Paulino Garagorri, para la Nota preliminar del libro de Ortega y Gasset, Notas de andar y ver, escribió: “Viajar consiste en transitar de uno a otro paisaje, esencialmente del habitual y consabido, al desconocido y sorprendente”. Por eso se llamó “viajar” a lo que hacían los asturianos, yendo a León, en la segunda mitad del siglo XX, o sea, dejar el paisaje asturiano, de los prados verdes como esmeraldas, y asombrarse ante el desconocido de los cardos de color amarillo, como oros. Para contemplar los nuevos paisajes, había que “ir a Castilla”, como incorrectamente se decía, pues, según los puristas cazurros, León no era Castilla, y de eso los asturianos nada sabían. Y allí donde cambia el paisaje, también cambia, necesariamente, el paisanaje.
Los leoneses, aunque les doliera, no ocultaban que su reino, el de León, con Urracas y otras, fue engullido por la Corona de Castilla en la persona de Fernando III, en el año 1230, que incluía Zamora, Salamanca, Galicia, Asturias y Extremadura. Y lo de Castilla, “la meseta de moda”, fue mito y fantasmagoría del 98, de Azorín, Unamuno, los Machado, Ortega, Menéndez Pidal, de Maeztu y etc. También gustó a Franco lo del mito de Castilla. Castilla fue el central plateau, que escribiera mucho antes el viajero Richard Ford, en su Manual para viajeros, de 1845.
Y la Literatura, como la vida humana misma, empezó con la guerra (La Iliada) y siguió con los viajes (Odisea). Asturias no tuvo un Plá, viajante en autobús, que la cantara; tampoco un Azorín ni un Machado o un Unamuno, sólo “El Presi” y un par de aficionados en chigres. Y lo fetén del viajar a León desde Asturias eran subir por la pendiente del Puerto de Pajares, casi en carretas de cuatro ruedas de la fábrica de Seat o de Renault, y ya allí, en lo alto de la montaña, junto al Parador de Valgrande, lo procedente era mirar a atrás y ver Asturias abajo, la “patria querida”. La cosa perdió épica cuando en 1983 se inauguró lo del Huerna, cambiándose todo, incluso Quico: de estofar lentejas con tocino y chorizo, en Arbás, pasó a vender perritos calientes.
La emoción de ir a Castilla en tren duró más, pues continuó hasta ahora, finales del 2023. Y un tren que nunca te preguntó a qué ibas a León; era “El Correo”, pues el otro, “El Costa Verde”, era nocturno y para dormilones con tres vagones de la Compagnie Internationale de Wagons-Lits, con despacho de billetes en Cabo Noval, de Oviedo, casi enfrente del Teatro Principado. En “El Correo” iban reclutas encajonados y acojonados, en vagones de tercera, subidos en la estación de Oviedo, con destino al “Centro de Instrucción de Reclutas” del Ferral del Bernesga, río leonés de truchas. Ferral donde cabos y sargentos eran mandones como reyes, siendo aquellos tiempos, tan reales, que eran hasta los de la Monarquía del Movimiento Nacional, cuyo Rey iba a ser Juan Carlos, a aquella Monarquía se la llamó “la del agarre a un clavo ardiendo”.
También, en “El Correo”, iban niños y niñas asturianos, al principio con problemas respiratorios, con destino a la “Casa Infantil Covadonga”, en Pola de Gordón, para aspirar aires puros, los de la montaña leonesa. En aquella Casa había tres personajes importantes: la superiora de las monjas, el cura, diocesano de León, y el maestro gallego o jefe, apellidado Souto, muy amigo de Manolita, la de la Caja. Las monjas de aquella “Casa Infantil Covadonga”, eran como las de La Milagrosa de Oviedo, de la calle Gil de Jaz, con toques y tocas, almidonadas, pintorescas. La priora, que era gorda, era natural de Burgos, como las morcillas de arroz, y la segunda en el mando era Sor Concepción, un “pelín roja”, con cejas de color zanahoria.
El tren a León, como todo lo de aquel tiempo, era clasista, pues los vagones de ferrocarril, llamados “coches”, eran como las clases sociales, divididos en primera, segunda y de tercera, siendo el último el furgón, siempre en la cola. El coche de primera era ocupado por los del querer y poder, o sea, las familias bien de Oviedo, que se apeaban en Villamanín, pues se puso de moda en aquel tiempo ir a allí a veranear y secarse, antes de que la moda fuere veranear en Luanco, en “chalecitos” de colores al borde del mar; las “tatas”, casi todas de pueblo, en Villamanín y en Luanco, se paseaban uniformadas como si aquello fuera “El Bombé” de San Francisco y en día de “guardar”, después de la procesión de “El Carmelo” por Santa Susana, y portando las damas escapularios entre las mamas de mamás.
En los vagones de segunda iban los del querer y no poder, los del Automóvil Club de La Jirafa, que, en Oviedo, eran y siguen siendo muy numerosos; y los restantes, el llamado, con desprecio “el pueblo”, que ahora, con la democracia, es mito de tener siempre la razón. Esto último lo explicó muy bien en clase el historiador Álvarez Junco, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos políticos y sociales en la Complutense, hoy ya emérito.
Aquellos trenes eran de aquí, de la cordillera Cántabra, y también podían ser de la cordillera de allí, la Carpetovetónica, novelados por el escritor Eduardo Zamacois (Memorias de un vagón de ferrocarril). Trenes que tenían, no obstante, una característica inglesa, muy british, como el Club ovetense de Tenis y Villa Magdalena juntos, muy de pelotas y de pelotazos. La locomotora verde, la 7700, era british por inglesa, con dos pantógrafos y arrastraba los también verdes “coches”, de la serie 6000 o 5000 que no recuerdo. Tenía la 7700 en el frente dos asientos, uno para el conductor y otro para el soldado de ferrocarriles, con uniforme azul, que, para que pitara la máquina eléctrica tenían que tirar de una cuerda como se tiraba de la cadena en los retretes viejos o como se tiraba de la correa del tranvía para solicitar parada.
Fue la 7700 intermedio entre las máquinas “cocodrilas” y las Mitsubishi, y subía como una jabata por entre grandes pendientes, por puentes, viaductos y túneles. Los túneles eran diez en la provincia de León, el número once era el de La Perruca, con boca de entrada, bajando a Asturias, en la provincia de León y la boca de salida ya más abajo, estaba en Asturias. Los restantes túneles, del doce al noventa, estaban aquí, en Asturias.
Era impresionante la estación de Pajares, estando como suspendida en el vacío, siendo teatro ideal para un cuento de hadas. El jefe de Estación, ya de noche, salía del garito, con gorra roja, banderín y farol, como borroso entre nieblas y humos de calefacción de los “coches”, y se aproximaba a la máquina verde, la 7700, para dar salida al convoy con un pitido de silbato. Me dicen que ahora no nieva tanto como antes, recordándose la “nevadona” del 54, que hasta salió en el No-Do. Se dijo que, por esa gran nevada, en Pajares, quedó averiado el Seat 1500 del Gobernador Civil de la Provincia, que bajaba a Asturias, matrícula PMM 15557 (en el Diario de León del domingo 21 de enero de 2018 se puede ver la fotografía antigua).
Para conocer bien LA RAMPA DE PAJARES quizá lo mejor sea leer el libro de Fermín Rodríguez Gutiérrez, editado por la Universidad de Oviedo, en 2018, con la colaboración de CeCodet y la Universidad, cuyo título es La Rampa de Pajares, con el añadido titular: “Superó la Cordillera, abasteció España y desenclavó Asturias”. El autor dice en 2018: “Camino de los 135 años de su inauguración, hemos llevado a cabo esta investigación de carácter histórico y finalidad divulgativa, para construir la secuencia del proceso hasta la actualidad, analizando los aspectos técnicos, culturales, económicos u financieros que rodearon su planeamiento, construcción, explotación, mantenimiento, hasta llegar a las confusiones del presente e incertidumbres del futuro.”
En el Prólogo, la geógrafa Josefina Cruz Villalón escribe: “Fermín Rodríguez nos llama la atención sobre la necesidad de reconocimiento patrimonial de la rampa de Pajares y plantea una batería de usos posibles”.
Esa misma geógrafa recordó que el 15 de agosto de 1884 se inauguró la línea con la presencia del rey Alfonso XII, 26 años después de que fuese autorizada su construcción y 10 maños después de la aprobación del trazado definitivo. Y el autor del libro, Fermín Rodríguez Gutiérrez, señala que el 15 de agosto de 1884 fue festividad de la Asunción en toda España, que en Pajares se celebraba el día de la Virgen de las Nieves, “día simbólico donde los haya y misteriosamente cargado de sentido. La rogativa a la Virgen se celebraba ese día en las pequeñas capillas de los puertos para que retrasara las nevadas y permitiera la estancia durante más tiempo del ganado raya cimera arriba”.
Y Rampa que fue épica. Fue reto jamás acometido por la ingeniería española, que sirvió en tres siglos: XIX, XX, y XXI. Ahora, en pocos días, se inaugurará la llamada “Variante”, la de las cuatro tuneladoras y gracias a la cual, según leí en un periódico, de Campomanes a La Robla, a la estación nueva para la alta velocidad, se tardará en hacer el recorrido unos quince minutos, siendo el tiempo actual de una hora y cincuenta y dos minutos. Eso lo leí en los periódicos donde ahora escribe cualquiera, “los cualesquiera”.
Estamos ahora, pues, ante la inminente inauguración de la Variante, el próximo jueves, 30 de noviembre, un momento dulce, como masticando mazapanes toledanos. No procede escribir ahora ni del retraso más que decenal ni de sobrecostes o del precio total, los cuatro mil millones de euros. ¡Qué no sabremos los asturianos, de prevaricaciones y cohechos, después de lo del Huerna o de la autovía del Cantábrico! Hay que felicitarse que no hubiese ocurrido desgracia imputable a ADIF en lo del estado tan deficiente de la rampa, por el mal estado de vías y túneles, sin duda por ser la Rampa una infraestructura muy antigua (siglo XIX).
Es impresionante y acongojante que, por ejemplo, entre Linares y Malvedo, los trenes no puedan pasar de 60 Kilómetros/hora de velocidad, o que existan tramos con limitaciones temporales de velocidad de 30 kilómetros/hora. Es impresionante y acojonante que en la Rampa haya túneles tan estrechos que pasa el convoy como besando las paredes, y sin tener el maquinista espacio para descender a la vía.
Alfonso Armada, el periodista y viajero, no el otro, que fue fiel militar y le acusaron y condenaron por golpista el 23-F, escribió Por carreteras secundarias en 2018. Cuando leí en el capítulo 36, lo de Pajares y de los pajareses, creí que iba a leer del Puerto de Pajares, pero no; era otro Pajares, el llamado Pajares de La Lampreana, el de la Tierra del pan. En defecto de Alfonso Armada, fui a Ortega y Gasset, que, por haber sido “todólogo”, también escribió de Asturias, al bajar por el Puerto:
“Aquí, allá caseríos con los muros de color sangre de toro y galería pintada de añil; al lado, del hórreo, menudo templo, hosco, arcaico, de una religión muy vieja, donde todo lo fuera el Dios de las cosechas. Unas vacas rubias. Castaños, castaños cubriendo con su pompa densa toda la ladera”.
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