Artículo publicado en el diario "LA NUEVA ESPAÑA" y en "RELIGIÓN DIGITAL" (24/06/2012)
(2ª Parte)
El 
Señor respondió a Job desde la tormenta y dijo: Quién es ése que enturbia mi 
consejo con palabras sin sentido. Si eres valiente prepárate y tú me 
responderás. ¿Dónde estabas tú cuando afiancé la tierra? Habla, si es que sabes 
tanto.
Del Libro de 
JOB
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| Foto cedida por el autor | 
Si el domingo 10 de 
junio 
escribimos 
que, según 
el católico y teólogo-político Carl Schmitt, la Iglesia romana es capaz de 
asumir, de 
un modo más o menos pacífico, muchas contradicciones y 
antítesis 
–lo que él denominó la complexio 
oppositorum-, hoy interesa destacar que esa 
excepcional facilidad se 
gesta, 
es 
soportable 
y no 
es 
aniquiladora, como consecuencia, según el 
también 
jurista alemán, de que 
la 
Iglesia 
católica es 
la única institución que representa 
(Repräsentation) 
a 
Dios y a Cristo, el Dios hecho hombre. “El Papa 
–escribió- no es un profeta, sino 
el representante de Cristo”. Representar nada más y 
nada menos que al Altísimo, a Dios, ha de otorgar 
una fuerza 
y una 
resistencia 
que nada tiene que ver con la fragilidad propia de la humana representación 
política 
(Vertretung), que resulta de 
procesos electorales de mucha 
relatividad 
y aproximativos.
Ahí está la clave del 
pensamiento autoritario de C. Schmitt, que ve en la Iglesia romana un modelo o ideal de 
autoridad, 
que quisiera trasladar a 
las sociedades civiles, políticas, organizadas en Estados. 
Cuando 
todo ello 
fue 
escrito, en los primeros años veinte 
del siglo XX, estaba naciente el fascismo 
italiano, y a la influencia del 
pensamiento autoritario de Schmitt en el nacional-catolicismo español de los 
años cuarenta, nos referimos en 
El 
nacional-catolicismo 
de 
la 
Ley Hipotecaria hoy (primera y segunda 
parte), aquí publicados. Una 
representación, pues, de lo divino, de la que resulta una 
Autoridad, 
la de la 
Iglesia, 
poderosa, piramidal y muy jerarquizada, y que remata con 
el dogma de 
la infalibilidad 
papal. 
Naturalmente, que eso nada tiene que ver con 
ideales 
democráticos y de igualdad, y que ha hecho posible 
que, por ahora, las “complejidades 
opuestas” y 
las contradicciones no hayan acabado con la Institución eclesiástica. Veinte 
siglos 
de existencia del catolicismo romano 
es 
la 
prueba, 
sobreviviendo a todas 
las revoluciones, tanto las técnicas 
como las 
sociales. 
“Una 
bella 
lección de realismo político”, que escribiera 
el 
polemista francés Régis Debray 
(Le 
Figaro, 6 
de febrero de 1999, pág.35). 
Su Eminencia 
el 
cardenal 
Bertone, Secretario de 
Estado del 
Santo Padre, que pronuncia lecciones 
magistrales 
y lee discursos de gran finura y de enjundia 
jurídicas, predicó la ortodoxia 
en 
la 
Universidad 
de Wroclaw 
(Polonia) 
el 10 febrero de 
2010: 
“En 
la 
Iglesia 
católica el poder no es divisible”, añadiendo que “la 
relación estructural  entre la jerarquía y el resto del pueblo de Dios, no puede ser 
puesto en 
términos de reparto de poder”. Son muy interesantes a 
este efecto las reflexiones sobre la 
relación entre Iglesia y democracia de Giacomo Coccoline en su libro 
La 
relación entre teología y política en Joseph Ratzinger” 
(2011), que 
es concreción de algo mas amplio: Religión y 
Democracia. 
Las 
complejas 
oposiciones 
señaladas 
por Schmitt en Catolicismo 
romano y forma política 
(trascritas en la 1ª 
Parte), no 
dejaron de aumentar, fueron a 
más, desde 
que el libro fue escrito (1923). Hoy, la institución 
eclesiástica, entidad gestora del 
mensaje evangélico, se enfrente a problemas graves, 
gravísimos, 
muy 
“indigestos” y complejos. 
Resulta sorprendente que 
un Papa, el Beato Juan Pablo 
II, tan 
“súbito” y 
resolutivo, haya 
dejado 
sin resolver tres problemas mayores, pasándolos 
a su sucesor, a mi bendito 
Benedicto. 
Los tres problemas mayores son: el de los cismáticos 
lefebvrianos, el de Maciel y la 
pedofilia, y lo del Banco vaticano 
(el IOR). 
En relación a este último (IOR), me limito, por ahora, a señalar que, como 
dijo el 
católico e 
historiador del Papado y autor del 
libro Le 
moment Benoît XVI (2008), Philippe 
Levillain, 
“lo del IOR es el verdadero Talón de 
Aquiles de 
la 
Iglesia 
católica…” (de eso algo sabemos 
y más se 
sabrá, aunque si se acaba sabiendo mucho, la “cosa” puede 
terminar 
muy mal, 
como la 
glasnost o “transparencia” 
de 
Gorbachov. 
Culpar de aquellos males a la 
secularización, como acaba de 
hacer 
el jesuita 
Giandomenico Mucci, o culpar de esos males 
al 
Maligno, 
como lo 
hizo por 
última vez 
Benedicto XVI en la Audiencia 
General de 
13 de junio de 2012 (leyó: “Nuestra debilidad, 
nuestra inadecuación, la dificultad de vencer al Maligno”), ese culpar –digo- a la 
secularización y al Maligno, es 
preocupante, pues pudiera mostrar o revelar 
una 
escasez, una debilidad y una 
inconsistencia de argumentación. El 
problema se sabe muy bien cuál es y dónde está. Además: “una 
iglesia 
que habla 
y hace hablar demasiado 
de sí, no habla de aquello de lo que debería hablar”.
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| Foto cedida por el autor | 
Tiene razón el Santo 
Padre 
–reitero, mi bendito 
Benedicto- 
al manifestar que el asunto de la 
pedofilia afecta a la credibilidad de la Iglesia (Mensaje papal al 
Congreso 
Eucarístico Internacional de Dublín este mismo 
mes), pero lo del Banco 
vaticano también afecta a esa credibilidad, es un 
descrédito 
mayúsculo,, 
si 
bien 
opera 
de 
una manera cualificada 
y selectiva: son las importantes élites mundiales, la 
diplomacia y las organizaciones internacionales las escandalizadas. Esto sin 
duda, lo sabe muy bien Su Excelencia 
el 
Arzobispo Mamberti, Secretario para las Relaciones con los Estados de 
la 
Secretaria 
de Estado del Vaticano, 
que, en 
calidad de tal, pronuncia, en los meses de septiembre de cada año, bonitos discursos en las 
Asambleas Generales de la ONU –el último lo pronunció 
el 27 de 
septiembre de 2011--. 
Y ahora sigamos con nuestras 
cosas, que no son, 
precisamente, las de “Cosa Nostra”. 
Continuemos con otra complexio 
oppositorum: 
el 
rompecabezas anunciado, que lo escribió C. Schmitt: 
“De 
ser la 
Iglesia 
católica una monarquía autocrática cuya cabeza es elegida por 
la aristocracia de los cardenales, en 
la que, sin embargo, hay la suficiente democracia para que, sin consideración a 
clase u origen, el último pastor de los Abruzos tenga la posibilidad de 
convertirse en ese soberano autocrático”. 
Empecemos con lo de 
la 
Monarquía, absoluta, que no se dice, aunque resulta del Artículo 
I 
de 
la 
Ley 
Fundamental 
del Estado de la Ciudad del 
Vaticano: 
”El 
Sumo Pontífice, Soberano del Estado 
de la 
Ciudad del 
Vaticano, tiene la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y 
judicial”. 
Ese 
texto, que 
tanto se hizo esperar, no es –pudiera serlo- ni de la Edad Media ni de la Moderna; es del siglo XXI, 
de 26 de 
noviembre de 2000. Lo de “Soberano”, que ya es de por sí muy 
complicado 
en lo político, lo es aún más teniendo en cuenta 
que ese 
Soberano es también Sumo 
Pontífice, 
que es lo principal por ser lo teológico:” el 
Obispo de la 
Iglesia 
Romana es 
el Vicario de Cristo y 
Pastor de la 
Iglesia 
universal  en la 
Tierra, el 
cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, 
que 
es suprema, plena, inmediata y universal en la 
Iglesia, y 
que puede siempre ejercer libremente” 
(Canon 331 
del Codex). Más todavía: desde el 18 de julio 
de 1870 (Concilio Vaticano I), tiene la prerrogativa de la 
infalibilidad 
“al 
proclamar de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres” (Constitución 
Lumen 
Gentium del Concilio Vaticano 
II). Lo de la infalibilidad papal, que es asunto de intríngulis 
teológico, 
más de especulación que efectivo, era muy del gusto de Carl Schmitt, pues en 
ello veía confirmado su planteamiento del “decisionismo” autoritario (esto lo 
recogería posteriormente Benedicto XVI en sus teologías políticas). 
Decisionismo, según Schmitt, frente a las ambigüedades y 
vaciles de 
lo liberal. 
Pero la “Monarquía” 
papal y su infalibilidad en lo dogmático (no en lo 
organizativo), tienen dos 
“opuestos”, que Schmitt no se pudo 
imaginar: 
de una parte, la colegialidad –sobre ella pasamos de puntillas sin citar al 
Vaticano II ni a Hans Küng- y, de otra parte, la teología martirial 
del Primado 
del Papa, sucesor del mártir Pedro; el Papa en cuanto 
mártir, lo cual es 
interesantísimo y de mucha actualidad --Benedicto, teólogo y 
mártir-- Hace bastantes años, 
Ratzinger 
lo 
dejó 
escrito: 
“El 
lugar verdadero del Vicarius 
Christi es la 
cruz”, 
y 
añade:”La 
vicaría de Cristo está en mantenerse 
obediente a la cruz y, por tanto 
la representatio 
de 
Cristo en el tiempo mundano consiste en mantener presente su poder como un poder 
opuesto al poder del mundo”(Mi 
cristiandad de Benedicto XVI (página 
32). El 
Papa, por una parte, Soberano absoluto e infalible (cuando proceda y 
así lo 
declare), pero también mártir. ¡Qué inmensa, 
qué 
inmensa, complexio 
oppositorum! 
(Esta segunda parte fue 
escrita con 
sentimiento, mezcla de pena y de 
esperanza, escuchando las voces 
humanas y las músicas divinas de la ópera Akhnaten 
(Pharaoh) del compositor americano Philip Glass). 
Continuará (3ª parte) con la sucesión del 
Papa, 
Soberano y 
Vicario, no por fácil y natural herencia (asunto 
de 
espermatozoides y de las Trompas de 
Falopio), esencial en el principio 
monárquico, sino por medio de una artificial 
elección, también conocida como 
vocatur 
per scrutinium. 
 
 
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