miércoles, 8 de diciembre de 2010

DOMINGOS POR EL RASTRO, por JOSÉ MARCELINO GARCÍA


LOS EVANGÉLICOS


Por los desfiladeros de la historia fueron cayendo los torquemadas, los reyes felones, los papas de tiara y tiranía, los cementerios civiles de esquina y abandono. Ahora ya no necesitan escapar de España los hijos de la Reforma. Y así, en el Rastro de Gijón, están los evangélicos con sus puestos al aire vendiendo menajes, muebles y cosas. Si Jorgito el inglés volviera otra vez por aquí, colocaría sus biblias en este Rastro sportinguista, dominguero y fluvial. La tolerancia religiosa (que tan despacio ha llegado a la España tétrica, conventiza y trentona) ha permitido que los evangélicos echen sus volantas de paz, sonrisa, himno y tenderete por los barrios, mercadillos y bulevares. Aquí ya nadie puede apuntar sus nombres ni enchirolar al Pastor. Hacen su trabajo con una juventud derrotada por la droga, llena de ojeras y cicatrices, de años de infierno y humillación. Chicos de Rusia y de Grecia. Mucho andaluz y rumano. Arboleda de jóvenes rubios y cetrinos que encuentran en el Crucificado Profeta una luz que los va ganando y librando de la mala muerte. Manos y brazos fracasados por picas de hielo van adquiriendo prestancia y ampollas sanas de un trabajo redentor. Nadan contra el viento y avanzan dejando los mares de ferralla. Ahora están aquí, en este Tiberiades de muebles, libros, calzado, retratos, lámparas y Biblia. Y escuchan la Palabra que dice: «Yo he vencido».
Los evangélicos, chicos que fueron de bajura y de navaja, se restañan para la vida y el amor. Su sangre vuelve a estar pura y lavada en el agua y en la sangre de un Rey que ellos ahora conocen. Habían perdido hasta su propio nombre, su caligrafía, su rostro, el barco de sus ilusiones y la estrella que toda alma posee. Su vida era un busto doliente, un garabato firmado para la condena. Juventud de esquina, mendigos roncos de noches en vela y despertares sin nadie, el mundo, como un caballo apocalíptico, les cayó en cima.
Ahora, en este Rastro de Gijón y de la vida, son como traperos de la Gloria. Y las cosas que les compras huelen, de verdad, a cielo. (Publicado en el diario El Comercio)

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