No puedo volver el tiempo
Y
quedarme siempre en antes.
No
puedo parar el tiempo
Y
no quisiera pararle.
Ramón
de Garciasol (1950)
"Jinetes como los de San Lázaro, pero en Roma" |
El tren del
Vasco dejó atrás la Fábrica de Explosivos de La Manjoya , que tanto asustó a
los ovetenses el día de la “gran explosión”. Se cerró el Cine Aramo por peligro de que la imponente araña de cristal,
colgada del techo, cayera sobre las cabezas de los que estaban en el patio de
butacas, y también sobre la cabeza del caramelero (me gustaba más llamarlo bombonero). Caramelero que, con uniforme
de color marrón y muchos botones, con gorro como de caporal del Ejército francés, vendía caramelos, chocolatinas Nestlé y chicles. En la nuca del apuesto botones se veía el nudo o lazo, casi pajarita,
de las cintas, como de persianas, que sostenían el cesto a la altura de la
cintura, con las dulzuras tan apetitosas para el descanso cinematográfico,
entre Nodo y película.
No obstante el miedo de los
ovetenses a la Fábrica
de Explosivos, la Unión Española
de Explosivos estaba omnipresente, pues sus afamados almanaques lo mismo
estaban en La Boalesa , tugurio en
Santa Susana, que en el Negociado de
“Vías y Obras” de la
Diputación , que dirigía el ingeniero don Leoncio del Valle, o
que a la entrada del Bar Azul, en La Escandalera , que olía a
patas de centollo y a bígaros. De aquella explosiva Unión viene el apellido de
los Crabifosse, que suena a explosivo, mucho.
Nada más salir el convoy
ferroviario, de vía estrechísima, de la Estación de La Manjoya --cerca de la casa del señor cura., muy querido, don Álvaro, hoy del
Sagrado Corazón(Gijón)-- vimos desde el puente alto, muy alto, a los de abajo,
los del Caleyu, que esperaban, diminutos, subirse al tren de la vía ancha, la RENFE. Y que la poderosa RENFE
estuviera tan abajo y el Vasco tan arriba, sólo podía ocurrir en El Caleyu. Un Caleyu
conocido no sé si por la lejía, la gaseosa o por la inmobiliaria de don Abilio,
o por nada de eso, que ni falta les hacía de todo eso. Hoy, por el contrario, El
Caleyu o sus inmediaciones es un emporio; un Silicon Valley riquísimo, pues allí están los jesuitas, “maestros del discernimiento” como San Ignacio y el
papa Francisco. Y mirando están los de enfrente, de la competencia, los médicos del Centro, también de
muchos rezos, que eso me dicen (no debe ser verdad lo de los rezos, pues conozco
a varios médicos del Centro, que no rezan nada, nada, menos que yo)
Lo de los
jesuitas ha de ser siempre emocionante para quien –como este autor-fue
bautizado en la Iglesia
de San Isidoro El Real, que fue la
Iglesia de Jesuitas en Oviedo, antes de que los masones de
entonces los expulsaran de la
Ciudad. ¿Qué fue de aquéllos, mis antiguos Maristas? ¿Con lo importante
que llegaron a ser en Santa Susana, qué será, será, de ellos, ahora que
Marcelino Champagnat es ya, por fin, Santo y no Beato, y por lo que tanto
rezamos? ¿Seguirá el Hermano Serafín haciendo fotos y fotos, y peinándose al estilo
de los peinados a base de cuatro pelos, como don Benedicto, latinista de las
“Guerras de las Galias”? Es que don Benedicto, siempre con sotana, era más
hueso que solomillo en el Instituto del Casto, casi como el histórico “Atila”,
de imposible confusión con Atilano, Obispo
del Doncel de Sigüenza y de La
Alcarria , de olor a oveja y apellidado Rodríguez, que,
por haber ya sido Obispo Auxiliar de Oviedo –éste sí que estuvo en la terna- sólo
puede ser Coadjutor aquí, en esta Diócesis
de coadjutores, como don Segundo.
" El Queen's Fuso (Fuso de la Reina) como el Phelaton Building |
La expedición ferroviaria
de “los maristas” con destino a La
Magdalena dejó atrás
el imponente puente metálico, de gran altura sobre las aguas del Río Nalón. Ese
puente y río que recordó al “Rio Kwai”, hoy recuerda a otro río. Y al fondo: la Estación ferroviaria de
Fuso, que, al verla, caí rendido por su hechizo y encantamiento. Una Estación, rodeada
con una marquesina y voladizos como de la “belle
époque”; que era un triángulo isósceles, al lado izquierdo, la vía del Vasco
a Collanzo, y al derecho, la vía del Vasco a San Esteban de Pravia. La Estación era, en realidad,
una esquina. Por eso, cuando años después, aún con la mente alborotada, en
Nueva York o en San Francisco, me puse delante de las esquinas más famosas del
mundo, respectivamente, la del Flatiron o la de Phelaton (buildings), me dije que eso ya lo había visto antes: la Estación de Fuso, en el municipio
de Morcín. Y el puente metálico de gran altura sobre el río, no podía ser el
Nalón, tenía que ser el Hudson o la bahía de San Francisco. ¡Qué apropiado el
nombre de Phelaton, por ser un auténtico “felatón”.
"Máquina de trenecido de vía estrecha, inglesa" |
Parados en
Fuso, el “estrés emocional” por tanto acontecimiento, no disminuyó sino que
aumentó. El Jefe de la Estación salió de su
garito y, con zozobra, tiró de la cuerda para que el badajo golpeara a un lado
y otro la campana, volviendo a entrar, con igual zozobra, en el “puesto de
mando”. El guarda-agujas corría acelerado
a cambiar las agujas de la vía, maniobrando de prisa con barras y discos, poniendo
el semáforo en rojo, de prohibido el paso. El
fogonero no dejaba de atizar la máquina de vapor, cuya barriga, roja y glotona,
todo lo engullía con voracidad. El interventor
del tren, apresurado y con lapicero en la oreja, descorbatado, picaba con tiquismiquis
los tickets de ida y vuelta, sonando “tic-tic” y “tic-tic”. Y el conductor de la locomotora agarraba
con fuerza la palanca del freno, una palanca que hacía de brida o de rienda
para sujetar al monstruo, que tenía ganas de correr desbocado, con humos como
espuma en la embocadura entre las muelas.
En esa agobiante
espera, inseguro, a mi compañero de asiento, Isidro Roza, pregunté la causa de
tanta espera. Isidro, que era de Acción Católica –iba leyendo el Vela
y Ancla, que era el libro infantil de Política (con el Doncel en las
contraportadas en postura ambigua o de muy vago)-, me dijo, con su habitual sabiduría
y aplomo, que estábamos a la espera de la llegada del tren de San Esteban, para
los trasbordos. Efectivamente, nada más llegar ese tren, sin que nadie
trasbordase, ni damas con moño erecto o fláccido, ni caballeros con lo mismo, reanudamos
la marcha ferroviaria hacia Parteayer.
--“¡Cómo los
rojos de Ablaña y de Cabañaquinta se van a mezclar con los azules de Grado y de
Salas!” –exclamé yo-.
-- “Que no,
que estás equivocado –me dijo Isidro-. Que en Salas y por allí hay también
rojos, más rojos que las amapolas, que, además, tienen una “mina” –añadió-, y
que por eso, por eso –siguió diciendo- se les llama Los Salaminos, sólo comparables
a los de la otra gran batalla, la de Salamina,
que perdieron los bárbaros persas.
Rufino F. C. cuyos
ascendientes tenían en Oviedo un imponente negocio de ultramarinos junto al Cine
Santa Isabel, preguntó, respondió:
“¿Sabéis como se llaman los dulces postreros/potreros de Salas? Pues se llaman Los carajitos
del Profesor
--Y preguntó
otro: “¿A propósito, cómo se llaman, cómo, los postres dulces y suaves, muy dulces de Boñar, caminito de León?”
-- “¡Cómo,
cómo, anda dínoslo!” –repreguntamos todos.
Y entre tantas
enjundias, llegamos, por fin, al apeadero de Parteayer, nuestro destino. Primero
descendieron los de la OJE ,
que llevaban botas muy negras, como de militares, que, al parecer, las
regalaban, unas, en el Gobierno Civil, y otras donde el Obispo capitoste, que
decían que era también de la OJE. Luego
descendieron los de Acción Católica, cuyas botas eran finas y elegantes, las chirucas de Almacenes Generales (en este grupo, acompañó a Isidro en la bajada
Moutas Cimadevilla J.M., hoy cuenta-cuentos, incluso el de La
Buena Pipa , tal como el autor mismo). Finalmente descendimos
los del descalzo Padre Luis, del Carmelo y del Niño Jesús de Praga, con
botas duras, muy duras, de Segarra,
en Fruela, entre el Termómetro del Banco Popular y El Navío, un navío que junto a los nabos
Trubia (por las guerras “nabales”) fue lo más marinero de aquel Oviedo.
(Continuará)
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