MATRIMONIO Y PODER EN LA IGLESIA (6ª PARTE)
Que los Sabios venidos de
Oriente nos enseñen cómo no caer en las trampas de las tinieblas y cómo
defendernos de la oscuridad que busca rodear nuestra vida.
(Homilía de Francisco. Misa de Epifanía)
"Un clérigo chiíta en las calles de Teherán" |
La condición
de notario me permite oír y escuchar a muchos jóvenes que a mí acuden, antes de
casarse, para firmar la escritura pública de Capitulaciones Matrimoniales. Los
diálogos con jóvenes, antes de su matrimonio, unas veces bajo la forma civil y otras
bajo la canónica, son fuente de mucha información. Me interesan, naturalmente, todos,
si bien tengo especial curiosidad con los que se casan según las normas complejas
de la Iglesia
-una complejidad derivada del carácter sacramental, lo que supone que un
contrato entre dos personas, sea, además
o también, un signo de la Alianza
entre Dios y su pueblo-. Que, como escribiera -con rotundidad- Benedicto
XVI, “a la imagen del Dios monoteísta
corresponde el matrimonio monógamo…icono de la relación de Dios con su pueblo”;
o que, como escribiera el papa Francisco –con menos contundencia- “un matrimonio, como unión estable de un
hombre y una mujer, que nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios.
Cuando pregunto
a los que van a contraer matrimonio canónico, sobre el significado del signo sacramental, sobre la unión entre
un hombre, que representa a Cristo, y una mujer, que representa a la Iglesia , y sobre el
compromiso de fidelidad para toda la vida, unos sonríen con diversos
significados y otros manifiestan su asombro. Es precisamente en la “cuestión
matrimonial” dónde son muy visibles los destrozos de ese fenómeno, de sociología
religiosa, que es la ruptura en la
transmisión de los valores religiosos, o crisis en la transmisión de la fe.
Y esa ruptura es llamativa tratándose de jóvenes de clases medias y altas, con ascendientes
que fueron educados en la omnipresencia del fenómeno religioso durante el
nacional-catolicismo español.
"Hombre y mujeres" |
La familia, tradicionalmente baluarte o
fortaleza en la transmisión de la fe, hace agua por muchas partes. Y esa ruptura
en la transmisión de los valores religiosos parece que sólo tiene una ruta: seguir
agravándose. Serán, sin duda muy interesantes las reflexiones que este mismo año
se hagan ante la preparación del Sínodo de obispos, precisamente sobre este
tema. Bienvenido sea, aún por necesidad, el actual revivir del importante papel
de la mujer en la Iglesia
(Donne
e Teologia). En ese contexto resulta
muy lírico lo escrito por el papa Francisco en su Encíclica Lumen
Fidei: “La transmisión de la
fe, que brilla para todos los hombres en todo lugar, pasa también por las
coordenadas temporales, de generación en generación”. Razones, sin duda, no
faltaron a mi bendito Benedicto XVI para preguntarse por las dificultades de la
“pastoral matrimonial”. Eso es así, aunque el “deber ser” sea otro (se
recomienda la lectura del canon 1063 del Código de Derecho Canónico).
Lo de pactar
capitulaciones matrimoniales, generalmente antes de la celebración matrimonial
es interesante, pues su objeto único es que el futuro matrimonio se rija, en lo
económico, por la separación de bienes, excluyendo el régimen de comunidad, la
llamada sociedad de gananciales. Es ya un hecho, en lo jurídico y en lo social,
la “relativización” del vínculo matrimonial, sabiendo que la ley civil deja a
cualquiera de los contrayentes la decisión última sobre la extinción
matrimonial, reduciendo plazos y eliminando causas objetivas para poner fin a
la unión conyugal. Siendo eso así, ¿qué sentido tiene un régimen económico
matrimonial que hace comunes a los cónyuges las ganancias o beneficios
obtenidos indistintamente por cualquiera de ellos? Si se trata de compartir lo mínimo, con la vista puesta en el “divorcio
exprés” ante las dificultades, ¿para qué un sistema económico pensado para una
intensa comunidad de vida?
Es normal que
los futuros cónyuges, los más informados y/o aconsejados, huyan como de la
peste de las normas de los gananciales que tantos enredos pueden causar. Unas
normas, las de los bienes gananciales, con efectos y consecuencias económicas
importantes e imperativas, lo que no ocurre con las llamadas “obligaciones” civiles,
elásticas, de los cónyuges, tales como vivir juntos, guardarse fidelidad y
socorrerse mutuamente (Código Civil). Y, desde luego, será una pretensión
imposible que, estando la institución del matrimonio en profunda crisis, su
realidad sacramental no se vea afectada –siempre cabe mirar para otro lado y
seguir como si nada; que esa es la actitud, aparente, de muchos altos clérigos-.
"Un Cristo, el de Valdefuentes (Valderas, León)" |
Karl Rahner,
después de analizar los que llama “sacramentos de iniciación”·(bautismo y confirmación –el Catecismo añade la Eucaristía- ), estudia los que llama de “estados de
vida”, los dos sacramentos que introducen a un estado de vida, y escribe:“ La visibilidad sacramental del acto por el
que Dios, de manera decisiva, llama al hombre a asumir una función decisiva en
su historia individual, y también en relación a su historia de salvación, son los sacramentos del orden y del matrimonio”. Ciertamente que muchas analogías se
pueden encontrar entre uno y otro sacramento, pero hay una diferencia esencial:
por la ordenación sagrada se
adquiere el estado clerical -que nunca se anula, aunque se puede perder-,
y el matrimonio,
por el contrario, es sacramento de
laicos -que es consorcio para toda la vida-.
¿Y qué ocurre cuando un sacerdote dice al
obispo que quiere dejar el estado clerical? ¿Y qué ocurre cuando dos esposos dicen al sacerdote que ya no se
quieren y que no desean vivir juntos, que no se soportan? Pues ocurren “cosas” muy
distintas. En el primer caso, para clérigos, cabe la pérdida del estado
clerical, con dispensa añadida del celibato por el Romano Pontífice, y así todo
resuelto. En el segundo caso, las posibilidades son mínimas; queda el recurso a
meditar sobre el amor divino y humano, y, desde luego, rezar y rezar, rezar
mucho; o como escribiera Juan Pablo II. (2004): ”Es preciso redescubrir la
verdad, la belleza de la institución matrimonial”.
Y si en el
sacramento del orden, salvo casos
puntuales, a nadie se le ocurre, disparatadamente, ir a los tribunales eclesiásticos
para que se declare la invalidez de la sagrada ordenación, en el matrimonio solicitar la nulidad es moneda
corriente; es la ocurrencia, también muchas veces disparatada y más general ante
la falta de otras vías. Llama la atención que hasta ahora, los clérigos peritos
no hayan encontrado solución al problema del acceso al “sacramento de los
sacramentos” (la eucaristía), por
parte de los divorciados vueltos a casar civilmente, manteniéndolos
excomulgados como el excomulgado Zaqueo, el de Jericó, según el Evangelio de
San Lucas.
Ese distinto
tratamiento en dos sacramentos, que tienen en común ser “de estados de vida”
–se reitera-, a algunos les parecerá bien, lo adecuado según el Derecho; a otros,
preferentemente laicos, quizá no les parezca tan bien, viendo en ello un abuso de “posición dominante”. Es
inevitable que algunos consideren lo anterior como un ejemplo más de los
efectos desorbitados del poder de los clérigos en algunas religiones: clerecías
desconocidas en el monoteísmo judío y desconocidas en el Islam sunnita, no así
en el chiíta, que gira en torno a los poderosos, clérigos, los ayatolás.
"Un clérigo angelical" |
Esto es
también un problema en una Religión, la Católica , de mucho clero, que ha sido fundamental
–justo es reconocerlo- para el gran objetivo que es la pervivencia del
cristianismo mismo. El asunto debe tener su importancia. Hasta los mismos papas
no dejan de alertar sobre los peligros del exceso de clericalismo en la Iglesia. Aún se oyen
los desgarros de Benedicto XVI denunciando el llamado “carrerismo” y las luchas
de poder entre clérigos –causa última de su renuncia al Vicariato de Cristo-. Y
recientes son también son los pronunciamientos del papa Francisco, elegido con muy
amplio consenso, precisamente, para frenar los desvaríos de altos clérigos
romanos, enloquecidos por el Poder. La última denuncia papal tuvo lugar en la
homilía de la Misa
de Santa Marte el 16 de diciembre de 2013: “Cuando en el pueblo de Dios no hay profecía, su lugar, vacío, lo ocupa
el clericalismo”.
Y es que el
tema de las clerecías, masculinas, y su poder es ya un clásico en la sociología
de las religiones (Durkheim y Max Weber, entre otros). El Poder en la Iglesia lo tienen los
clérigos -así de claro-. Es interesante recordar como en el seno del
cristianismo primitivo, la separación entre clérigos y laicos fue un proceso
evolutivo, definiéndose estos últimos por no ser clérigos, y no disponiendo de
ningún poder en el seno de sus Iglesias (Pelletier).”En el siglo III –escribe
José Fernández Ubiña en El cristianismo
greco-romano- no sólo se consolida el papel directivo del obispo en la gran
Iglesia, sino que se conforma un auténtico cursus eclesiasticus, a imagen del cursus honorum seguido por sacerdotes y
magistrados del Imperio”. Y una clerecía, autorreferencial, que a veces parece
necesitar del sustento del Poder para mantener un sistema de vida realmente
complicado y radical, como “complicados” y radicales son algunos de los
llamados consejos evangélicos, causa de múltiples trastornos.
¿Qué habrá de
afán de poder, de control de clérigos, género masculino, sobre los laicos en un
asunto tan sensible e importante como es el sexual y el matrimonial? ¿Será
verdad que lo calificado como inmutable dentro del sacramento del matrimonio responde
a la Revelación
o se trata de buscar, consciente o inconscientemente y como sea, argumentos
para mantener el statu quo, un statu quo de dominio que también hace
agua por todas partes? ¿Es que alguna vez el Derecho, también el Derecho Canónico,
ante asuntos trascendentes, ha sido neutral? ¿Cómo es posible que se mantenga
un concepto de “Teología de la
Familia ” tan estancado, habiendo corrido tanto la múltiple realidad
familiar, la biológica y no biológica? ¿La crisis de la clerecía católica
–escasez de clérigos por múltiples causas, incluida degradación del “estatus
social” del sacerdocio- será la vía providencial para un replanteamiento
efectivo de las relaciones entre clérigos y laicos, dentro de la Religión católica? Las respuestas a esas preguntas y a otras,
nucleares, requerirán tiempo, mucho tiempo. Habrá que esperar para ver, poco a poco, no ignorando las dificultades,
los dolores y los traumas.
Y qué interesante
es la distinción de Benjamin Constant, fundador de la antropología religiosa, que
hace en su obra maestra De la Religión considerada en sus fuentes, formas y
desarrollo (Editorial Trotta, 2008), entre religiones sacerdotales, en
las que los sacerdotes imponen un orden fijo, opuesto a su transformación y
condenadas al inmovilismo, y las llamadas religiones no sacerdotales o libres,
más abiertas al perfeccionamiento. Y qué actual es su conclusión (Libro XV): “El espíritu humano tiene una inclinación a
la investigación y al examen. Si su deber más imperioso, si su mayor mérito era
una credulidad implícita, ¿por qué el cielo lo habrá dotado de una facultad que
no podría ejercer sin falta? ¿Por qué lo habría sometido a una necesidad que no
podría satisfacerse, sin ser culpable? ¿Sería para exigir de él el sacrificio
absoluto de esta facultad? (la superstición es la abnegación de la inteligencia
y el fanatismo es la superstición que se hace ímpetu)”.
"Un equilibrista" |
Han
sido muy interesantes todos los discursos de los papas a los miembros del
Tribunal de la Rota Romana
con ocasión del Año Nuevo sobre el matrimonio; unos discursos que son
continuidad y otros que son discontinuidad con matices; unos más claros (Juan
Pablo II) y otros muy confusos (Benedicto XVI) –ambos papas no precisamente juristas- lo que resulta evidente.
Al papa
Francisco, gran y novedoso predicador de la Divina Misericordia ,
le esperamos en la cita próxima ante los
miembros de la Rota. Debería ser muy importante. En cualquier caso le
escucharemos con las pilas muy cargadas y con la lupa colocada de observatorio.
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