ALDO MORO Y PABLO VI, COMO MÁSCARAS DE PIRANDELLO
3ª Parte
¿Sabría
decirme quién es usted?
¡Yo
soy yo!
¿Y
si yo le dijera que no es cierto, que
usted y yo somos la misma cosa?
Le
contestaría que está usted loco.
Pirandello
Dos ESCRITORES que defendieron la
identidad individual de las personas y que fueron acusados de inclinaciones fascistas,
descartadas las comunistas, y que no tuvieron mezcla de orígenes: Uno, Pirandello, muy italiano, de insularidad
siciliana de tierras y polvos volcánicos, de una sociedad vinculada a
perjuicios y supersticiones, más del parecer (parere) que del ser (essere),
y girando la vida y la obra en torno al núcleo familiar. Tuvo el siciliano muy
cerca eso tan interesante que es la locura: su esposa loca, más madre que
mujer, María Antonietta Portulano, internada en un psiquiátrico romano, en
1919, por manía persecutoria. El “padre”, en Seis personajes en busca de autor, dice que la “hijastra” no, no
está loca, peor que eso. De la “madre”, el “padre” añade en la misma obra:
“Un gran corazón para los hijos, eso sí…pero sorda del cerebro, totalmente
sorda hasta la desesperación”. Asunto muy pirandelliano el de la feminidad, la sicilianidad y la locura. Murió
Pirandello en 1936 y de nada se privó post-mortem,
pues fue enterrado primero y luego incinerado, como contamos en la 2ª Parte, y nada
tuvo que ver con lo genuino siciliano: abrazarse el muerto a un rosario en la negra
caja mortuoria.
Otro, Borges, muy argentino, y no italo-argentino como tantos
muchos de aquel Cono Sur, tierra de monaguillos y papas, predicadores de
misericordias. Borges descendió de sangres ardientes y bélicas, primero de conquistadores
españoles y luego de soldados argentinos contra los españoles; es natural que
siempre presumiera, para compensar (siempre resulta elegante una parentela
inglesa), haber tenido una abuela inglesa, de familia de pastores protestantes,
que le leía la Biblia en inglés –siempre dijo que “llevaba la Biblia en la
sangre”-. Acaso por no haber estado casado Borges con mujer loca, la locura le
fascinó. María Kodama, hija de japonés, siempre fue mujer muy cuerda. Murió Borges
en 1986, estando enterrado en la misma ciudad europea a la que dedicó su último
libro Los conjurados: Ginebra.
Uno Pirandello y otro Borges
pelearon por el Nobel de Literatura. Pirandello, venciendo al candidato francés
Paul Valery, y al británico Chesterton, lo recibió, según el Jurado sueco, en
1934 por “su audaz y brillante renovación del arte escénico y dramático de
Italia”, y con el no disimulado apoyo de Mussolini, naturalmente. Borges, por
el contrario, nunca consiguió el Nobel. Fue María Kodama la que explicó que el
argentino recibió una llamada telefónica de alguien muy próximo al jurado del
Nobel, exhortándole a que no fuera a Chile, de Pinochet, a recoger un galardón,
y que Borges, enfadado, contestó: “Hay
dos cosas que un hombre no puede consentir, ni sobornar ni ser sobornado; si no
pensaba ir, después de lo que usted me dice, mi deber es ir y colgó”.
Uno y otro, para sus
fines, se valieron de máscaras, pero con una diferencia importante, pues
Pirandello siempre tuvo buena vista y Borges veía muy mal, acabando ciego.
Máscara y ceguera no casan bien, pues las primeras ni son ciegas ni para ciegos;
requieren buena vista. Casi tan buena como para ver los espejos, que, con las
máscaras, son la obsesión de ciegos, de Borges, armas terribles que conducen a
lo fatal. Máscaras diferentes las de Pirandello y Borges. En el cuento borgiano, El espejo y la máscara, el Alto Rey, se convirtió en mendigo, una
vez regalado al poeta los instrumentos de la belleza absoluta, que
son un espejo, una máscara de oro y una daga, con la que se dio muerte. Por eso escribió. “En
el sueño del espejo aparece otra visión, otro terror de mis noches, que es la
idea de las máscaras. Siempre las máscaras me dieron miedo. Sin duda sentí en
la infancia que si alguien usaba una máscara estaba ocultando algo horrible. A
veces (estas son mis pesadillas más terribles) me veo reflejado en un espejo,
pero me veo reflejado con una máscara”.
Si un rostro puede ser
“Uno, ninguno y cien mil” y todo, incluida
la verdad y la falsedad, si no es posible conocer la verdad y el saber, ha de
surgir, necesariamente, la crisis de identidad y la cognoscitiva. Tanto en lo
estrictamente personal como en lo social o colectivo, se echan por tierra principios
políticos y libertades elementales, resultando verdadero lo falso. Acaso por
ello –no lo sé- Pirandello vió en Mussolini una manera de agarrar y sostenerse.
Como escribiera Borges: “En las fábulas prima el número tres, los tres dones
del hechicero, las tríadas y la indudable Trinidad”. Por eso surgió Leonardo Sciascia, antifascista de Racalmuto, hijo
también de mineros del azufre como Pirandello y admirador de Borges. Sciascia
escribió un libro El caso Aldo Moro que fue “sobre aquel hombre, sólo y despojado
de poder frente a sus carceleros (Brigadas Rojas) y traicionado por sus amigos
y colaboradores que lo rodeaban cuando era libre y poderoso” (Matteo Collura). En
la edición española del libro (Ediciones Destino) de Sciascia se lee: “Relato estremecedor que confronta la
implacable “razón de Estado” en la que
se apoyaron la clase política italiana,
los medios de comunicación y el Vaticano, con los desesperados llamamientos de
Aldo Moro a la negociación y a la piedad”.
Moro pudo
haberse salvado, pero los que deseaban su muerte eran los compañeros del
Partido (Democracia Cristiana), que se valieron de Pirandello, tal como lo
denunció Sciascia: “Moro empieza de un modo pirandelliano, a deshacerse de la
forma, ya que trágicamente ha entrado en la vida”, para ello cambiaron la
máscara (de Moro), y le pusieron otras: la de loco, la del despreciador de la
razón de Estado, y escondiendo la verdadera, la del complot en plena Guerra
Fría contra el comunismo. Fue llamativo que el corresponsal de Le Monde, el 10 de mayo de 1978,
escribiera: “Este sexagenario –en referencia a Moro- enigmático, de piel
asombrosamente oscura, aparezca a muchos como un extranjero, parecía venir de
otra parte, hablar una lengua diferente a la de sus conciudadanos…”. Ya era,
pues, otro, un extranjero. Y
Cossiga, entonces Ministro del Interior repite sin éxito: “La Nostra fermezza era quella di non cedere su questioni di principio”
(Francesco Cossiga, Per carità di Patria,
2003).
Y en el asesinato de Aldo Moro hay otro personaje de Pirandello: Pablo VI, amigo de Moro, que lo quiso salvar. Lo que Pablo VI quería no lo querían la Secretaría de Estado del Vaticano (Villot y Casaroli) ni USA, en otro diabólico juego de máscaras. El Papa, naturalmente, perdió y, como todo perdedor, sólo le quedó: a) Llorar, b) Leer una plegaria patética, el 13 de mayo de 1978, en la Iglesia de San Juan de Letrán, lamentando que Dios no haya escuchado su plegaria para salvar al amigo, amigo desde la FUCI, y c) Morirse a los pocos días en Castelgandolfo (el 6 de agosto del mismo año) y comenzar a pudrirse por la nariz.
Plegaria de Pablo VI
en la catedral romana de San Juan de Letrán, con ocasión de la muerte de Moro:
“Signore
ascoltaci:
¿Chi
puó escoltare il nostro lamento, se non ancora Tu, o Dio Della Vita e della
Morte? Tu non hai escudito la Nostra supplica per l´incolumità di Aldo Moro, di
questo uomo buono, mite, saggio, innocente e amico”.
Todo muy de Pirandello, que resultó
insuficiente la máscara de Montini, al que ni Dios hizo caso. Y aquí no hay más verdad que la del teatro,
como dijera el Director de Seis
personajes en busca de autor.
En este mismo mes de octubre de 2010, con
posterioridad a la redacción del precedente artículo, aparecieron tres libros
que, por su interés y recomendación, reseño.
El primero es
Relatos (Anagrama) de otro
siciliano célebre Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo, que en referencia a los erizos de mar escribe: “Son
ahora pocos los que los comen por miedo al tifus, sin embargo son lo más bello
que tenéis por allá, aquellos cartílagos
sanguíneos, aquellos simulacros de órganos femeninos, con perfume a sal
y alas”. El segundo libro es el titulado Suite
italiana (Plaza Janés), escrito por Javier Reverte que en la página 225
recuerda la siguiente frase de Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está,
es preciso que todo cambie”. El tercero
es un libro de relatos, reunidos por Roger Caillois, bajo el título Poder del sueño. Los que han
leído mi primer artículo sobre Marguerite Youcenar (el número 10 de la serie Escritura y Ateneo lo conocen. Juzgando
tal libro de extraordinario interés, la semana que viene lo analizaremos en detalle.
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