domingo, 13 de junio de 2010
COMO NO HAY RASTRO DE SOL...PUES AL RASTRO
Pues lo que digo, por fin ha dejado de llover, pero…de sol ni rastro. Y por eso, esta mañana he decidido ir ahí: al rastro. Lugar de que poco puedo decir, porque sería una desfachatez por mi parte –tampoco sabría hacerlo- tomar un tema que magistralmente desarrolla José Marcelino en sus artículos quincenales y que, según me han dicho, publicará no tardando mucho. Serán bien recibidos. Así que únicamente voy a contar algo personal que he recordado esta mañana, mientras brujuleaba entre los cachivaches que sobre una manta intentaba vender una oronda y salerosa gitana a uno o dos euros. Llamó mi atención una caja medio abierta que dejaba entrever una placa plateada. Y no porque me interesase la pieza en cuestión, sino porque sentí curiosidad, rescaté la susodicha caja de entre muñecas de plástico, cuadros horrorosos, adornos de la más variada condición y un largo etcétera de útiles –inútiles- difícil de describir. Se trataba efectivamente de una placa de metal –perfectamente conservada- que decía: A Graciano Díez en el día de su jubilación…etcétera, etcétera; y al final una fecha: 1980. Estaba claro, que el tal Graciano apreciaba mucho el reconocimiento recibido, así se podía apreciar por su estado perfecto de conservación: brillante como si la parienta acabase de pasarle el Sidol. Pero también estaba claro, que sus descendientes no tuvieron ningún tipo de sentimentalismo por la placa en cuestión. Que terminó, probablemente como muchas de las cosas del –supongo- finado, en una manta en el rastro. Y hasta aquí la anécdota. Anécdota que me recordó algo que me sucedió hace algunos meses. Era también una tarde de domingo tristona, como la de hoy, en la que fui a ver a mi madre –señora ya mayor, pero con una clarividencia fuera de lo normal-. La encontré rodeada de fotos –la vida de tres generaciones en imágenes- y junto a ella una bolsa de basura que trató de esconder al verme, pero que no dejé que se me despistara. En uno de sus descuidos, le eché mano y… ¡sorpresa! Estaba rompiendo fotos. Ni que decir tiene el numerito que le monté. No me dio más que un argumento: no quiero que mis fotos sean pasto de rastro. Apostilló: si las quieres llévalas. Me llevé, por supuesto, todas las que pude y me marché enfadada. Y hoy, cuando han pasado muy pocos meses desde esa tarde, me pregunto si esas fotos que yo rescaté no terminarán también en el rastro; porque ¿pueden interesarle a alguien mi infancia, mis cumpleaños,mi primera comunión…? Tal vez mi madre tuviera razón. De todas formas, de momento no las destruiré, cuando tenga su edad, ya no aseguro nada.
Por cierto, la foto son los abuelos, forma parte del rescate.
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