domingo, 30 de mayo de 2010
CHACHAS GRATIS PARA TODO
Alguien, que me quiere bien, me dijo en una ocasión que yo vivía fuera de la realidad. Nunca me preocupó demasiado la observación; entre otras cosas, porque la realidad social en la que me ha tocado vivir no me gusta nada. Sé que no debería de quejarme, porque también sé que soy una privilegiada, formo parte de esa tercera parte de la Humanidad que acapara todos los recursos del planeta y vive con mucho más de lo que necesita. Sin necesidad de mencionar a quienes mueren de inanición en muchas partes del mundo, basta con pasar delante del supermercado, que está a la vuelta de la esquina de mi casa, para ver cómo todos los días varias familias rebuscan entre la basura frutas medio podridas, yogures caducados, hortalizas de desecho…cualquier cosa que sirva para llevarse a la boca. Y eso sucede, como digo, a las puertas de mi casa cada tarde noche. Muchas veces me encuentro este panorama cuando vengo de tomar un refrigerio con un amigo/a. Así que como para quejarme. Pero no me refería precisamente a ese tipo de realidad –con la que, por supuesto, no estoy de acuerdo, y que en detrimento de mi solidaridad consiento-, sino a la que conforma la sociedad en la que vivo. A una realidad acomodada que, sin más, todos dan –damos- por buena. Me comentaba una abuela de más o menos mi misma edad, a la que encontré demasiada ajada, cansada y algo agobiada, que no tenía tiempo para nada porque debía de ocuparse de sus nietos: para que su hijos, bien fuesen a su trabajo, bien saliesen a divertirse, porque después de laborar toda la semana, el fin de semana tenían que salir a liberarse un poco del trajín cotidiano. Y mi amiga, que trabajó toda su vida, que crió a sus hijos –me consta que sin cargárselos a los abuelos- ahora, que ya se ha ganado un bien merecido descanso, se ve de nuevo entre pañales, biberones y colegios. Precisamente cuando ya no tiene esa fuerza, ese dinamismo que requiere la crianza de los hijos; hijos que la Naturaleza –muy sabia- te da cuando eres joven. Pero, como casi siempre, no nos paramos a analizar por qué le edad fértil tiene fecha de caducidad, y queremos cambiar sus leyes. Es decir: pretendemos que los abuelos hagan de padres. Y lo más curioso del caso es que nos quedamos tan tranquilos. Porque los hijos –esos muchachos/as por los que lo hemos dado todo- ejercen un chantaje emocional –subliminal, si se quiere- que hace que la abuela/o se sienta culpable si no realiza esa misión de cuidar a los nietos; a los que, por otra parte, adora. Traté –pérdida de tiempo- de explicarle a mi amiga que los hijos deberían de resolver –como hicimos todos- el problema de manera que no llevasen a los abuelos hasta la extenuación física. Y la respuesta me dejó bastante perpleja: a todo el mundo le pasa lo mismo. Luego, entiendo, que sus respuesta lleva implícito un, si todos lo hacen… Yo, inasequible como soy al desaliento, argumenté que no todo el mundo –no todos los hijos, quiero decir- actúan de igual manera. Y…además de darme una relación detallada de quienes de su entorno cuidaban de sus nietos, me apostilló que sus hijos eran buenísimos: habían sido buenos estudiantes, buenos padres, en fin: lo mejor de lo mejor. Y yo pensé –reconozco que no me atreví a decirlo- menudos egoístas y que poco quieren a sus padres. Y como esos hijos podrían ser los míos, pues ya en solitario, me pregunté de quién será la culpa de haber criado semejantes egoístas; porque lo que no se ha parado a pensar esa abuela es que no tardando mucho –el tiempo pasa muy rápido a nuestras edades-, cuando la abuela/o necesite que le coloquen pañales porque tendrá incontinencia urinaria, que le sirvan la comida porque no podrá apenas levantarse, que entonces, ni los hijos, ni los nietos tendrán gana de soportar la pesada carga que es un viejo y, casi sin que se de cuenta se verá en una residencia de esas en las que se dice están tan bien los viejecitos y liberan tanto a los hijos. Y si la primera realidad – la de cuidar a los nietos hasta reventar- es lo normal, la segunda no lo es menos. ¿Estoy fuera de la realidad por no aceptar esta situación tan “normal”? Pues sí, me tengo que situar necesariamente fuera de ella. Yo tuve la suerte de tener abuelas/os y mis padres me enseñaron a quererlos, a velar por ellos: nunca fui su carga, y eran un puntal importante en mi educación. Creo que los recuerdos más entrañables de mi infancia están unidos a mis abuelos/as. Así que la conclusión a la que llego es que no hemos sabido educar a nuestros hijos, es que –por muy buenos estudiantes que hayan sido, por más relevantes que sean sus puestos dentro de la sociedad- fallan en lo fundamental: en el cuidado de quienes lo dieron todo por ellos. Son egoístas, terriblemente egoístas, no devuelven lo que recibieron, prefieren cambiar de coche, o engrosar su cuenta corriente que lo mismo me da, a liberar a sus padres de algo que por edad ya no pueden hacer. Se ahorran unos eurillos al convertir a sus abuelas/os en chachas para todo. Lo siento, pero no estoy de acuerdo, yo no quiero hijos perfectos, yo quiero hijos con sentimientos. Y si no hemos logrado transmitirles eso, es que hemos fracasado en su educación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Lo acabo de releer....lo asumo letra por letra y me veo retratado en esas lineas...y me veo en la residencia ..pero casi como una liberacion....
ResponderEliminar