(2ª Parte)
Me escribe una dama de posibles, la cual dice vivir cerca del Cantón de la Villa Condal de Santa Marta, que es Villa acantonada y no acartonada. Me dice la dama que siempre tuvo confuso lo de Padrón y lo de Íria Flavia, como lugares del natalicio de Camilo J. Cela, el marqués. Y la digo que lo mejor es dejar a C.J.C que lo explique él mismo.
En el libro ya indicado en el artículo anterior, A vueltas con España, editado por Seminarios y Ediciones en 1973, prologado por el soriano Dionisio Ridruejo, al final, bajo la forma de “Anteproyecto de preguntorio y sus respuestas, el acreditado procedimiento del Padre Astete”, a la pregunta ¿Dónde nació usted? responde: “En Iria Flavia. Un conocido pedagogo de derechas de toda la vida, sexagenario y célibe, se permite dudar de que mi pueblo exista sobre la geografía, y digo que Padrón ni es Íria Flavia ni está en la provincia de Pontevedra”. El prologuista castellano vio al entonces joven Cela así: “Flaco, huesudo, alto, y su curva frontal salía tanto que le hacía sombríos los ojos”.
En otro libro, éste mas reciente, Balada del vagabundo sin suerte y otros apuntes de viaje, de Ediciones 98 (2023), sobre Íria Flavia, escribe Cela: “Un poco más al Norte, Finis Terrae. No es cierto que haya nada más allá. Íria Flavia es el último nombre latino de Occidente”. Y más adelante continúa:
”Santa María la Mayor de Íria Flavia, enlosada de epitafios, espantada en sus hieráticos santos románicos y rodeada de un cementerio –el tierno cementerio de Adina- de Rosalía donde los muertos se cubren de dulce tierra, la madreselva olorosa y enamorada se cuelga por los muros, y el olivo es el árbol funerario, alza su arquitectura al borde mismo del camino real”.
Rosalía cantó: ¡O simiterio d´Adina
N´hai duda qu´é encantador
C´os seus olivos escurpos
Mais vellos c´os meus abós!
Y Cela, del olivo, descansando para la eternidad al otro lado de Santa María la Mayor de Íria Flavia, al lado de un olivo desde enero de 2002, ya en 1945, escribió: “El olivo es el árbol mortuorio de los señores: ancestral, ventrudo y sin olivas”.
Camilo J. Cela, el marqués, escribió en muchos periódicos, hasta en el ABC, y en ese periódico el 17 de abril de 1981, en su sección “El juego de los tres madroños”, bajo el título La derrota del fuerte, escribió: “Es difícil saber retirarse a tiempo, pero es aún más difícil atinar con el preciso instante de retirarse de la vida” (en la otra cara del papel periódico, hay un artículo de Baltasar Porcel, titulado El golpe, después del golpe).
Y la muerte le llegó en enero de 2002, el jueves 17 de enero. De Madrid lo trasladaron al cementerio de antes, en caja de madera y en posición horizontal, no en vertical como los relojes de pared del cura de Ladrido. Allí, en tarde gris, con olores a muerto de inciensos y de flores coronadas, fue enterrado junto al inodoro olivo. El entierro del Nobel fue llamado “una acuarela en lágrimas”.
Poetisas de ocasión recitaron estrofas y versos; las gaitas, como las de Ortigueira, sonaron a lamentos como las de Escocia, sin que los gaiteros portasen tartanes ni enseñasen piernas. Un experto en herencias, ante lo que se avecinaba, acaso notario, gritó: “Al tiempo que mueren los muertos, reviven muchos vivos que hacen carrera de los muertos”.
Fotos del autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario