miércoles, 17 de agosto de 2011

EL VENDEDOR DE PRO INFANCIA, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA

Parece un hombre que viviera en una cabaña río arriba y que, a remo, bajara por el Piles en una chalanilla, entre la niebla que se va aclarando, para vender cada domingo su pro infancia: esa rifa ilustre, con pátina de un pasado gijonés gremial, tranviario, fabril y carantoñero. Muy temprano, se coloca en un tramo de acera, a la entrada del Rastro, y pasa en ella, quieto y al paso, las primeras horas de la mañana, mirando fijamente a los transeúntes, por ver de pescar alguno en su débil red de papel de rifa.
Es un abuelo que parece respirar con dificultad, abrigado en los meses de hierro por una ropa endurecida como por la salitre, y cubierto, en los días muy crudos, con pasamontañas, suelto en dos lengüetas que le tutelan -con flojedad- la cara cetrina de antiguo fumador. Vende, ya digo, su pro infancia que, como adarga, lleva prendida a la solapa. Y la vende con la mirada, porque no sé si este hombre está malherido del pecho, de la garganta o del corazón.
El Rastro va alcanzando la frondosidad de la mañana, y se ve el ir y venir del reguero de sus huéspedes entregados al rebusco, al chalaneo, al engaño o a la oportunidad. Y el vendedor de pro infancia (especial para el domingo) sigue en la lentitud de su paso, sin cambiar de acera nunca, acuestas con el papel de su cansancio, o parado quietamente como estatua, levantada la cabeza, como para ver lo que cuelga del cielo. Y siempre ahí, en los umbrales del Rastro, sin atreverse a entrar en su desorden de cuarto de juegos de adulto, en su tropelía de cosas derribadas, de jirones, de muebles antiguos, de novelas amarillas, de libros cristianos, de chatarras, orinales y frascos.
No le sale la copla, no, a este viejo, como a otros vendedores que también laborean gentilmente la suerte por el Rastro. Su palabra es un sutilísimo gesto, una palabra en blanco, como de juego infantil, a señas, o como un roncón de gaita muy atenuado, sin verbos ni adjetivos. Sólo el Ser y el Estar esencial de cada domingo de este viejo pro infante, que llega por el Piles, hasta las mismas puertas de la mar, en una chalanilla, a vender sus papeletas, sin levantar siquiera la voz. Así como lo digo.

(Publicado en el diario EL COMERCIO, 17/08/2011)


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