domingo, 13 de noviembre de 2011

AUNQUE PAREZCA UNA PELÍCULA, NO LO ES, SUCEDIÓ EN GIJÓN




Tengo un amigo que está deprimido: muy deprimido. Y lo está por una injusticia, por una injusticia cometida precisamente por quienes deberían de velar por la justicia: los agentes del orden público. Para entendernos, por unos policías. Dicho así, lo sé, suena a poco creíble. Pues yo pongo la mano en el fuego por la historia que voy a contar aunque esos “policías” me lleven al cuartón y me sometan a las mismas vejaciones que a mi amigo.




Mi amigo, es un comerciante de Gijón, de la zona centro que se dice ahora, lleva al frente de su negocio si no me falla la memoria entre 25 y 30 años. Es muy conocido: de Gijón de toda la vida. Su comercio es especial: vende antigüedades, por lo que sus clientes son casi siempre gentes que disponen de dinerito para comprar esa pieza especial, artística, de oro o plata, de porcelana fina… que después colocan en sus, más o menos, lujosas mansiones. ¿A que se me entiende sin necesidad de más explicaciones? Pues por eso casi todo el mundo conoce a mi amigo que, entre otras muchas cualidades, destaca por su honradez y generosidad. Amén de santa paciencia con la clientela. No conozco a nadie que haya tenido un problema con mi amigo.




Pues bien, hace un mes al salir de su comercio, justo cuando estaba entrando en su portal , se dirigen a él “unos señores” (que así lo cuenta) que le preguntan: "¿Es usted fulano de tal?" "Sí, si, ¿necesitan ustedes algo?" "Somos policías y se le acusa de robo". "No les entiendo, vamos a la tienda que allí me pueden explicar". Y ya dentro le dicen que un fulano le acusa de haberle robado unas piezas por un valor de –creo- mil euros. Tira mi amigo de libro de asiento –todo lo que compra un anticuario ha de registrarlo con pelos y señales- y efectivamente allí constaba el nombre, el DNI y todo los datos de quien se lo había vendido, procedente según le habían explicado de una herencia. Todo bien según protocolo habitual, así que el responsable será, en todo caso, quien lo vendió. Hasta aquí todo correcto, no es ni la primera ni la segunda vez que herederos se lían y utilizan todo tipo de martingalas por hacerse con el botín del muerto, por desgracia eso está a la orden del día. Lo normal, es que la policía tome nota y luego proceda quien ídem. Pues no, le dicen que tiene que acompañarlos a comisaría. Mi amigo, que es un santo varón, no tiene inconveniente en hacerlo. En el trayecto comprueba que los policías saben donde vive, que tiene un comercio hace muchos años, que no está casado…, vamos, casi todo (menos de su honradez, parece) Y aquí empieza lo gordo. Y hago punto y aparte, por el giro de la historia.




Ya en comisaría a mi amigo se le desposee de todo lo que lleva encima, se le hacen fotos de frente, de perfil, de…, las huellas… y finalmente se le ordena que se desnude. Todo de mala manera, sin que medie explicación alguna y con muy malos modos. Ya sé, suena a no verídico, pero lo es: mi amigo no miente. Insisten en llamarlo ladrón y, sin entender nada, mi amigo se empieza a poner muy nervioso. Pide llamar a su madre, una anciana que le espera para cenar, para que no se preocupe: le niegan la llamada. Insiste, una y otra vez, y los malos modos van en aumento: insultos vejatorios que no repetiré. Lo conducen a los calabozos, le dan una manta para que duerma. Desesperado sigue pidiendo llamar a su madre, porque – además de tranquilizarla- necesita que le traiga una medicina ya que está a punto de tener una crisis de ansiedad. Y los polis (en este caso “malos”), erre que erre: que no. Finalmente acceden a que hable con su madre para que le traiga la medicina, pero –aclaran- siempre que la acompañe de la correspondiente receta-. Y la señora, una mujer mayor, con dificultades para caminar, se encamina –valga el término- hacia la comisaría, que no diré la de qué distrito, pero sí que está en la zona alta de Gijón, con medicina, receta y… el corazón en un puño. Todo esto pasada la medianoche. No dejan que lo vea, les entrega la medicina y me cuenta la madre de mi amigo que sin saber qué hacer pasó la noche a la puerta de comisaría, sin que la vieran, por si acaso. Las desgracias de mi amigo no terminan ahí, los nervios hacen que tenga necesidad de ir al baño cada poco. Le dicen que espere que deje de tocarles los… Y mi amigo se hace pis encima. Cuenta que se acurrucó en una esquina como pudo, sin pegar ojo por supuesto, y llorando pensando en el sufrimiento de su madre. Por el lloro le llamaron marica. Muy logrado, sí señor, tenemos una gran policía. A media noche llevaron al calabozo contiguo a un grupo de jóvenes, gritando insultando a los policías, y… les dieron tremenda tunda. Y eso que dicen que la policía no pega. Tras la paliza los alborotadores callaron y el resto de la noche mi amigo, que no es especialmente religioso, la pasó rezando. A la mañana siguiente se presentó su abogada y las cosas cambiaron. El trato ya fue diferente, pero el mal ya estaba hecho. Desde entonces mi amigo no levanta cabeza.




Ante lo rocambolesco de la historia, que me creí por venir de quien venía, pero que no logro asimilar, pregunté si ese comportamiento podía ser posible entre los policías. Y quien sabe de eso, me dijo que sí, que precisamente en esa comisaría se daban esas cosas con demasiada frecuencia. Y yo me pregunto, ¿en qué manos estamos? ¿Quiénes son esos personajillos que velan por nuestra seguridad? Que cada uno saque sus propias conclusiones, las mías prefiero no expresarlas aquí, no vaya a ser que esos “súper policías” –que confunden la vida real con las películas de buenos y malos- me esperen a la salida y con no importa qué historia me hagan pasar una noche en el calabozo: por chica mala.




Nota aclaratoria: mi amigo no había robado nada.




Reflexión: ¿Dónde coño se mete esa policía tan eficiente cuando un ladrón de verdad actúa? Y otra pregunta, ¿Habrán desnudado a Riopedre cuando lo detuvieron? No sigo: me hierve la sangre. Lo que más me preocupa es la depresión de mi amigo, y también la mala praxis de quienes están al cuidado de nuestra seguridad.





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