El Rastro (dice Ramón Gómez de la Serna) es lo viejo, lo pobre y tradicional, lo que ha ido quedando arrasado por lo nuevo y joven; lo maltrecho aparecido ante nuestra vista. Una vega (digo yo) en donde se encuentra esparcida y plantada (hebdomadariamente) algo así como una gran derrota. Aquí, en el santo suelo, cada domingo, se montan, agrupan y aprietan las barracas, los tenderetes, los tablados, cuyos toldos remece la brisa, y el viento impregna a veces de violencia. Es un redondel que ya todo el mundo conoce, una estación fluvial y marismeña con sus arrecifes, bajíos, islas, golfos y corrientes. Un lugar donde se puede encontrar un cuadro, un puñado de clavos de martirio, una manga para el café, una peluca, un mueble, un termo, un cristal para el reloj o unos colmillos de jabalí. En un rincón puedes hallar, al fin, ¡sí!, las tuercas que llevas buscando desde hace tantos años, manojos de cadenas de retrete, planchas para llenar de carbones encendidos, la linterna de cuando tu niñez, cuentos del 'Cachorro', una rama de coral o un mantón de Manila. El Rastro es el gran mercado del desahucio, el único sitio del mundo donde puedes comprar por unos céntimos un jarrón o una novela de Cervantes.
En medio del frío y del calor, saboreando el aire por entre sus viales silvestres, vamos cada domingo hacia este patio/pradera para encontrar algo nuevo entre las cosas viejas. Cosas que son a veces admirables, extrañas, fundidas y llenas de trampas, viejísimas y sorprendentes.
En estos días se habla y discute, ¡otra vez!, del Rastro. Sobre si le conviene una nueva ubicación. Parece que algunos quieren levantar este campamento 'apache' y llevarlo a la reserva de la Feria de Muestras. Agruparlo entre moldes de cemento, aire acondicionado y calefacción. O sea: convertirlo en un híper. El Rastro gijonés siempre amenazado a pesar de sus arrugas, perseguido por los áulicos, por las nuevas estéticas y el ansia de modificar. Ante cada nuevo empeño, sentimos el deber de decirlo: ¡Sería algo así como una especie de matanza! El Rastro de Gijón es un espacio abierto, un lugar en medio de la calle. El espectáculo dominguero de las vecindades libres y paseantes con claridad y ambiente de romería.
(Diario El Comercio, 9/11/2011)
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