"EXPLORADORAS", artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA
CONSUELO VEGA DÍAZ  Este último sábado fue Eurovisión. Aunque no en 
directo, sí que vi un vídeo con la actuación más comentada de todas, la del 
grupo «Abuelas de Buránovo», que se alzó con el segundo puesto. No entraré a 
juzgar la calidad de la letra, la música o la interpretación de una canción que, 
por lo demás, ha estado como mínimo a la altura de la mayor parte de lo que 
conocemos año tras año en ese festival. Pero sí destacaré que son seis ancianas, 
de la Rusia profunda y rural, que cantaron en su lengua udmurta un tema 
«etno-pop» compuesto por ellas mismas; con el dinero que ganen, financiarán la 
reconstrucción de su iglesia, en un pueblo de 650 habitantes. 
Leo 
también que se ha comprado cada una de ellas un gran mapa del mundo y ha 
señalado con rotulador los lugares que quiere conocer. ¡Qué admirable pasión por 
descubrir, sea cual sea la edad! Y qué estupendo que, junto a una joven 
sueco-bereber, se lleven la fama estas seis viejas que parecen saber bien lo que 
quieren hacer con su dinero y con el tiempo que les queda.
A esas 
horas del sábado no vi el Festival, pero estaba escuchando a dos coros 
asturianos -«La Providencia» de Gijón y «San Javier» de Oviedo- y disfruté con 
sus repertorios, que incluían tanto piezas medievales españolas como folclore 
hispanoamericano, italiano o asturiano. Tras el concierto, una de las 
integrantes, una mujer de más de 70 años que hoy ya no nos atreveríamos a llamar 
anciana, me confesó que esta era su primera experiencia musical. Le encantaba 
cantar -me decía-, amaba la música y, sobre todo y una vez jubilada, no estaba 
dispuesta a «quedarse sentada, sin más, esperando la muerte».
En el 
fondo, esta asturiana y esas mujeres rusas que marcan un mapa con grandes trazos 
rojos nos ponen encima de la mesa una pregunta para la que nuestra sociedad 
todavía tiene que buscar las respuestas: la de cómo vivir las últimas etapas en 
una época de longevidad y de creciente población mayor. 
Ahora, 
cuando la esperanza de vida parece que aumenta dos años cada década, no podemos 
considerar que, por encima de los 60 o los 65 canónicos, estamos ya en la vejez. 
También habrá que distinguir entre los 70 y los 90 años, del mismo modo que 
entre los 20 y los 40, porque, por fortuna, cada vez más personas, nuestros 
hijos e hijas, se acercarán más a ese horizonte de los 100 años que ahora nos 
parece tan excepcional. ¿Qué haremos con toda esa población mayor, entre la que 
con suerte estará la gente que amamos? Tenemos que dotar de sentido ese largo 
período de la vida a partir de los 70, los 80 o los 90 años, de sentido personal 
y también colectivo. 
Nuestra gente mayor se acerca cada vez más a 
esas grandes edades, transita por ellas y las construye trabajosamente, 
intentando vivir y no solo durar en esos años «improductivos» de su vida; el 
resto tendremos que fijarnos y aprender de su experiencia y de sus 
posibilidades, para tener alguna respuesta cuando lleguemos allí. 
En 
una ocasión, escuché a la demógrafa Anna Cabré llamar exploradores a quienes 
alcanzan esas grandes edades; me sedujo la potencia de esa imagen, la de esas 
personas pioneras que, como los antiguos aventureros, avanzan por lugares 
desconocidos para los demás, que nos cuentan lo que se encuentran en esas 
regiones centenarias en las que el latido del tiempo se adormece. Y veo a esa 
mujer que no quiere sentarse a esperar la muerte y se arma con su libro de 
partituras como si fuera el sable de un corsario, y a las seis abuelas rusas, 
que manejan el timón de su barco pirata con arrugadas manos firmes y están 
dispuestas a conquistar las ciudades subrayadas de su mapamundi, y entonces 
pienso que son, sin lugar a dudas, las exploradoras de los nuevos territorios 
humanos.

 
 
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