El que monta sobre un tigre, ya no puede apearse.
Proverbio oriental
El excepcional y colosal acto de renuncia al ministerio de Obispo de Roma por Benedicto XVI (uno de los acontecimientos más importantes en la Historia de la Iglesia en los últimos quinientos años) tienen características comunes con las renuncias a oficios, cargos (incluso a bienes), que los ciudadanos formalizan, en ejercicio de sus derechos y facultades, con “normalidad”, sin la excepcionalidad ni la enormidad de la renuncia papal.
De las características comunes señalaremos las siguientes:
A).- Toda acto de renuncia lleva implícito un repeler o repulsar, un frustrar (frustrari) de una pretensión o de un afán libremente asumido, que no se puede o no se debe continuar pretendiendo. En ese sentido toda renuncia siempre es un fracaso, también la renuncia al Papado. Dicho lo cual, ha de añadirse que, para no hacer mayor el fracaso, lo que procede, con frecuencia, es precisamente eso, renunciar. Sin duda que supone un reconocimiento de impotencia o de imposibilidad –humildad-. Como prueba de ello, basta contraponer el optimismo de la Homilía de Iniciación del Pontificado de Benedicto XVI (abril de 2005) y la tristeza de la Declaración de la renuncia (febrero de 2013), que son el haz y el envés de una misma pieza.
No ha existido la mínima duda sobre esto en el caso de la renuncia de Benedicto XVI, y tal vez hubiese sido más problemática (la renuncia) en los últimos tiempos de vida de Juan Pablo II, muy acosado y limitado por la enfermedad cerebral. Un acto tan excepcional como la renuncia al Papado -acto de coraje y de atrevimiento máximos- requiere tiempo, un aplazamiento, pero en la demora las facultades mentales pueden ir a menos, y la renuncia puede hacerse imposible o cuestionable por falta de la voluntad.
D).- Y una cosa es pensar en la renuncia y otra es llevarla a cabo, hacerla efectiva. Muchas personas piensan en renunciar, con frecuencia agobiados por problemas reales o imaginarios, en situaciones psíquicas delicadas por patologías de depresión y de angustia. La euforia no suele ser el estado de los renunciantes. Casi todos los Papas en sus muchos momentos de angustia y de depresión, inevitables y naturales, pensaron en renunciar: hay pruebas de que esa idea la tuvieron Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, éste en diversos momentos de su Pontificado (después del atentado). Mas el único que renunció fue Benedicto XVI.
Hemos hecho una continua referencia a las “formas”, claves en la Teología (y en la Liturgia), la Filosofía y el Derecho. Pero debemos precisar que la forma es sustancia, substantialis, y a la vez es un instrumento, heterónomo, al servicio de fines más principales. En la Liturgia, por ejemplo, la forma o el ars celebrandi está al servicio de la comunicación con Dios, a hacer presente la presencia activa de Cristo. Y muy poco que ver con ritualismos y excesos que convierten en principal lo que es accesorio, con resultado de teatro, pantomima o mimo (muy interesantes, por cierto, los plurales textos sobre Liturgia de los Sacramentos de Benedicto XVI.
En la primera de sus audiencias generales, la del miércoles 27 de abril de 2005, Benedicto XVI manifestó: “He querido llamarme Benedicto XVI para vincularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa de la Primera Guerra Mundial”. Es interesante la “vinculación” deseada al Papa de la Primera Guerra, el que nombró a Monseñor Eugenio Pacelli (luego Pio XII) nuncio en Munich (1917) y que fue directo colaborador en la gran obra jurídica de Benedicto XV: El Código de Derecho Canónico (1917). Más tarde, el futuro Pio XII sería nuncio en Alemania (1925) y Secretario de Estado por nombramientos del Papa que fue Pio XI (el Papa del “pacto con el diablo o Mussolini” según David I. Kertzer).
Es destacable que Benedicto XV (1914-1922) fuera el Papa de la Primera Guerra Mundial y que Pío XII (1939-1958) fuera el Papa de la Segunda Guerra Mundial. En ambos Papas se dio una característica común: ser ambos papas de destacada excelencia jurídica (y diplomática); los dos fueron los grandes Papas juristas del siglo XX.
Y también se produjo un extraño fenómeno: Benedicto XV y Pio XII, tan diplomáticos ellos, fracasaron con estrépito en sus respectivos empeños por evitar las guerras. Y he aquí que un Papa de escasa formación diplomática como Juan Pablo II, fue el autor de una de las hazañas diplomáticas mayores en la Historia política: el derribo del Imperio soviético. El Papa eslavo, excepcionalmente, sí conocía los interiores de Rusia.
Benedicto XVI, el Papa teólogo, quiso vincularse por confesión propia al Papa jurista Benedicto XV. Acaso sea inexacto y erróneo añadir al nombre de los papas epítetos calificativos: parece que no hay dudas en calificar a Benedicto XV y a Pío XII como Papas de excelencia jurídica y a Benedicto XVI como Papa de excelencia estético-teológica, pero debemos preguntarnos: ¿Qué fueron los grandes papas del siglo XX, San Pío X, Pío XI, Juan XXIII, Pablo VI y el mismo Juan Pablo II, acaso Papa filósofo, no diplomático pero…? ¿Qué epíteto pondrá la Historia al Papa Francisco, que está en el inicio de la travesía?
Pío XII con "il canarino (pajarito canario) |
La excelencia jurídica, filosófica y teológica supone tener una mente “formateada” que predispone un peculiar estilo de sabiduría y que acaba determinando una forma de ser, estar y de pensar; todo un modo peculiar de pensamiento y de actuar, una “óptica de la mente” que escribiera Marcel Proust (de alguna manera, volvemos a remitirnos al libro de Eduardo Spranger Formas de vida). Y es que el carácter y la forma de estar de un papa jurista (Benedicto XV y Pío XII) son muy diferentes a las de un papa teólogo (Benedicto XVI). Si lo jurídico -su excelencia- es el equilibrio, la prudencia, la neutralidad y la imparcialidad, lo teológico –su excelencia-es la novedad, el riesgo y la intuición científicas.
Y a efectos didácticos una imagen o símil traída del grandioso espectáculo que puede ser un Circo (espectáculo con mayúscula). Los juristas son como los equilibristas y malabaristas que, con los pies en suelo firme, manejan los platillos, los aros y anillas; alardean con bolas y bolos por los aires. Los teólogos son como los trapecistas, que en lo más alto y sin red, hacen piruetas y volteretas que cortan la respiración. Y la condición de trapecista no se opone a la armonía, la afinación y la mesura de un Homo Oestheticus como Benedicto XVI sino que es complementario y muy natural.
Benedicto XV y Pío XII fueron equilibristas, y de tanta excelencia que eso mismo los paralizó; sus respectivos pontificados, coetáneos a la Primera Guerra Mundial y a la Segunda Guerra, terminaron en fracaso: la Historia, por exceso de equilibrio y prudencia, los ha cuestionado. Los intentos de mediación de Benedicto XV entre los contendientes, en la Primera Guerra Mundial, fueron rechazados, y de fracaso se estimaron sus iniciativas diplomáticas. Pío XII, en medio de unos (nazismo) y de otros (marxismo soviético), permaneció quieto y “prudentemente” callado, con el resultado de descrédito tan conocido hoy, a pesar de los esfuerzos de muchos por rehabilitarle (estoy pensando en el libro de Pierre Blet S.J. Pío XII y la Segunda Guerra Mundial. Y es que razón tuvo Julien Gracq, autor de El mar de las Sirtes, en cuya “novela” escribió con ironía: “Lo tranquilizador del equilibrio es que nada se mueve. Pero lo cierto es que basta un soplo para moverlo todo”.
Benedicto XVI por teólogo, no obstante la ideas falsas sobre su personalidad (recuérdese la sandez de llamarle el “rottweiller de Dios”), ha estado haciendo continuas piruetas sobre el trapecio. El 12 de febrero de 2013, al día siguiente de su anunciada renuncia, escribimos: ¡Adiós, mi bendito Benedicto (la gran pirueta del Papa más “trapecista” de la Edad Contemporánea!
Y concluimos con una pregunta: ¿Cuáles fueron las “piruetas” del trapecista Benedicto? La respuesta la daremos en la siguiente parte, la séptima, esperando que sea la última –el autor no lo sabe-, en la que haremos también referencia al concepto esencial en la Historia del Papado que es la continuidad. En el Papado siempre hubo “Parecidos y diferentes”.
El texto precedente fue escrito en la madrugada del día 17 de febrero, siendo la música escuchada Cantate Domino de la Sistine Chapel Choir dirigido por el Chorus director Massimo Palombella. (2015 Deutsche Grammophon).
(Continuará)
Post Scriptum:
1º.- El domingo, 21 de febrero, se celebra en Francia el centenario del inicio de la batalla de Verdun, clave en la Primera Guerra Mundial. Es buena ocasión para recordar que esa Guerra supuso un fracaso de la Modernidad, Ilustración y Progreso, tal como hasta entonces se venían entendiendo y que marcó hitos en la evolución del pensamiento europeo. Hay un antes y un después en pensadores tan esenciales como Husserl, lo cual no se ha tenido debidamente en cuenta, lamentablemente, a efectos de comprender su pensamiento final y global.
Se reconoce la gran aportación de Javier San Martín en su libro La nueva imagen de Husserl (Editorial Trotta 2015) para entender el olvidado último pensamiento de Husserl. Y para conocer intríngulis de esa Primera Guerra Mundial, determinante de la Segunda, es mejor acudir a la Literatura (a Stefan Zweig, El mundo de ayer Editorial Acantilado), que a la Historia misma.
2º.- Con ocasión de la renuncia de Benedicto XVI, en la prensa europea y norteamericana se hicieron interesantes análisis sobre ella. Señalemos dos importantes: el de Jacques Le Brum en el Díario francés Le Monde, titulado L´énigme de l´abdication y el de Bieito Rubido en el periódico español ABC titulado Un acto de extrema valentía y humildad (página “La quinta” del 12 de febrero de 2013). Es de equidad señalarlo.
Fdo. Ángel Aznárez.
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