Si yo volviera a nacer, cosa que no estoy segura de desear, quisiera que fuese en mi ciudad, y en el mismo barrio. Y puesta a recrearme en lo imposible, desearía vivir la infancia que tuve y dormir la adolescencia. Despertar en la juventud, más que nada para que naciera Pablo, lo mejor que me ha sucedido en la vida. Para vivir su infancia, para verlo hacerse el hombre que hoy es. Eso no me lo querría perder. En el fondo es por lo único que yo podría desear volver a vivir.
No correría detrás del poderoso, ni del éxito, ni del dinero. Desearía tener una vida tranquila; a poder ser con algunos libros, de más valor que precio, en mis estanterías; con Obladi (mi perro) cerca. También quisiera que los que se han ido antes de tiempo permaneciesen a mi lado algo más, para que no me resultase tan difícil rescatar sus enseñanzas de mi olvidadiza memoria. Soy lo que ellos han querido que fuera. Practicando el don ejemplo me han mostrado el camino para sobrellevar la vida, que no es poco.
Me gustaría tener cerca a algunos amigos, a los que se acuerdan de mí y a los que me tienen olvidada, yo siento por ellos un gran cariño. También a ciertos familiares, no a todos, la sangre no es suficiente para desear su compañía. Me gustaría estar cerca de quien me necesite: de un pobre, de un viejo, de aquellas personas que la injusta sociedad excluye. Pocos son los que se interesan por ellos, como no sea para compadecerse. Sé como se sienten, porque algunas veces también estoy sola. Ellos, los abandonados por alguna causa, practican una virtud muy olvidada: el agradecimiento. A veces por nada: por un cómo te llamas, por una muestra mínima de interés, por una mirada, por…Devuelven a su manera, pero con creces, el bien que se les hace. Apreciarlo depende un poco de cada uno, porque no te traen dinero, ni fama, ni halagos, lo que te ofrecen es invisible y va directo al corazón. Hay que sentirlo, no sabría explicarlo mejor.
Y después de haber vivido viendo crecer a Pablo, arropada por familiares y amigos, quisiera irme de puntillas, sin ser una carga para nadie. No quisiera la vida de Sara, ni aún con su flamante silla de ruedas. Como me decía mi amiga Maruchi, sin dar la lata. Ella se murió en un fatídico accidente de tráfico, cumpliendo así ese deseo de no molestar a los hijos, a los que ahora tanto la extrañan y lloran No quisiera una larga vida, no la creo necesaria.
Si has llegado hasta aquí leyendo, supongo que estarás pensando, qué diablos te importa todo esto. Ciertamente nada. Y ese es nuestro gran problema que a ninguno de nosotros nos importa lo que piensan las personas que tenemos a nuestro lado. Por eso, creo yo, no nos entendemos muchas veces. Hablamos de lo superfluo, y aparcamos esas pequeñas cosas que anidan en los rincones del alma y que constituyen nuestros verdaderos deseos, casi nunca cumplidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario