Coco Chanel, perfumista y pasajera del Oriente-Expres, fumando con larga boquilla y bebiendo un Campari, a su amante Paul Iribe, con chaleco de color ala de mosca, dijo: ¡Déjate de bobadas, que los mejores perfumes se hacen con los órganos sexuales de los machos y no de las hembras! Efectivamente, los órganos sexuales masculinos dan para mucho, y cada vez para más, desde explicar los perfumes y los guisos por guisanderos de las criadillas hasta lo de la tenebrosa historia de la criminalidad, protagonizada por enfermos de la testosterona, que, a la vista y desde lejos, ya huelen.
Hay hitos criminales importantes. Acaso el derribo de la Estación del Vasco, bajando desde la calle Jovellanos, en Oviedo, sea uno de ellos; Estación que tuvo andenes, pasarelas, cafetería y mosaicos primorosos, gran patrimonio ciudadano, derribado cuando gobernaba el PSOE. Más tarde, gracias a otra corporación municipal, ésta del PP, ocurrió lo del llamado “Cinturón” que, para distraer a opositores nacidos ya “distraídos”, calificaron de verde, que es el color de las esperanzas imposibles o falsas.
ESTACIÓN DEL VASCO EN OVIEDO DERRIBADA EN TIEMPOS DEL PSOE
A lo del “Cinturón verde” también llamaron “Operación ferroviaria y urbanística”. No es casual que la criminalidad esté tan relacionada con lo ferroviario y con el urbanismo que, a tantos, iguales a las vías, unos anchos y otros estrechos, hizo ricos, muy ricos, aunque no tanto, es verdad, como lo de Venezuela, o lo de los eméritos reales, él y ella. Oviedo y algunos de Oviedo se quitaron el sujetador férreo de su moralidad, que tanto les apretaba, como aprietan los cinturones de castidad, quedando con todo al aire, viéndoles, con todo al aire, hoy, hoy mismo.
MÁQUINA DEL VASCO
Y después de lo del “cinturón”, no se volvió a ver en Rubín, lugar de “quintos” y de guardias civiles, entre Ventanielles y Guillén Lafuerza, aquellas máquinas del ferrocarril de Económicos, de vía estrecha, con destino a Noreña, que bufaban como los toros salidos del toril y levantando patas delanteras ante el capote, y eso ocurría en unas tierras de “Misión”, las de Ventanielles, dada la gran afluencia de los que llamaron “coreanos” y a los que el párroco, don Hermógenes Rodríguez, el amigo de don José López, Presidente de la Diputación, bautizaba sin descanso, sosteniendo las palmatorias niñas, con boinas moradas a lo francés, educadas por las desaparecidas Ursulinas,vecinas de Los Monumentos, en el Naranco vetusto.
Tampoco se volvieron a ver, entrando en el negro y de mucha carbonilla túnel de San Lázaro, los vagones del Vasco, de vía estrecha, procedentes unos de Collanzo y otros de San Esteban de Pravia, camino de la Estación de Jovellanos. Esos trenes entraban, como dije, por San Lázaro y salían, del túnel, casi por la sacristía de la Iglesia de los Dominicos, cerca ya del Postigo, junto a la Muralla, hoy de sospechosos recrecidos. Los que llegaban de las minas del Caudal o de las huertas del Nalón, usuarios de esos trenes estrechos y burros –le llamaban el Vasco- siempre se quejaban de que en el túnel, bajo San Lázaro, dejaban de funcionar las wifis.
El lujo, por contraste, estaba en la vía ancha, en la estación del Norte de Oviedo, en los lujosos “coches-camas” de la Compañía Internacional, los Wagons-Lits, enganchados al “Tren exprés” nocturno, el llamado Costa Verde con destino a Madrid, y no con destino a la saison d´Hiver de la Costa Azul. El Costa Verde no era el Orient-Express, pero casi. Añado que sobre el Orient-Express, lo mejor lo escribió Mauricio Wiesenthal, cuyo libro, de lectura recomendada, está editado en 2020 por Acantilado.
A aquellos coches azules, y para dormir, subían las autoridades de la Dictadura como don Elías Lucio o Mateu de Ros, luego subirían los del Régimen de ahora, casi los mismos, como don Noel Zapico; iban allí los comerciantes ricos de Oviedo, casi todos llegados, con lo puesto, de La Maragatería; también durmió en el “tren verde” la pintora, Carmela Pérez Herrero que, en su casa de la calle Campomanes, número 32, 1º, cuidaba a su mono-macaco que era como el de Darwin, al que gustaban las lechugas y las tortugas.
Alguno no viajaba en coche cama sino en primera, como el deán Presidente del Cabildo de la Catedral y canónigo por oposición, don Demetrio Cabo, con alzacuello y calcetines morados, como de obispo, que a un fervoroso de la doble Adoración, la nocturna y la diurna, explicaba que lo de viajar en primera y no en la cama, era por el trasbordo a realizar en Medina del Campo, a las cuatro de la madrugada, para llegar a Salamanca, donde tenía que dar a las monjas Oblatas, no un cursillo, sino un curso entero, completo, de Cristiandad.
Y a Madrid, ni en coche cama como Carmela ni en primera como el deán, viajaba a las reuniones de la Confederación de Cajas de Ahorro, Saralegui Ibarra, Agustín. El director Saralegui, de la Caja de Ahorros, iba a Madrid en un Buick, conducido por Rodrigo, que sin esfuerzo y en tercera, subía por el Padrún y por los Leones de Castilla. Y Saralegui comenzó la importante colección de obras de arte y de huchas, también de millonarias huchas, de la Caja de Ahorros de Asturias. ¿Sabe Barbón dónde están esos objetos? ¿Lo sabrá Pinón? ¿Acaso lo sabrá Pinín? Y que conste, como dicen los altos tribunales, las preguntas no se hacen por simple curiosidad, sino por su relevancia para la comunidad asturiana.
Domingo se llamaba el quiosquero de la Estación que vendía como rosquillas de las Pelayas por San Blás, los semanarios como Destino y La Gaceta Ilustrada. A Domingo sucedió Toribio, cuyo hijo Dani no es ferroviario sino artista, en la calle Caveda.
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