jueves, 30 de diciembre de 2010

EL DERECHO A MORIR EN PAZ Y DIGNAMENTE, artículo de José Marcelino García





JOSÉ MARCELINO GARCÍA ES DIPLOMADO UNIVERSITARIO EN ENFERMERÍA Y LICENCIADO EN ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS

La humanidad se halla (y cada vez se hallará más) en una situación radical y básicamente nueva. Entre otras cosas, porque a una gran parte de ella se le ha concedido, mediante los extraordinarios avances de la moderna medicina y genética, prolongar su vida, a menudo más de quince años. Sin embargo, este hecho bueno en sí, positivo y deseable, puede ser causa de que, en determinados casos, se llegue a un vegetar indigno y cargado, con frecuencia, de sufrimientos insoportables. Es decir: que el estado final de muchos pacientes puede llegar a estar (pese al gran desarrollo de la medicina) lleno de sufrimientos físicos y psíquicos durante semanas, meses y hasta de años.
Los que a menudo hablan o escriben sobre la muerte, rara vez han visto con sus propios ojos el estado final de un paciente; lo que dejan a sus espaldas miles y miles de enfermos en sus prolongadas e innecesarias agonías. Médicos, enfermeras, enfermeros y auxiliares sabemos bien que, en términos generales, la muerte es trabajosa, que solamente son unos pocos miles los que mueren de repente librándose misericordiosamente de sus dolores, que sólo uno de cada cinco seres humanos experimentan un tránsito lleno de paz, que incluso esa competición frenética de una medicina intensiva avanzada, termina, en muchos casos, en un rotundo fracaso.
Todo eso de la muerte del justo, del morir tranquila y serenamente son bellas palabras. Los profesionales de la medicina conocemos bien la repugnante realidad que, por lo general, caracteriza a la vida en sus últimos tramos. Que en la cama de cada enfermo pocas veces hemos visto dignidad en la muerte. Que el último acto en la vida de un ser humano está casi siempre lleno de miedo y angustia, de sudor y de dolor. Que el morir siempre (casi siempre) es un gritar entre tinieblas, aunque sea un gritar silencioso.
Nadie conspira contra la vida cuando un gobierno legisla a favor del derecho que tienen los ciudadanos a morir en paz y dignamente, sin degradación ni martirios corporales. Pero aquí enseguida se escuchan voces hablando de eutanasia.
Aunque el pasado y el presente están llenos de sus catastróficos errores, se levantan magisterios de condenación en lugar de orientación. Magisterios cautivos de una teología del dolor y el sufrimiento, como medios muy valorados por Dios para el perdón y purificación de los pecados.
Similares dificultades pusieron ante el control activo de la natalidad, que también interpretaron y condenaron como negación de la soberanía de Dios, sin reconocer que la vida, desde su comienzo hasta su final, ha sido confiada a la libertad, autonomía y responsabilidad humana. Cosas estas que de ninguna manera tienen que ver con la arbitrariedad, sino a decisión de conciencia.
Jesús de Nazaret nunca califico la enfermedad como un destino «dispuesto por Dios», que hubiera que aceptar «entregados a su voluntad». Por eso, no debería haber nadie que, en nombre del que resucitaba muertos, que liberaba a los oprimidos, que festejaba la vida y no le complacía en absoluto ni su propio sufrimiento ni el de los demás, dijera o pensara que a Dios le pudieran agradar los sufrimientos y dolores de los seres humanos e, incluso, el de los animales.
Ojalá que se nos conceda el deseo de que la muerte un día nos salga al encuentro repentina y suave, de un instante a otro, y así marchar de este mundo sueltos, ligeros como gamos en las rocas, como peces en la mar. El derecho una muerte en paz y dignamente.

2 comentarios:

  1. Artículo que me ha hecho pensar mucho. Hay que leerlo con mucha atención.Creo que dice muchas e importantes verdades...

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  2. Estoy de acuerdo con el comentario anterior. La postura que en el artículo se defiende ante problema tan importante tiene mucho valor por provenir de un licenciado eclesiástico.

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