanto
pueden contribuir a hacerle feliz, buscó tabaco y a los cinco minutos ya estaba
el maestro fumando tan campante.
Un monumental pavo, criado en la finca que el matrimonio
Piñole tiene en Cabueñes, exprofeso para este día, presidía, junto con una
tarta de dos pisos con noventa y nueve velas, la mesa en torno a la que se
fueron sentando la veintena de personas que asistieron al acto.
Entre los asistentes se encontrada don Francisco Serrano
Castilla, delegado provincial del Ministerio de Información y Turismo. Estaba
también el reverendo padre Pablo, sacerdote oficiante en la ceremonia de boda
de don Nicanor Piñole con doña Enriqueta Ceñal, así como varios amigos que sin
duda eran una digna representación de esa extensa élite que sienten afecto por
el gran maestro que entra en la antesala de cumplir cien años, conservando una
más que aceptable vitalidad, hecho que quedó reflejado ayer a lo largo de esta
fiesta íntima.
Don Nicanor sigue con buen apetito. Precisamente cuando
le estábamos preguntando por su estado nos mostró un chorizo a la sidra que
estaba comiendo.
–Esto indica que, por lo menos, de estómago estoy bien,
nos respondió don Nicanor.
Así fue, a grandes rasgos, cómo el ilustre y laureado
pintor gijonés celebró su noventa y nueve cumpleaños. Al dar cuenta de tan
importante efemérides aprovechamos la ocasión para enviar la más efusiva
felicitación a don Nicanor Piñole, felicitación que hacemos extensiva a su
esposa.
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Fernando Adaro descubriendo la placa en la Casa de los Valdés |
José Avelino Moro sería homenajeado el 11 de diciembre de 1977 en el Museo
del Pueblo de Asturias, donde tras una misa cantada por el cuarteto del maestro
Guridi, se descubrió una placa con su nombre en la sala de cerámica de la Casa de los Valdés. Después,
silencio.
Así llegamos al final de este
grano de arena particular en la reivindicación de un hombre que pervivirá en
sus escritos, como les sucede siempre a los autores de valía. Y el día de su
onomástica, no podemos por menos de lamentar que, durante las tres décadas
largas que hace ya que falta José Avelino Moro Fernández, la sociedad astur,
poco civilizada a la hora de reconocer deudas y otorgar laureles, se haya
mostrado más madrastra que madre con la labor del artífice de Balba y Tadeo.
¿Cuánto más continuaremos sangrando por esta llaga imperdonable?
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Belén Encinas ha rescatado del archivo de su padre esta foto que me regaló. Mejor ocasión que ésta para publicarla no la habrá.
En ella: Moro (primero por la izquierda), Lucía (primera periodista de "El Comercio"), y ya sin orden, porque algunas caras no las reconozco: Carantoña, Mauro Muñiz, Arturo Arias, Tomás Montero Entrialgo, Vegafer...
Se trataba de un almuerzo de hermandad de los empleados de "El Comercio". ¿El año? No lo puedo precisar, pero mil novecientos sesenta y muy poco.
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