Llevo, si no me equivoco, más de 15
días sin escribir una línea. ¿Razones? Unas cuantas: falta de tiempo –la que
más suena a disculpa-, nada que decir –la de más verosimilitud-, un viaje de
fin de semana –totalmente cierta-, una cierta vagancia –igualmente cierta-.
Para no dejar desasistido el blog que, pese a su humildad tiene seguidores -que
han de ser amigos por aquello de la benevolencia con la que me tratan-, he ido
publicando artículos anteriores y también me  he servido de lo que otros escriben o fotografían
con acierto. 
Voy a retomar hoy el contacto con mis
lectores -¡Jesús que bien suena, hace que me sienta hasta importante!-, aún sin
que me asista ninguna idea o circunstancia de relevancia. Y lo hago más que
nada, por ver si engrasando un poco mis neuronas  y soy capaz a escribir cosa que
tenga algún interés.
Interés, y mucho, tiene para mí que
un grupo de amigos de mi padre estén preparando para hacerle un homenaje. Sé
positivamente que si él viviera –ya han pasado 35 años desde su fallecimiento-
se negaría rotundamente a que tal cosa sucediese. Pero yo, que siempre fui una
hija un poco  rebelde, le llevaré la
contraria una vez más y  lo permitiré.
Aún reconociendo que me siento muy abrumada e incluso avergonzada de que lo que
yo considero mi vida privada vaya a hacerse pública. De él aprendí que las
cosas que se hacen, bien por trabajo, bien por devoción, no son extraordinarias,
forman parte de la normalidad. Lo anormal es no hacerlas, pudiendo. Moro -mi
padre- amaba su trabajo, y tenía muy claro lo que le  interesaba, incluso aunque no estuviese de
moda, incluso pese  a las críticas que en
el momento padeció. Recuerdo que escribía en bable en prensa (en “El
Comercio”), y algunos “sabios” tildaban  ese
trabajo de “aldeanismo”. Pero en realidad no hacía más que recoger aquello que
se hablaba en la calle, en las aldeas, daba fe de las expresiones del pueblo,
del que siempre estuvo cerca. Por encima de los cargos –que nunca tuvo, ni a
ellos aspiró- le interesaban las personas, sus problemas, sus vivencias… Y eso
fue lo único que hizo: dar testimonio de la vida de los ciudadanos de a pie; que somos,
por otra parte, casi todos. Pero no quiso quedarse anclado en su presente, sino
que ahondó en un pasado, bastante reciente entonces, pero que la modernidad y
el progreso iban soterrando en el olvido. Por eso recorrió las aldeas de
Asturias recogiendo utensilios que quedaban en desuso pero que eran nuestra
Historia (con mayúscula). Importante son las catedrales, los monumentos, los
edificios históricos y tantas cosas de enjundia que constituyen nuestro patrimonio
cultural. Pero somos hijos del campo, vivimos de lo que se produce en las
aldeas, del trabajo de gentes humildes a las  que no podemos olvidar. De eso se ocupó mi
padre. Pero el tema no cotizó nunca en las altas instancias culturales. A Moro
eso no le importaba, porque no perseguía nada diferente a rescatar algo que las élites preferían enterrar por, lo dicho, por considerarlo “aldeanismo”. Tuvo la
gran suerte de que Luis Adaro, entonces al frente de la Feria  Internacional
Y ya no sigo, podría hacerlo, los
recuerdos que han removido quienes preparan el homenaje se me reconcentran en
mi mente y podría estar escribiendo hasta mañana. Tranquilo todo el mundo, no
lo haré. Pero a medida que este proyecto siga adelante –y parece que va- os
mantendré informados. Aunque no sea más que por liberarme de ese miedo escénico
–o como se le quiera llamar- que tengo desde que me lo comunicaron. 

 
 
Y si hace usted el favor, hija rebelde, me avisa. Un abrazo.
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