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Conozco algunas personas que pasan la vida
enfundados en una coraza con la que consiguen –o persiguen, no estoy tan segura
de que siempre logren lo que se
proponen- hacernos creer en su
superioridad o también su indiferencia hacia quienes, vamos a llamar… ¿tal vez
normales y con dos dedos de frente? Entendiendo por tal quien decide no
envararse en una pose permanente, porque yo creo que no lo necesitan.
Personalmente siempre he procurado alejarme de quien en el fondo simplemente
está haciendo uso de un mecanismo de defensa, bien porque tiene miedo, bien por
su inseguridad, o simplemente por su falta de inteligencia, al confundir “clase
social” con pose de apariencia. Hace
unos días quedé asombrada por las declaraciones que hacía en una
entrevista un señor que decía ser
estilista, al que le preguntaban cómo se aceptaba a una persona en un
determinado círculo social. No salí de mi asombro cuando comentaba que las
“señoras” de alta clase social, cuando
llegaba una persona nueva a su círculo la miraban de arriba abajo analizaban su
ropa, sus zapatos, sus complementos y, según la marca que llevase puesta, la
aceptaban o no en su círculo. Me quedé
de una pieza. Fundamentalmente por la vergüenza que como mujer siento, al darme
cuenta de la torpeza y falta de inteligencia de esas “señoras” que pertenecen a
esa “elite” tan deseada por muchas. Una sociedad fundamentada en la tontería de
la apariencia nunca podrá crecer, ni
intelectualmente ni de ninguna otra forma. Y así nos va. Afortunadamente conozco doctoras, catedráticas
de universidad, abogadas, escritoras, incluso políticas, que da gusto verlas –bien vestidas
como requiere el cargo que ocupan, eso sí- que no se las conoce precisamente
por su atuendo, sino por su valía. Y, por desgracia, también conozco otras que no valen nada, pero
que lucen muy bien la ropa de firma. Esas no me interesan nada.
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