De refilón, porque no me entretienen demasiado esos boatos públicos televisivos, he visto la entrega de los Premio Príncipe de Asturias, a los que muchos de mis conocidos han acudido. He tenido que realizar varias llamadas y la respuesta era siempre la misma: estoy entrando en el Campoamor. Momento en el que dejé lo que estaba haciendo para ver si entre esa multitud localizada alguna cara conocida: había muchas. Algunas cercanas a mi entorno y otras conocidas por su popularidad televisiva. Me llamó la atención Yelene, la joven atleta rusa que lleva a sus espaldas tantos retos mundiales como años tiene: 27. Aparentaba ser la persona más feliz del evento y puede que también la más sacrificada. Yelene desbancó en simpatía, elegancia y proximidad al público asistente a la mismísima Princesa Letizia que, tal vez sometida al riguroso protocolo, esbozaba una estudiada sonrisa. Puede que le molestasen esos terribles zapatos de altura incalculable que tienen que ser muy difíciles de soporta, o puede que estuviese aburrida de tanto boato. Conocí a Letizia el mismo año en el que se anunció su compromiso matrimonial. Fue en su último acto de periodista, coincidimos en el patio del Reconquista y me llamó la atención porque ambas llevábamos el mismo traje, creo que era gris. El mío, y el suyo creo que también porque eran idénticos, comprado la víspera en El Corte Inglés para la ocasión. No era de una firma conocida, en todo caso de una firma de esas de poco pelo pero que dan el pego. Entonces ella no era princesa simplemente cubría la información de un acto importante. Era una chica sencilla, mona, natural y espontánea. Ahora ya me sería muy difícil identificarla con aquella joven resuelta, alegre, que corría detrás de los premiados en busca de unas declaraciones: no se parece en nada. Ya no lleva un traje de unos grandes almacenes, ni un bolso de imitación, ahora lo que más interesa de su vida es quien diseñó el traje que luce, y lo zapatos, y los complementos y si sonríe o llora en el momento adecuado. Y yo me pregunto, ¿será feliz? Feliz se mostraba Yelene, que recogió el premio moviéndose con gracia en el estrado, alegre, sonriendo, y seguro que hasta se saltó el protocolo. Yelene fue la princesa de cuento de hadas de estos premios.
sábado, 24 de octubre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
LAS HORAS BAJAS DE MI OTOÑO
Tiene el otoño un no se qué, que siempre me sume en lo que llamo mis horas bajas. Irremediablemente, desde hace bastantes años, al llegar estas fechas sufro un descalabro emocional, como si de una maldición se tratase, que me sumerge en un letargo que merma considerablemente mis ganas de vivir. Posiblemente lo único que sucede es que mi trayectoria vital emula a la naturaleza y toma conciencia de que algo tiene que morir para renacer allá en primavera. Pero falta tanto…Me temo que algún ser querido, ya demasiado mayor, aproveche la ocasión para dejarme. Como lo hizo mi queridísima abuela (artífice de los días más felices de mi infancia) un 9 de noviembre, o mi padre un 16, también de noviembre, por citar algunos. También temo que alguno de mis sueños se rompa, casi siempre es así. De esos sueños que se forjan con el calorcito del verano, que apuntan en todas direcciones y que luego se desvanecen como las hojas de los castaños de la Plazuela de San Miguel; lugar por el Obladi y yo damos un diario paseo. Incluso al atardecer, si el tiempo lo permite, solemos sentarnos en uno de sus bancos y desde allí vemos la vida pasar. Sus jardincitos, que suelen estar muy cuidados, nos van anunciando las estaciones: verdes y floridos no hace nada, en primavera; y secos, mustios y amarillentos ahora. Creo, sé con certeza, que soy parte de esa naturaleza, inútil tratar de florecer en otoño. Como mucho, sobrevivir hasta la primavera, que no es poco.
domingo, 4 de octubre de 2009
¿QUÉ HACE EL DEFENSOR DEL MENOR POR LOS NIÑOS DE LA CAÑADA REAL QUE VIVEN DE LA BASURA?
El número de pobres que se concentran en los cinturones de las ciudades crece de manera alarmante. Ya no hace falta pensar en África o en Latinoamérica para toparse con gentes en el umbral de la pobreza, con dar una vuelta por el cinturón de Madrid es suficiente, por no mencionar el de Sevilla y seguro que en muchos otros de nuestra geografía sucede lo mismo. Concretamente, en Madrid muchas familias (me dijeron que algo así como 30.000 ) viven en chabolas, se alimentan de las inmundicias que otros más afortunados dejamos caer de nuestra mesa; se surten de los restos de los armarios roperos y de aquellos electrodomésticos que tiramos a la basura para comprar la última novedad del mercado. He leído recientemente un informe confidencial, porque estas cosas vale más que no se sepan, que dice que en la Cañada Real, un poblado a 15 kililómetros de la capital, los niños de las chabolas están desnutridos, conviven con las ratas, carecen de lo más elemental para vivir con dignidad. Son, en su mayoría, gitanillos graciosos, de vivarachos ojos, simpáticos, alegres: niños. Conviven con padres que la mayor parte de las veces no se tienen en pié, por el alcohol, por la droga, por el paro, por razones que produce la propia miseria. Y eso sucede ahí mismo, en Madrid, en una ciudad que tiene un flamante Defensor del Menor que no hace nada. Miento, algo sí, porque no hace mucho lo he visto en televisión defendiendo con verborrea vomitiva la privacidad de los hijos de los famosos que salen en las revistas del corazón, que me parece muy bien y supongo entrará dentro de sus competencias. Pero, desde mi ignorancia, pienso si se habrá parado a pensar ese buen señor que a pocos Kilómetros de donde él hacía esas declaraciones había niños viviendo de la basura. Los niños de los famosos, que suelen vivir en la opulencia, tienen derechos, faltaría más que yo lo pusiese en duda. Pero, ¿y los otros?, los que “cargan”, porque así es, con unos padres borrachos o drogadictos, los que rebuscan en las basuras algo que llevarse a la boca, ¿quién defiende esos derechos? ¿Tal vez, por el hecho de ser pobres, de haber nacido donde nacieron, no los tengan? ¿Esos niños no preocupan al Defensor del Menor? Ocuparse de los gitanillos no vende imagen, creando escuelas, visitando esos poblados, uno no sale en la tele. Yo tengo al respecto una duda, ¿el Defensor del Menos no se entera de esta cruda realidad, o es que no le importa? Sea cual sea la respuesta correcta lo mejor que hacía era marcharse para su casa y dedicarse a otra cosa para la que esté más capacitado: los menores no son lo suyo.
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