Son las nueve de la noche del día 24 de diciembre de 2010: Nochebuena. Podría decir que estoy esperando que se sirva la cena. No es cierto, no habrá cena especial, por decisión propia consensuada con el resto de la familia. Pero ojo, no estoy triste por estar sola. Para decir toda la verdad, me acompaña el viejo Obladi. Me ha costado cierto trabajo convencer a mis hijos de que prefería quedarme en casa. Ellos cenarán con mi consuegra, mujer muy tradicional y que estoy segura los necesita más que yo; no sé si entiende mi posición, que no digo yo que sea buena, pero ahorra a mis chicos algún problemilla. A mi madre no me costó mucho convencerla, hace años que la Navidad dejó de tener demasiado sentido para ella. Y me consta que tampoco la echa de menos. Organiza el día a su aire: visita a sus amigas para felicitarlas, llama a quienes están lejos, se da una vueltecita por la ciudad, tal vez haya ido de nuevo a ver algún belén, comprado algún turrón furtivamente -haciendo caso omiso a su médico- y… a casa a descansar. Eso sí, no sin antes emplazarme para dar un paseo mañana. Si puede ser a primera hora, lo que me fastidia bastante. Ella madruga, yo no. Mentiría si dijese que envidio a esas familias que se reúnen esta noche en torno a una mesa. Supongo que las habrá muy felices, pero por lo general no suele ser una noche especialmente grata para todos. Salvo, claro está, que se sea niño o joven. Los que tenemos cierta edad, vivimos de la nostalgia de Nochebuenas pasadas: demasiadas sillas vacías, ausencias que se hacen notar mucho más precisamente en noches como ésta. Por eso yo suelo pasar de largo, supongo que si hubiese pequeños a mí alrededor las cosas serían diferentes. Pero es lo que hay. Algunos años he ido ayudar a servir la cena en la Cocina Económica con las Hermanas de la Caridad. Hasta ahí hay hoy ausencias. Ya no está sor Avelina, ni sor Ángeles y hace poco más de un mes se fue sor Trini. Sin ellas todo será distinto. Por eso he preferido quedarme en casa, también porque sé que es un día en el que hay muchos voluntarios. No puedo, no obstante, quitar de mi cabeza a varias personas, con nombre y apellidos, que sé irán a cenar a la institución y que luego dormirán en la calle. Pese a ello, hoy serán felices, porque tendrán una cena especial, porque las hermanas harán todo lo posible para que no se sientan excluidos de la sociedad. Y, además, hasta está permitido servir una copa: para calentar la fría noche que les espera tras la cena. Antonio, Chema, Laudelino, Pepe… dormirán en su cama de cartón en los soportales de un centro comercial. Pensar en ellos me impide también celebrar la Nochebuena. No sé, son cosas mías, rarezas. Tampoco puedo dejar de pensar en Julia, para quien ésta será su última Nochebuena. Julia acaba de cumplir 100 años, y espera con paciencia en un centro sanitario el final. Ya no hay vuelta atrás. Ya sé, eso es la vida: morir un poquito cada día. A mí los días tan señalados no me agradan, sirven siempre de referencia de circunstancias que durante el resto del año uno lleva con más o menos resignación. Por eso a quienes disfrutéis de esta noche, os la deseo muy feliz, y a quienes como yo estáis solos, también. Mañana en Navidad todo habrá pasado: esta Nochebuena quedará ya para el recuerdo. Amigos, sed felices, cualquiera que sea vuestra circunstancia. El simple hecho de vivir ha de ser motivo de alegría.
Por cierto, la de la foto es sor Trini. Hoy he querido recordarla.
sentido,directo,claro y contundente¡¡¡¡gracias isabel por hacernos ver que la felicidad puede estar en cualquier parte y la infelicidad tambien....imagino a tus amigos en el carton ....y se me atraganta todo porque aun no se como podemos consentir que esas cosas pasen.a los enanos quizas les hayas evitado alguna incomodidad y eso te hace aun mas grande.
ResponderEliminarfeliz navidad tambien para obladi y julia
magnífico árticulo. Lástima que no se dedique a escribir profesionalmente, sería de lo mejor. J.M.G
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