"Para que surja un pensamiento en una cabeza de un capullo deben de ocurrirle
muchas cosas muy crueles".
"El cretino pretencioso es quien se cree más inteligente
que los que son tan burros como él".
"En efecto, la de los imbéciles es una familia muy numerosa".
Nunca me imaginé en aquel año 2011, cuando compré el libro de aforos del sabio helenista y académico de la inmortal "francesa", L. Jerphagnon, que su estudio de antología sobre la estupidez, iba a serme tan útil, nueve años después -ahora en tiempos de epidemia-. Tal francés ya había advertido que "la estupidez respira su presencia en todos los días a lo largo de la historia"; también, pues, en tiempos de pandemia. Un libro, aquél, muy interesante desde el principio, primer capítulo, "¿Acaso hay tantos estúpidos? hasta el fin, último capítulo, "Quién es exactamente estúpido".
Hacer una retahíla -me remito a escritos periódicos y a televisiones cupleteras de la España cañí - de lo que en tiempos de epidemia se consideran estupideces o capulleces del personal, es muy arriesgado, pues muchas son ocurrencias y/o actitudes bobas de gentes que las consideran útiles, serias y sensatas, para tiempos de encierros cual toritos de los sanfermines y para escapar de claustros con estampitas, aunque se quieran muy calladas para burlar a los guardias civiles y a los militares o gentes de levas. Aquellas personas jamás tolerarán un reproche y menos aún un cachodeo sobre ideales y ocurrencias.
Llama la atención ese siniestro juego, de presencias y escondidas, que parece existir entre policías y "ladrones", estúpidos estos últimos, considerando tales a los que desde las ciudades quieren ir a eso que llaman "la segunda residencia", tan paradisíacas en las imaginaciones de encerrados, violando así las reglas de encierros y con los consiguientes peligros. Y creen que nos pagarán multas por estirar como chicles los llamados pliegos de descargos y las ocurrencias de los peritos leguleyos. Y ante tanta estupidez, de "saltarse a la torera" los mandatos de la Autoridad -algo muy propio de la historia de España-, se infecta y expande el virus, de manera centrífuga , de Madrid a las periferias. Esto no lo paran ni los borbones ni cofiños, en castellano o en bable, instigando a delatar al vecindario, reunido en patio como el de comedias de Almagro.
¿Mascarillas o chuches? |
En estos tiempos, cada vez más paganos y de dioses laicos, bueno será recomendar a los preocupados con los vaivenes de la diosa Fortuna, lo que de ella escribió, con tanto saber, Baltasar Gracian en el Siglo de Oro ("Curso VI de la segunda parte de El Criticón"), si bien hay que tener en cuenta -no olvidarlo- que fue un fino jesuita, luego obsesionado con los pecados del Sexto, y también un poco bruto por "maño" o zaragozano de Calatayud.
Y a lo Jerphagnon termino:cualquier cautela es cualquier tiempo es muy aconsejable, sobre todo en estos tiempos, siendo de recordar la película de Francis Veber, "La cena de los idiotas", donde el imbécil no es siempre el que uno pensaría. Pudiera ser que también imbéciles sean acaso, los que a lo loco, como fascistas o totalitarios, se están aficionando a delatar y amenazar con cobardía, a sus vecinos por incumplir, según ellos, las reglas de confinamiento. Cualquier ocasión es propicia para alardear de puros.
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