viernes, 25 de junio de 2010
LAS MARIPOSAS Y EL AMOR
Alguien me preguntó cómo podía saber si estaba enamorado. Ciertamente, no me lo puso muy fácil. Creo que es una de las preguntas más complicadas de responder. Entre otras cosas, porque me imagino que cada uno interioriza ese extraño sentimiento a su manera. Y digo extraño, porque puede sorprenderte en cualquier momento y surgir hacia la persona más inesperada. Se escapa, creo, a cualquier control lógico. Tal vez, ese sea uno de sus encantos. Otra cosa es que luego nosotros lo tamicemos con la razón: que casi siempre lo estropea. Hablar del amor, además de estar considerado como una cursilada, no está demasiado bien visto. Se supone que quien lo hace tiene pocas cosas en la cabeza. ¿Tal vez mariposas? Pese a estas consideraciones que yo me permitiré –como otras muchas- saltarme a la torera, pues diré algo al respecto. Reza en el título, Las mariposas y el amor. Otra ñoñería, lo admito. Pero, creo que nada se parece más al amor que la vida de una mariposa. Iré explicando por qué lo digo. Mariposas sentimos –aunque no lo reconozcamos- en el estómago, cuando esperamos a una persona especial, cuando la mirada llega un poco más allá de lo normal, cuando las palabras salen torpemente y uno dice lo contrario de lo que piensa, cuando quisieras quedar muy bien y sientes que metes la pata hasta dentro. Esos son generalmente síntomas inequívocos de que se está estableciendo una corriente especial que quiere ir un poco más lejos de la amistad. Así pasa, mal que nos pese, por mucha cordura y seriedad que queramos imponer a nuestros actos, por más que nos empeñemos en considerar que por edad estamos fuera del campo de tiro de Cupido. No importan los años, no importa la condición social, no importa nada, porque ese sentimiento se impone con fuerza sobre nuestra voluntad. Surge hermoso, alegre, revolotea en nuestro interior como lo hacen las mariposas por el campo. Y si por un casual decidimos alimentarlo nos volverá la vida de mil colores –como las alas de tan hermosos lepidópteros-, nos sumiremos en un estado de felicidad – desgraciadamente no suele durar mucho- que se llama sencillamente amor. Pero, siempre hay media docena de peros dispuestos a estropearlo todo. Para empezar, dicen que el amor eterno dura dos años. Mal augurio. Es decir: pasa fugaz por nuestras vidas, como las mariposas que sólo duran un día. Para seguir, es tan frágil como pueden serlo sus alas, cuanto más hermosas son, más delicadas. Si se las rompes , aunque sea sólo por una esquinita, tal vez pueda volar, pero ya no será lo mismo. Ni que decir tiene si le rompes el cuerpo: repliega sus alas y se deja morir al pié de no importa que flor. ¡Cuantos amores perdidos por una simple torpeza!... Las cosas del amor pueden suceder así, pero no tienen por qué. El secreto está en reconocer su fragilidad, en cuidarlo, en respetar esa belleza, en tratarlo con el mimo que cuidarías a una mariposa que se posase en tu jardín. Vivirá un día, es posible, pero cada mañana verás una nueva, que puede seguir aferrada a tu corazón como el primer día. Eso creo yo, tampoco a ciencia cierta lo sé, debe de ser el amor. ¿Lo entendiste, colega? Y mira, terminaré con una recomendación: cuando quieras hacer preguntas de tanta enjundia apunta en otra dirección, que no es que no quiera ayudarte, pero es que lo mío es casi todo de andar por casa: demasiado simple. Como mi propia vida.
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