(Primera parte)
En el artículo CULTO Y CULTURA, aquí publicado hace meses, escribimos lo siguiente: “La pasión de leer y los hábitos de lectura permiten pensar con la cabeza de geniales escritores. La pasión de escuchar músicas obliga a que la cabeza se “mueva” a los ritmos marcados en libretos y partituras”.Y preguntó el autor a continuación: ¿Qué hacen, mientras tanto los no educados, sin culto a la literatura y música?¿Cómo se entretienen o defienden sin horizontes. Gran diferencia, incluso en momentos apocalípticos, entre los que disfrutan leyendo y escuchando música, y los demás. Otro gran motivo de desigualdad.
En la conferencia pronunciada en “El Ateneo” el 16 de octubre último, se señaló la profunda diferencia entre el arte de escribir y el arte de leer que exigen técnicas y estados de ánimo o mentales muy diferentes. Se dijo que el arte de escribir era compatible con un mal estado mental; se dijo que páginas memorables de la Literatura se escribieron desde una profunda depresión, angustia y/o terribles impulsos de muerte. El escritor rumano Cioran escribió: Ecrire, c´est guérir, poniendo a Dostoïevski y a Nietzsche como ejemplos de escritores sufrientes.
Nada de eso parece que ocurre con la lectura, que es un acto silencioso -también la escritura pide silencio- y de diálogo “mental” entre el lector y el escritor personalmente ya ausente; que es momento de reflexión, razonamiento y tranquilidad del lector. Un lector con depresión o ansiedad levantará la vista del libro para seguir “enredado”, obsesivamente, en sus cosas mentales: donde está la depresión está la obsesión que todo lo puede. El lector, en consecuencia, ha de tener suficiente “fuerza” para apartar de su mente los pensamientos que impiden la concentración en el texto a leer.
Es verdad lo manifestado por Vargas Llosa en el último festival literario de Berlín de que “la literatura crea ciudadanos más difíciles de manipular” y de que “la literatura busca la ilusión”, pero no se puede olvidar que, a veces, leer es difícil, muy difícil, debiendo tenerse en cuenta: a): Que el lenguaje literario puede tener características propias, que hacen de la lectura un acto difícil, de connotación y de significación precisas, necesitando el añadido siempre las grandes obras literarias de interpretación. b): Que el acto de lectura es considerado como “un proceso de creación de significado y la recepción como un componente central previsto en la constitución de la propia contextualidad”. El lector se convierte en una especie de co-autor, participando en el proceso creativo, y no siendo un mero receptor de lo escrito, ha de recoger el testigo que le dejó el autor y seguir corriendo.
Esta diferencia entre escribir y leer ha sido científicamente estudiada por la llamada “Estética de la Recepción”, de finales de los años sesenta del siglo XX, desde la llamada Escuela de Constanza (Lección inaugural del Curso 1967 en la Universidad de Constanza a cargo de Hans Robert Jauss). Muy interesantes son, por cierto, las referencias al ll amado “Lector implícito” que constan en el libro Historia de la Critica Literaria, de David Viñas, publicado por Ariel, que se refiere al libro de Wolfgang Iser, titulado El acto de leer, publicado en 1976.
Lo indicado en el párrafo anterior y lo que se dirá en el presente tienen, ciertamente un importante desarrollo científico y argumental, que no nos parece procedente desarrollarlo en el presente artículo. Simplemente añadamos que las personas, con capacidad de concentración y lectura, bien porque siempre la han tenido, bien porque la han recuperado luchando contra los “fantasmas” que distraen de la lectura, tendrán inmensas y plurales posibilidades, sirviéndose de la literatura, entre otras, la posibilidad de “viajar” sin moverse de su casa, teniendo en las manos un libro excelente y en la cabeza una inteligencia predispuesta, lo cual es, sin duda, muy interesante en estos tiempos de restricción de la movilidad por causa de la presente pandemia.
Y viajaremos a la Isla de Sicilia, con dos tipos de libros, uno estrictamente de viajes, escrito por el recientemente fallecido Javier Reverte, titulado Suite italiana, editado por Plaza Janés, 2020, dedicando a Sicilia los capítulos 4 al 8 inclusive. El otro tipo de libros –que son dos- uno titulado El Gatopardo (novela) y el otro Relatos, ambos editados por Anagrama, 3ª edición 2020, y 1ª edición 2020, respectivamente, dedicados a Sicilia, son del autor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Se destaca la gran aportación de Sicilia a la Literatura Universal con autores como Pirandello y Camilleri, parientes y naturales de Agrigento, Sciascia, natural de Racalmuto, también en Agrigento, y Elio Vittorini, natural de Syracusa.
Se dice en la Introducción al relato La Sirena que G.T. de Lampedusa se encontró varias veces en Londres con Pirandello, considerándole el hombre más inteligente que había conocido
Antes de coger el avión, llevando los libros indicados de Tomasi y de Reverte, con destino a Sicilia, para aterrizar en Palermo o en Catania, después de sobrevolar el volcán Etna, recordaremos que el viaje propuesto va de geografía y de política sicilianas, y de eso tan “gatopardesco” que se dice en la novela (lo dice el personaje de Tancredi): “Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado” (e, dopo, tutto sarà lo stesso mentre tutto sarà cambiato).
Javier Reverte se pregunta sobre antropología social: “¿Cuál es el espíritu de los sicilianos?” “Casi todos tienen un miedo instintivo a la vida”, afirma el agrigentino Pirandello. Y “Su carácter distintivo es la falta de alma”, escupe Durrel.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa en Relatos, de Santa Margherita, que tiene nombre distinto en El Gatopardo, escribe con literatura: “En la decorada vastedad de la casa (doce personas para trescientas habitaciones) yo vagaba como por un bosque encantado. Un bosque donde no había dragones ocultos; y lleno de gratas maravillas, hasta en los divertidos nombres de las habitaciones: el “cuarto de los pajarillos”, todo tapizado de blanca y rugosa seda cruda en la que, entre infinitas volutas de ramas floridas, resplandecían, precisamente unos pajarillos multicolores pintados a mano; el “cuarto de los micos”, donde, entre los mismos árboles tropicales, se colgaban unos “titís” muy peludos y maliciosos…”.
VIAJAR A SICILIA SIN SALIR DE CASA
Recordando el viaje del Ateneo Jovellanos a la Isla
(Segunda parte)
En avión hacia Sicilia, antes de girar a la derecha en dirección a Isla, se ve abajo la italiana de Cerdeña, que fue española y luego lugar en el que nacieron dos presidentes de la República italiana, Antonio Segni, muy elegante, al que recuerdo, admirado, siendo yo adolescente, y Francesco Cossiga, mucho menos. Más a lo lejos y también cercana, se ve la francesa Isla de Córcega, tan diferente de la de Cerdeña, patria aquélla del “corso” Napoleón Bonaparte y preocupación en Paris por el separatismo corso. Se pueden ver, desde lo alto, entre una y otra isla, pasar grandes cruceros que unen las costas españolas e italianas.
Antes de aterrizar en el aeropuerto de Catania, que está abajo, en la planicie y junto al mar, se sobrevuela el volcán Etna, cubierto por una boina de nubes, de gases sulfurosos del interior de la tierra, como el magma oscuro e incandescente. Viendo al Etna y a sus fauces volcánicas, recuerdo al siciliano filósofo Empédocles, más que viejo ya presocrático, que se arrojó, en suicidio, a la caliente y explosiva boca ¡locura de filósofo! Un Empedocles que fue el de los cuatro elementos, muy sicilianos: agua, tierra, aire y fuego. Hoy de Empedocles queda el Puerto, cerca de Agrigento, donde nació Pirandello.
Ya en Sicilia, podemos escoger:
I).- Ir de turistas a lo moderno, y viajar, según cuenta María Belmonte en su libro Peregrinos de la belleza, disfrutando de la llamada Magna Grecia, que fue la Sicilia de Taormina, durmiendo en San Domenico, Syracusa y Agrigento, con fascinantes restos, de templos y teatros, como los de Pericles, poblados por siracusanos, taorminos, cátanos y agrigentinos.
II).- Aprender cosas de la Mafia y los mafiosos, visitando Prizzi y Corleone, y las tumbas de Riima y Giuliano.
III).- Ver las catedrales normandas, desde la de Messina a la de Palermo, pasando por Cefalú.
IV).- Con el libro Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa en las manos, ir de Palermo a Santa Margherita di Belice, que en la novela se llama Donnafugata, y disfrutar de las peripecias de Don Fabrizio, príncipe de Salina y “tiazo” de Tancredi. Un Don Giuseppe cada vez más importante literariamente hablando, y que está alcanzando ya a los tradicionales escritores sicilianos, a los de siempre.
V).- Un recorrido por la Sicilia tradicional según la obra de los escritores clásicos, como Pirandello, Sciascia, Vittorini y Andrea Camilleri, en cuyas obras resalta lo más siciliano, que es el sol que quema, una propiedad de la tierra de estructura feudal, un régimen económico matrimonial de tipo dotal y la locura como patología mental y muy isleña. (Acaba de llergar a las librerías el libro de Camilleri, titulado Ejercicios de memoria, editado por Salamandra, considerando fundamental para mis lectores de “Escritura y Ateneo el primer capítulo titulado Las cenizas de Pirandello).
Como ya lo anunciamos, escogemos la IV) posibilidad; luego tenemos que ir de Catania a Palermo, por la carretera que bordea al Mar Tirreno. Allí en Palermo, en el convento de los capuchinos está enterrado Giuseppe Tomasi di Lampedusa, muerto en 1957, y escritor de una única novela, Il Gattopardo, que comienza con la muerte en mayo de 1860: Nunc et in hora mortis nostrae. Amen, y la última u octava parte está fechada en mayo de 1910.
Javier Reverte en Suite italiana escribe: “El encorvado y grueso Giuseppe Tomasi de Lampedusa tomaba a menudo la Via Roma, camino de uno de los dos cafés, hoy desaparecidos, que le gustaba frecuentar: el Mazzara y el Caflisch, en la zona de la Vía Ruggero Settimo. Allí, sentado en un velador, permanecería escribiendo durante un largo rato, delante de una taza de café, a mano, con letra precisa, pequeña y regular, su novela”.
Una novela magnífica y bien escrita en un italiano clásico, que si pudiera ser posible, debería leerse en italiano, existiendo en tal lengua una magnífica edición a cargo de Feltrinelli Editore. Como trata de príncipes y de aristócratas el comunista Elio Vittorini dijo que no, que era mala, a raíz de lo cual Las conversaciones en Sicilia dejaron de leerse
Una ciudad, Palermo, que en aquel tiempo, acercándose a ella, en la novela se narra:
“Se divisaba la cercana Palermo sumida en la oscuridad. Las casas bajas y apretadas, oprimidas por la desmesurada mole de los conventos; estos eran decenas, todos gigantescos, a menudo agrupados en conjuntos de dos o tres, conventos de hombres y mujeres, conventos ricos y conventos pobres, conventos nobles y plebeyos, conventos de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos, de carmelitas, de redentoristas, de agustinos…Desmedradas cúpulas de curvas imprecisas, semejantes a senos ya sin leche…”.
“Si vedeba Palermo vicinissima completamente al buio. La sue case basse e serrate erano porréese dalle smisurate moli dei conventi. Di questi ve ne erano diecine, tutti immani, spesso asssociati in gtruppi di due o di tre, conventi di uomini e di di donne, conventi ricchi e conventi poveri, conventi nobili e conventi plebei, conventi di gesuiti, di benedettini, di francescani, di cappuccini, di carmelitani, di liguorini, di agostiniani…Smunte cupole dalle curve incerte simile a seni svoutati di latte…”.
El autor comete un error al llamar “convento” a la residencia de jesuitas.
El protagonista de la novela es Don Fabrizio, aristócrata y servidor del Rey Borbón, Dos Sicilias. Un Don Fabrizio que presencia un cambio de régimen político: Desembarca Garibaldi en la Isla y entre los “revolucionarios” y garibaldinos está Tancredi, sobrino del Príncipe Salina. La novela es una descripción de la mutación de personas, servidoras de Salina y de un alcalde, Don Calogero, cada vez más rico y más influyente o mafioso, esposo de Bastiana, nieta de Peppe Mmerda. También de una relación sentimental entre desiguales. Y un lugar de los hechos que cambia: desde Palermo a Donnafugata, y el regreso, de ésta a Palermo.
Una frase literaria se ha convertido ya en categoría y concepto político, siendo expresión del denominado Gatopardismo y que está en la primera parte de la novela, en boca de Tancredi, pariente del Principe, en castellano y en italiano:
“Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”.
Y líneas después el novelista añade: “Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y, después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado”.
“Se non ci siamo anche noi, quelli ti combinano la repubblica. SWe vogliamo che tutto remanga como è, bisogna che tutto cambi”.
“Trattative punteggiate da schioppettate innocue, e, dopo, tutto serà lo stesso mentre tutto serà cambiato”.
“¡Buenos macarrones y bonitas muchachas (Maccarunne e belle guaglione). Adiós, Salina, que sigas bien!”. Así se despidió el Rey Borbón, de la estrafalaria corte, derribada, de las Dos Sicilias.
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