viernes, 10 de julio de 2009

SARA ESTRENA MEDIO DE LOCOMOCIÓN

Sí, sí, como os lo cuento. Ni un Mercedes, ni un Audí, ni un sencillo utilitario: una silla de ruedas con motor. Hacía tiempo que no la veía tan contenta y nerviosa. Nerviosismo que compartimos durante la tarde que nos llevó elegirla. La odisea comenzó con el traslado a la tienda, porque Sara –no sé si ya os lo dije- pesa algo más de cien kilos. Afortunadamente todo fueron ayudas, y a media tarde estábamos las dos frente a una docena de sillas de ruedas, tratando de elegir la más adecuada y, a ser posible, que fuera también bonita. El primer problema, surgió al comprobar que no en todas podía sentar sus orondas posaderas. Lo que ya redujo bastante la elección. Cuando se percató de esta circunstancia, me miró de reojo, hizo un amago de sonrisa y me espetó con sorna: esta no me gusta, la prefiero de otro color, que me enseñen más. Primero hizo los cálculos a ojo, según la vendedora le iba pasando las sillas por delante. Luego, cuando ya se dio cuenta de que lo único que podía hacer era probar, me hizo agacharme y me susurró al oído: ¿Qué es, que estoy demasiado gorda? No pude reprimir la carcajada que, afortunadamente, encajó bien, nos reímos juntas. Esto, que ya sé, os parecerá una tontería, fue la cosa más importante que le pasó a Sara en muchos meses. Logró reírse de si misma, aceptar con buen humor el contratiempo que es para cualquier persona depender de una silla de ruedas. Encajado el pompis (así lo llama ella) en la silla adecuada, iniciamos el regreso ya en el vehículo adquirido. ¡Qué odisea! Odisea para mi, claro. Ella estaba feliz, creo que nunca la ciudad –que no veía más que desde el taxi cuando iba al médico- le pareció más hermosa. Nos paramos delante de los escaparates, de los edificios, de los niños jugando en el parque…Hicimos planes, muchos planes para futuras salidas: a ver la playa, a tomar chocolate con churros, a visitar a las amigas…
Y aquí estoy yo, sin poderme mover con un ataque de ciática. Ahora sé que las ciudades no están preparadas para las sillas de ruedas, que las aceras son demasiado altas, que no hay pasos adecuados; y que uno no se entera hasta que no lo sufre en sus propias carnes. Prometí sacarla de nuevo el domingo, así que espero que santa Aspirina cumpla su función sanadora, y que el tiempo colabore para cumplir mi promesa.
El sábado haremos una foto, la colocaré en el blog para que conozcáis a Sara.

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