¡Poetas, degollad vuestros cisnes y en sus
entrañas escrutad el destino!
(Valle-Inclán, La Lámpara Maravillosa)
Fue intención primera escribir sobre eso tan actual que es la
melancolía o tristeza, lo llamado “dar sentido a la vida”, la autoestima, en la
que unos se pasan y otros no llegan, y, naturalmente, sobre las crisis de Fe;
todo lo cual desbocó el consumo de antidepresivos. La cosa se malogró por una
confusión: en vez de coger la estilográfica de tinta roja, muy roja –lo
anterior al punto se ha de escribir con ese color-, cogí la de tinta amarilla,
que es el color de los locos de atar, de la salamandras (o sacaveras, que así las
llamábamos en el Prado Picón), que es el color de los demonios, con o sin rabo
negro, y que también es el de la bandera del Estado de la Ciudad del Vaticano
que, como todo el mundo sabe, es un infierno.
Aparquemos durante un tiempo los galimatías jurídicos, que me
son muy fáciles por ser de mi oficio, y nada apropiados para los domingos, día
de descanso, además de una ordinariez de gusto discutible.
Gracias a don Ramón de Garciasol, que escribió un libro
precioso y loco, muy loco, titulado Claves de España: Cervantes y el Quijote,
supe hace años que don Miguel fue amortajado con el hábito de san Francisco, de
la Venerable Orden Tercera, habiendo sido transportados sus restos, con la cara
descubierta al Convento de las Trinitarias Descalzas, que, por entonces, estaba
en Cantarranas, en Madrid, luego calle Lope de Vega (pág. 146, Colección
Austral, nº 1481). (de manera parecida, a hombros y a cara descubierta, sacaron
al Arzobispo Lauzurica, cadáver, a mediados de los últimos años sesenta, del
ovetense palacio prelaticio, conocido como el de la gran Corrada del tal).
¡Al agua patos! |
Lo que ahora nos cuentan los eruditos de letras y de
piedras, decorados con plumas de papagayo, sobre los restos hallados de
Cervantes hallados, es intrascendente –siempre se supo que allí estaban-, y
causa asombro de que les choque que al afamado muerto le falten piezas. ¡Cómo
no le van a faltar si fue manco!
Es impresionante el hecho de que (para mí) los
dos mejores escritores en lengua castellana hayan sido, don Miguel de Cervantes
y don Antonio María Valle-Inclán –Quevedo y Góngora se pasaron de estetas y de
creer en Dios-; ambos aquéllos, los primeros, fueron de espada y pluma, de
testicularidad acreditada, y los dos mancos. Siempre supe que los sordos
detestan la oscuridad, que los tuertos tienen pánico a las escaleras de caracol
(la mejor, la de San Isidoro, al lado opuesto de mi pila bautismal) r), y que
los mancos son escritores primorosos: ¡Oh mancos divinos! Esto es muy importante
para quién, no obstante haber hecho muchas escrituras, a miles, quiere aprender
a escribir de una vez, y poder así engordar su flaco currículo, pudiendo
anunciarse en sus colaboraciones periodísticas con el titulito de Escritor,
ya que no puede poner el de catedrático o el de fisioterapeuta.
Por aquello de la manquedad literaria, cuando en trance de
escribir, contemplo mis dos manos y brazos, me pregunto: ¿Cuál de los dos me
sobra? desazonándome más aún el saber que no es manco quien quiere, sino quien
puede. Y así sigo en la impotencia de tener todo, quedándome como único recurso
el pasear por la Plaza Mayor de Salamanca con una capa, que, según don Ramón María,
es la prenda de abrigo ideal para mancos, y –añado- con botonadura cazurra de
Las Batuecas y soplando una dulzaina como don Agapito.
Maqueta de El Escorial (Felipe II) |
Y por aquello de la manquedad divina, hay que matizar, pues
la manquedad de don Miguel fue sublime en acción de guerra marítima, en lucha
contra el infiel turco, defendiendo él y los suyos, todos del Rey Felipe,
el triste, siempre de luto y con cara de deprimido (han de mirarse los retratos
de Pantoja, también apellidado de la Cruz, lo que se precisa para evitar confusiones),
defendiendo –digo- la Verdadera Religión, verdadera por ser la nuestra. Aunque claro,
lo que fue sin duda portazo con picaporte, de gloria y definitivo (lo de
Lepanto) contra los hijos de Alá, ahora, visto lo que está ocurriendo con los
de Mohamed, parece que no pasó de timbrazo y que la Verdadera Religión es la
otra, aunque no sea la nuestra.
La manquedad de don Ramón María, barba de Santo, fue de
menos gloria, más pendenciera y tabernaria, y por una fruslería: una vulgar
pelea a bastonazos y por falta de penicilina. No obstante lo cual, el grito
valleinclanesco en Luces de Bohemia: “¡Todas las fuerzas vivas del
país están muertas!” resultó genial y asombroso, que en ello seguimos
estando -constante histórica desde el primer Felipe, el Hermoso, al último
Felipe, el VI, no menos Hermoso-. Y es que es de plañir lo de las élites de
este País, que, arruinada su ejemplaridad, especialmente en los años dos mil,
se dedicaron al robo y al saqueo de los pobres (a más alta élite, más grande
fue el latrocinio). Por ello, ahora están como están: canallas, repletas de
heces y zurrapas sociales, supurando pestilencias. Recuerdo de repente que el politólogo
francés Marcel Gauchet escribió: “Las élites están ciegas sobre sus verdaderos
intereses por ansia de beneficios a corto término”; y que el geógrafo Emmanuel
Todd, añadió: “Confieso haber mal apreciado la importancia que corresponde a lo
irracional” (citas tomadas de La Revue, pour l´intelligence du monde, nº
6, enero-febrero 2007).
"Confesionario de la Catedral de Valladolid, ahora más importante, mucho más, que la Primada". |
Durante la lectura |
Don Miguel y don Ramón María, además de mancos, escribieron primores
sobre locos y arrebatados. Loco y mujeriego de beatas fue el carlistón Marqués
de Bradomín; de la locura quijotesca, nada debo añadir, aunque para mí el gran
loco de Cervantes, un loco de remate, fue don Tomás Rodaja, así llamado El
Licenciado Vidriera, que, por haber ingerido un bebedizo en un membrillo
toledano ¡Amarillo, amarillo! creyó ser de cristal y no de carne, llevando
su creencia hasta el punto de que si le picaba una avispa en el cuello, no la
osaba sacudir, por no quebrarse. Y si, al parecer, don Quijote se volvió loco
por haber leído libros de caballerías, don Tomás Rodaja enloqueció por haber
leído demasiados cánones y teologías.
La sabiduría loca del Licenciado es inmensa, portentosa. A los
envidiosos aconseja dormir, dormir mucho; a los escribanos y fedatarios recomienda
seguir andando en la verdad por el mundo y fe a sombra de tejados, sin
maltratarla ni correrla, como se corren los que se tiñen de oscuro para
disimular los cabellos plata, que, seguro, seguramente, fueron antaño de oro
–la tíña o tírria, palabras muy apropiadas, a los escribanos es otra constante
histórica- ¿por qué será? Y ya llevamos contabilizadas dos constantes
históricas…
Gran defensor fue don Tomás Rodaja de clérigos mofletudos y
boneteros (de bonete, no de bonito), citando nada más y menos que al mismísimo
Espíritu Santo, que, con ternura e imperio, dijo: Nolite tangere christos
meos. Cuerdo ya, después de lo del membrillo amarillo, don Tomás
Rodaja, convertido en Licenciado Rueda, con mucha cordura, más de republicano
que de monárquico, dijo, despidiéndose de la corte: “Oh corte, que alargas las
esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos
encogidos; sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados, y matas de
hambre a los discretos vergonzosos”. ¡Ay, ay, Felipe o Filippo Rey y Sexto, que
allí donde está el rey, está la corte!(en Oviedo, en el mes de octubre, con
ocasión de los Premios o proemios).
"Retrato de un Felipe Rey, en medio del I y el VI" (En la Universidad Pontificia de Salamanca. |
Don Quijote, cerca de Benavente (Zamora) |
Lo mejor sobre las obras frutales de Cervantes -ya lo dije-
fue lo del poeta Garciasol, mucho mejor que lo de don Américo Castro, Martín de
Riquer, Ortega, Unamuno y Francisco Rico. Que por poeta, a los cisnes, largos o
corticuellos, flacos como alambres o gordos como botijos, escrutó hasta las
entrañas. Y éste que escribió, A.A., no siendo escritor, se limitó al
condimento a base de veneno amarillo.
Fotos hechas por el autor
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