Ha vuelto el frío y con él las tardes de sofá y televisión. Y ayer me quedé con "Cine de barrio" que emite la TV1 la tarde del sábado. Me gustan las películas antiguas; entendiendo yo por tal, las que se proyectaban en mi infancia y juventud: sencillas, inocentes de humor fácil, y muchas veces de muy dudosa calidad. Pero me hacen retroceder en el tiempo y, en cierta manera, hasta rejuvenecer. Entonces, las censuraba por simples y ñoñas. Algunos años después, las veo de manera diferente. Creo que precisamente me gustan por esa inocencia, porque eran el reflejo de la manera simple en la que vivíamos, del esfuerzo que había detrás de cada logro alcanzado. Nuestro país ha cambiado mucho, muchísimo. En pocos años hemos pasado de tener lo justo para sobrevivir a tener abundancia de todo. Pero no hemos crecido lo que cabría esperar después de años de bonanza. En la década de los sesenta los españoles éramos pobres, algunos casi de solemnidad, pero a nuestra manera felices. Hoy, en el siglo XXI, volvemos a ser pobres, sin duda unos más que otros. Pero lo más grave es que nuestros hijos y nietos lo serán aún más. Y como ellos no han conocido esa nuestra España en blanco y negro, les costará mucho trabajo adaptarse a lo que ya tenemos encima. El "Pepe vente a Alemania" de José Sacristán y Alfredo Landa se vuelve de nuevo realidad, aunque las maletas ya no sean de cartón ni estén amarradas con cuerdas. ¡Qué hemos hecho, Dios mío!
Pues eso, que el sábado he visto una película en blanco y negro, sencilla, de vidas tan simples como alegres,, con señorito rico incluido: "El pescador de coplas". Descubrí a Antonio Molina, cantante que cuando era joven no me gustaba, que era de la época de mi abuela ( en 1953 se grabó la película), y entonces yo consideraba que era cosa de viejos. Hoy que ya lo soy, empieza a gustarme.
No sabes hasta que punto me identifico con todo esto. Muchas veces pienso que mi infancia y adolescencia fueron en blanco y negro
ResponderEliminarLo que está claro es que el futuro ya no tendrá blanco, será negro negrísimo.
ResponderEliminarA mí me pasa lo mismo, amiguiña. Yo recuerdo mi infancia con muchos colores, sobre todo los de los botones de oro de los arroyos, las viboreras, las orquídeas de los prados, los narcisos silvestres, los lirios en los humedales, la flor del cerezo, del manzano, del peral, del "pesegueiro", de las caléndulas... y un sin fin más.
ResponderEliminarUn abrazo. Aurora.