¡Qué será, será...lalalá! |
Que aquí, en lo
digital, después de desayunar, y allí, en lo periódico, desde la madrugada, se
publicará un artículo del autor. Sólo debo decir que empieza con vampiros y que
termina con un número de matrícula ¿Será la de los vampiros?
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Y antes, el siguiente diálogo de mucha
lógica y con ojos de pez de roca:
Se oye un rinrinrín telefónico, ronco como un ronquido.
--Oiga, oiga –dijo ella-.
--Diga, diga, al aparato –dije yo-.
--¿Y por qué lo de la foto?… –preguntó
ella-.
--No sé bien, no sé bien –respondí -.
--Pues si no lo sabe usted que es el autor
o el actor…-dijo ella-.
--Es un decir, señora mía –seguí
explicando -, que como el domingo será fiesta de una Santa precisamente llamada Flora, lo
mejor, tal vez, es una foto de una floristería.
--Pero no, no, no es por eso –precisé-,
que será posiblemente por tratar de asuntos de sexo.
--Pero, ¿cómo que de sexo? –repreguntó
ella con cara compungida, como recién salida de la incubadora o del sleeping-. Es que -siguió- mis estados,
el civil y el militar, son lastimosos, pues no sé, ni lo que soy, ni lo que
estoy: si casada, viuda, divorciada, con matrimonio nulo o putativo. Y eso del sexo,
ya sabe usted que muchas veces no levanta lo que tiene que levantar y otras veces traspasa hasta techos y pirámides…
--A propósito ¿Usted cree
–volvió ella a preguntar- que seré putativa?
--Yo qué sé –contesté-; que eso
lo deberá usted preguntar a la
Curia y a las curias, que los que allí trabajan son unos
artistas, que todo lo hacen, todo, por amor al arte.
--Y añadí: ¡Cuánto siento,
cuánto lo suyo! Permanezca tranquila, que creo –balbucí yo volviendo a lo del
sexo- que del sexo fetén no se tratará en el artículo. Será del sexo de las
plantas, -continué- que eso, eso, son las flores, genitales de plantas, mi muy estimada
famélica; que también las flores tienen pétalos, ovarios y filamentos como
usted, y de muchos colores, no sólo marrones.
--¿O sea –preguntó ella- del
sexo de las plantas?
--Naturalmente, naturalmente, del
sexo botánico, –afirmé yo-. No va a ser –sólo faltaría- del sexo de los
ángeles, que es el mío, que soy Angel, y de los buenos, no de los hijos de
Satanás, que tanto nos acosan y nos persiguen con soberbias y sobre todo con
envidias.
--¿Quiere usted decir, don
Angel, del Diablo?
-- Sí, sí, del mismo. Que usted, sin saberlo, lo llama en griego (diábolos) y yo prefiero llamarlo en
arameo (Satán)
--¡Aaahhhh, Oooohhhh! –exclamó
ella-.
--Y aquí finito, finito.
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