(17/11/2013)
Muchas veces vi acercarse el tren Vasco desde La Manjoya , imperioso, lanzando la máquina, negra y
zumbona, humos de vapor, fugaces como voladores; con menos fuelle ya cerca de La Pedrera , y como el Ratoncito Pérez cuando entraba en el
túnel de San Lázaro, que no era túnel sino una alcantarilla. Muchas veces, para
acercarme a la vía, salté tapiales de prado y pisé sebes, en las que rocé ortigas
y espanté avispas que a mí venían a picar, mirándome
y viéndome flor. Lo que fueron prados hoy son buildings, grandes buildings, que los levantaron los del “acabose”
inmobiliario, ya acabados.
“Un vagón casi como el del Vasco” (de la colección de trenes del autor) |
Ya debería
tocar subir al tren, pero no sé, no sé; no sé si será hoy u otro día, que ya se
verá al final. La subida al tren y el viaje fueron a causa de una excursión escolar al monte de La Magdalena , el que está
delante del Aramo. La
Magdalena , “monte sagrado”, siempre fue más de los carbayones
que del resto de astures -los de Gijón
siempre prefirieron tirarse al mar, mojándose todo, todo, incluso la parte más
animal de su autonomía (el culu moyau),
con U de dativo latino (para dare).
A propósito de
los dativos, se me ocurre un lema, turístico, que a ver si aprenden los de las
nuevas profesiones, esos creativos, organizadores de eventos, gestores de
suelos y de bajos vuelos: “Gijón, ciudad
de dativos; Oviedo, ciudad de genitivos y Cangas de Narcea, por los muchos
ruidos y bocazas, villa de vocativos”. Pero centrémonos y volvamos a lo
nuestro, a la entrada de la
Estación , que esta escritura, alegre, es propensa a los
enredos como los de los cerezales dulces y a algún que otro carajal, de fruto
amargo.
Aclaro con precipitación
y precipicio, en un único punto y aparte, que aquel Jovellanos nada tuvo que
ver con Jovellanos XXI, tan de actualidad, en el que pretendieron edificar un Beverly
Hills de Hollywood o una Torre de Babel mesopotámica. El color resultó marrón, como
el papel de estraza marrón, envoltorio de barajas, barajas de oros y espadas.
No obstante la
emoción, miraba con hosco semblante a la “Sucesora de Victor Saenz”, a la
tienda, no a Pilarina, que era la sucesora, ni a Paquita que era la factora
mercantil; ambas ninfas y “mujeres que eran un cielo” como decían las cursis
del british
Club de Tenis. Y qué de panderetas vendían las ninfas en una ciudad, Oviedo,
de tan poca pandereta, aunque de bastantes panderos. La historia fue que por
Reyes me regalaron una bandurria, que nunca quise –aquí a mi lado la tengo y llamo
la malquerida-, y no un laúd que
siempre quise y nunca tuve ¡Menos mal –exclamo hoy- que tales contrariedades me
ocurrieron con instrumentos de cuerdas y no con el otro, también de cuerdas y
de vientos, de vez en cuando! Bandurria canija y grillera, de mucho gri-grí, y
laúd poderoso y más ronco que los grillos. Y en este momento preciso “saco” del
olvido a un personaje importante de la música, la menor, de aquel Oviedo: don Jesús González López.
“Bandurría La Malquerida" |
Para impartir las lecciones, primero subía a
una tarima, luego subía a una banqueta –un autentico músico de aupa-, y desde
allí, cerca del crucifijo áulico y del
retrato del Beato Marcelino, dirigía con su laúd a la orquestina. En la primera
fila estábamos Pepín González y su laúd, el hijo de Pepe Ge., de Turón y de la Caja de Ahorros, y yo con mi
bandurria, que aburrido como ostra, le
daba con fuerza a la púa triangular rompiendo las cuerdas. En la última fila
estaban los preferidos de don Jesús, los veteranos Pedro Cid Viña y Félix
García Díaz, éstos guitarristas.
Desde mi
bajura, veía la imponente figura de don Jesús, allá en lo alto, y siendo el escribiente
muy entendido en Historia Sagrada
desde la cuna -ahora de eso los niños nada saben nada, que es básico para
Ciencias y Letras-, miraba a don Jesús y dudaba: ¿será un nuevo Jonás, recién salido del vientre de la
ballena, camino de Nínive, o será Melchisédech,
rey de Shalem, el amigo de Abraham?
Aunque siempre
fui músico de orquestina, lo que quería era tocar la marcha triunfal del
caballero “Tannhaüser”, que me excitaba tanto; pues nada, nada, ni hubo
manera ni forma. A lo más que llegué fue a poner músicas al himno del Auseva, que empezaba con un Allegreto “Auseva faro de gloria, Auseva
cuna de historia” y que terminaba con un Lento,
muy lento: “ El Coléeegio, mi páaaatria, mi féee, mi ilusiooón” -¡Jolín, y me
entero ahora, lo que me perdí!-. Y que conste que dimos conciertos en sitios de
postín, como en el Casino de Trubia,
que nos invitaron a Cola Cao y a galletas María ¡Manda huevos!
El director de
la orquestina era el Hermano Marista Fabián
Alonso Clemente, el cual tenía un rasgo sorprendente: era natural de un
pueblo del Páramo leonés, no obstante ello, era rubio como son los rubios de
verdad, sin teñidos, sin pelos rojos ni azafranado. Cuando años después me
explicaron la repoblación de las tierras leonesas por los astures –la presura, según don Ignacio de la Concha- siempre añadí: “y
por teutones merovingios”. Confieso que de los merovingios no sé nada, nada, pero
esa palabra siempre me gustó, y tanto, que si tuviera otro hijo, le llamaría Merovingio, don Merovingio Aznárez, que
suena como un laúd, no como el sobrino “bandurrio” del Marqués de la Rodriga , que se llamó
Julián, que fue de mucha caña por Cañedo y muy largo por Longoria. Y, para el colmo,
fue torero, el torero de la calle Campomanes, la mía. Cañedo, Caunedo, Caunedo y Cañedo, torerazos.
Lo de la
repoblación del Páramo leonés, me lo enseñaron con lo de la “Monarquía
Asturiana”, que tanto interesa a historiadores, a románticas y a fabuladores; y
también a los vetustos del RIDEA,
que, por ser más de dos, no llamo “Duo-Dinámico”. Y además al canónigo Hevia Ballina –“¡ppppsssss, venga aquí,
no se me escape, que no hay manera de
sacarle los colores, pues siempre los tiene fuera…!”-.
Es que el buen
canónigo con líos de archivos y yo compartimos muchas cosas: a ambos nos gusta
Villaviciosa; tenemos ambos canonjías de
fe, que la suya, por ser de catedral, es “como Dios manda” y que la mía,
por ser pública es “como el diablo manda”. A propósito, esto de fedatario público me está creando
problemas, pues por ser eso, resulta que soy escriba y publicano, o sea, lo peor
de lo peor según el Santo Evangelio (si fuera mujer fedataria, sería, a buen
seguro, la adultera, la de las pedradas de hipócritas ¡ufff, ufff, qué de
hipócritas, ayer y hoy! Y por último, comparto con el reverendo Vallina el
mismo periódico, si bien él se ubica o
lo ubican en la parte trasera y yo en la delantera, del periódico, del periódico.
Llegados aquí,
ya sabemos que hoy no subimos al tren, que ya lo perdimos y marchó. Lo cogeremos,
sin dudarlo, próximamente, que lo dedicaremos al Vasco, al tren y sólo al tren,
tan de Oviedo. Un aviso: el destino último será un apeadero, muy cerca de La Magdalena ; haremos
parada antes, en Fuso, en Fuso de la Reina , de interés por
ser estación de trasbordos.
LAS FOTOS HAN SIDO FACILITADAS POR EL AUTOR
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