"Monada de enlaces y equilibrios" (foto realizada en el barrio Old Delhi en Nueva Delhi (India) |
Tocó
el silbato el jefe de la
Estación (la del Vasco en Oviedo), al tiempo que meneaba
arriba y abajo el farolillo, ya con el verde del adiós. Silbó la máquina
vaporosa, negra como el carbón y zumbona como una folklórica, y dijo “vale”
lanzando al cielo nubes blancas como inciensos. Y se puso en marcha el
todo (el tren con destino a Collanzo) y las partes: la maquina con el conductor, el “tender” con el
fogonero, hasta los topes ambos de carbón y agua, los vagones de pasajeros que
eran tres y de tercera (clase). No había furgón de cabeza ni de cola, que, para
furgones, los vagones, los tres.
En
los primeros metros de avance, el traqueteo del convoy fue regular, unos trac, trac, trac, pausados; pero a los
doscientos metros se oyó: ¡cataplum pum pum! de mucho ruido y
susto, como si aquello se destornillase o destartalase. Mi compañero de pupitre
en los Maristas de Santa Susana (Oviedo) y de asiento en el tren, era Isidro
Roza Alonso, mucho más inteligente que yo y que, por eso, pertenecía a la élite,
a los muy escogidos de la Acción Católica
–las “celebridades”-, como célebres eran los hijos del Gobernador Civil (“de padres gatos, hijos michos” dijo
el refrán) y don Gabino de Lorenzo y Ferrera. Y en este momento se me ocurre otro
eslogan turístico para Oviedo: “Oviedo,
Ciudad de secano, aunque con dos cabos, Cabo Noval y don Gabino de Lorenzo,
Cabo Honorífico”.
"La estación Jovellanos de Ov iedo, hoy, antes del Vasco"(foto del AVE en Sevilla) |
Y
ante tanto ¡cataplum pum, pum!, alarmado, buscando la tranquilidad o
seguridad que los inteligentes suelen dar a los torpes, pregunté a mi compañero:
--Isidro,
Isidro, ¿qué es esto, habremos descarrilado ya, tan pronto…?
--No…
tranquilo -me respondió- y añadió: es que hay un enlace o empalme con el Ferrocarril de Económicos, y las ruedas de los
vagones saltan, saltan entre muchas vías y agujas.
Nada
me atreví a repreguntar y sufrí en silencio el dolor de las ruedas de los vagones
por tanta aguja, acordándome de mi
“sastra”, doña Delfina, la de Trascorrales, que, al probarme los
pantalones, me clavaba las agujas y alfileres en zonas sensibles, como si confundiera mi anatomía, la colgante, con un dedal. Y ante todo esto, el vagón
callaba, nada decía, que los ruidos eran de sus piernas, que eran ruedas.
Ciento
cincuenta metros adelante, el tren y nosotros, pasamos por un puente que
atravesaba una calle, viendo a la izquierda el edificio de la Cruz Roja , donde el doctor
Morán abría barrigas y arrancaba tripas y
ulceras marrones, muy marrones; y viendo a la derecha una casa de ladrillo muy
visto, adornados con geranios, en la que vivía el señor Verdeja y esposa, la
señora González, así como la numerosísima prole –-luego se trasladaron a vivir a
la Avenida de
Galicia que, en aquel tiempo, era como Serrano de Madrid, y que, hoy, la Avenida de Galicia de
Oviedo es como Ventanielles en aquel tiempo: Corea. Corea-.
Siguió
el tren y de repente otro puente: el de la Cuesta de la Vega , calle que tanto miedo me daba bajar en el Pegaso autobús municipal, procurando siempre
agarrarme al cobrador que allí tenía despacho o garito -a la entrada subiendo
por la puerta de atrás, la de subir y no salir-. Es que, estimado lector (aquí
empleo el masculino genérico y que mis lectoras feminista no me acusen de sexismo sintáctico), yo viajaba mucho
en ese autobús, pues me gustaba bajar al Palais
desde que supe que era un palacio francés; también me gustaba mirar al imponente
Garaje de la derecha y casi abajo, siempre muy triste por escaso de bombillas, y,
como todos los garajes, lleno de pulpos.
Y
otra vez pregunté a Isidro:
--¿Crees
tú que saldremos sanos del túnel de San Lázaro, date cuenta que estos “vascos”
son muy brutos, muy brutos, y que no me oiga el vagón? ¿Nos pasará algo?
-- Isidro -con su natural aplomo y
superioridad por ser de la
Acción católica (yo era de la Juventud del Carmelo y del Niño Jesús de Praga,
y gracias)- respondió:
--Nada, nada pasará, pues el tren, por
ser minero, está acostumbrado a correr por túneles y galerías. O sea, que
tranquilo –concluyó-.
Antes
de llegar al túnel, como dando el tren una media vuelta por “las afueras”, vi a
la derecha el trasero del Postigo Bajo, acordándome del Cine Asturias, que fue el
primero en aquello de “sesión continua y permanente desde las cinco”; luego siguieron
el Santa Cruz, junto a los Almacenes Generales del famoso don Arturo
García Pajares, y el Roxy, a las
puertas de La Argañosa
–la película “Los ciento un dálmatas”
se proyectó en el Cine Principado, un
cine-bien y de clase, nada de barrio-. Las películas del Oeste del Asturias eran de arrebatar, y doña Aurora,
la taquillera, era muy seria y recta, lo cual no impedía el desmadre en el
interior de ese cine.
"Un rebaño como Dios manda y con "manita" en una esquina" (foto en casa del autor) |
Los que
estábamos en las primeras filas del Cine
Asturias comíamos pipas y los que estaban en las últimas hacían “pepitas”
en las barriguitas de “ellas”. Se oía todo, las risas y jadeos. Por eso, precisamente
por eso, los de delante queríamos ir atrás, dejar de comer pipas y hacer atrás pepitas
en las barriguitas de “ellas”; por eso, precisamente por eso, “ellas” querían
comer pipas en las primeras filas y no que hicieran pepitas en sus barriguitas.
Y mientras tanto trajín acontecía, doña Aurora de nada se enteraba, como tampoco
se enteraban de nada las damas castas dedicadas en las mercerías (La más Barata) a “tomar los puntos de las medias”. Ese oficio -de tomar- siempre me
pareció excitante, con su instrumental a base de mesita, flexo, la media de
cristal agujereada y el aparato eléctrico de remendar que era como un torno de dentista.
"Un torerazo como el Hermano Gabriel" (Sevilla) |
Entramos por
fin en el túnel de San Lázaro y salimos de él sanos y salvos. Ya cerca del
Hípico, el maquinista puso la máquina en punto muerto, pues, camino de La Manjoya , el tren rodaba sin
marcha, ahorrándose también el trabajo al fogonero, que dejaba de atizar. Miré
y vi, en La Pedrera ,
a la derecha, a dos “recogidas” en el Colegio Covadonga --colegio según unos y
reformatorio según otros, tuteladas por Madres
Capuchinas, tocadas y no encapuchadas-- que estaban al cuidado (las dos
“recogidas”) de un rebaño o manada, de dos vacas y dos ovejas: todo pares. El
capellán de aquel “Colegio” era don Alfredo
de la Roza , que
llegaba a trancas y barrancas para decir misa a las ocho de la mañana, y con
los bajos de la sotana hechos un cristo por el barro de la caleya. La escena de
zagalas y vacas me acercó a lo pastoril y me sirvió para entender, mas tarde, las
explicaciones literarias sobre la novela renacentista y pastoril, a cargo del buenazo
Hermano Gabriel, conocido por “el
marista torero”, por sus manoletinas encima de la tarima y con el encerado haciendo
de bestia cornuda.
Ya muy cerca
de Fuso de la Reina ,
al final del puente sobre el Río Nalón, alto como el del Rio Kwai, el tren
volvió a hacer ¡Cataplum, pum, pum! Y volví a preguntar:
--Isidro,
Isidro, ¿Descarrilaremos y caeremos al Río? ¿Nos volarán el puente, confundiéndonos
con japoneses, que tenemos cara de chinitos?
--¡Tranquilo y
déjate de películas! Que no pasa nada que es otro enlace o empalme, a la derecha para ir a Pravia, que son del PP y a
la izquierda para ir a Collanzo, que son del PSOE. Y no olvides que donde hay enlaces y empalmes –te lo repito- hay lío
de ruedas y agujas –concluyó-.
Y me pregunto en
este momento: ¿Dónde estará mi compañero Isidro, que era de una aldea, Carrandi,
en los Picos de Europa, y en la que –según él- había lobos gigantes que comían
vacas gigantes? El caso es que llegó Isidro a Oviedo, para estudiar, a casa de
una tía que vivía en la calle González Besada, enfrente de Las Hermanitas de
los Pobres, y un mal día desapareció. Siempre me acordé de él; me quedó su
recuerdo, sólo el recuerdo, igual que mis muertos queridos: sólo recuerdos y
recuerdos, o sea, mucha metafísica aburrida y nada de física alegre, y a mí lo que me gusta es la Física.
Fue entonces cuando supe
de la muerte, por lo que dejé de ser inmortal o infantil. ¿Y qué fue de
Manjarín Quijano José y de Doñobeitia Menéndez Juan, y de tantos y tantos? Esto,
queridas señorías lectoras, es muy serio.
Hace unos
años, entré (en Gijón) en una ferretería, seguramente a comprar chinchetas, y
el dependiente resultó ser Isidro. Le abracé y me lo contó todo, todo. Nos
vimos varias veces después. E Isidro volvió a desaparecer; no volví a saber más
de él, así desde 1993. ¡Qué mala suerte tienen algunos, qué mala suerte! Y
otros ¡qué buena suerte, qué buena suerte! Es que lo tienen todo –mucho gracias
a papá- y siguen pidiendo más y más…¡Fartones,
que sois unos fartones!
"Uno de los fartones" (foto realizada en el Museo del escritor Sciascia en Sicilia) |
Al regreso de
la excursión, cogí el Diccionario de don Julio Casares –el de siempre- y leí: ENLACE es “coger una cosa con lazos” y EMPALME es “unir por los cabos dos
maderas o cuerdas de manera que cada parte sea prolongación de otra”. No
haberlo entendido entonces no me importa; entenderlo y practicarlo hoy, me es
prioritario.
. (Continuará)
ILUSTRACIONES DEL AUTOR
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