Nuevos horizontes para la mejor gastronomía asturiana
El presidente del Ateneo Jovellanos, Álvaro Muñiz, presentó y participó activamente en la charla/coloquio celebrada el jueves día 28 sobre “Nuevos horizontes para la mejor gastronomía asturiana” en la que participaron la licenciada en Gastronomía, Carmen Ordiz, el sumiller de “Casa Marcial”, Juan Luis García Ruiz y el periodista Manuel de Cimadevilla, con motivo de la presentación de “Las mejores Casas para Comer en Asturias y las Claves para no perderse en el Paraíso Natural. Guía Cimadevilla 2015”.
MANUEL
DE CIMADEVILLA: “LA SIDRA NO SE PUDO ESCANCIAR HASTA FINALES DEL SIGLO XIX
CUANDO FUERON FABRICADOS LOS PRIMEROS VASOS DE CRISTAL EN GIJÓN”
JUAN
LUIS GARCÍA RUIZ: “SIDRA Y QUESO SABEN A BESO”
CARMEN
ORDÍZ: “EL FUTURO DE LA COMUNICACIÓN SOBRE GASTRONOMÍA ESTÁ EN LAS REDES
SOCIALES”
De izquierda a derecha: Álvaro Muñiz, Juan Luis García Ruiz, Carmen Ordíz y Manuel de Cimadevilla |
Ésta
fue su intervención:
“Ante
todo quiero agradecer al presidente del Ateneo Jovellanos, Álvaro Muñiz, que me
permita volver a hacer uso público de este prestigioso escenario.
Pronto
cumpliré el medio siglo como socio y siempre he sido crítico constructivo
cuando las circunstancias me hicieron dar el paso al frente en defensa primero
de las libertades en una sociedad dictatorial que se desmoronaba en tiempos en
que no disfrutábamos de ellas y después en la exigencia a sus dirigentes de que
también se mirasen en el espejo –frase que se ha puesto ahora de moda gracias a
la vieja sabiduría de un castellano- para ver todo lo que tenían detrás y no
pusiesen en peligro el futuro del Ateneo Jovellanos.
Un
Ateneo, con recuerdos imborrables, en el que inicié mi sendero hacia la
Ilustración, gracias a la buena biblioteca de la que disponíamos los socios y
que tuvo una hilarante etapa en la que una bibliotecaria despertó en los
hombres una espectacular pasión desconocida por la lectura promoviendo una
potenciación del renacimiento existencial. Y es que había socios que hasta se
leían o así más de dos libros al día para poder intercambiar miradas y sonrisas
con aquella siempre encantadora mujer que era, nada más y nada menos, que la
provocativa y sensual Susana Estrada.
Siempre
me gusta advertir que quien no aprende del pasado, no podrá jamás entender el
presente y nunca sabrá afrontar el futuro con los pies en el suelo.
Hoy
tengo el honor de que me acompañen Carmen Ordiz –Licenciada en Gastronomía por
la Universidad de Torino y una de las blogueras más rigurosas con su página web
“G de Gastronomía- y Juan Luis García Ruiz –quien, además de ser Licenciado en
Matemáticas y Económicas, actualmente es sumiller del único restaurante
asturiano que ostenta dos estrellas Michelín, “Casa Marcial”- por lo que antes
voy a recordar el pasado y ellos ya se encargarán después de darles su visión
actual sobre el panorama de lo que hoy comemos y bebemos, así como de los
nuevos horizontes de la mejor gastronomía asturiana.
Hay
un proverbio chino que asevera eso de que dime lo que comes y te diré quién
eres y cómo eres, de ahí que la tesis pueda servir como punto de partida para
conocer nuestras raíces y acercarnos así a la personalidad de los asturianos
para saber, a través de la gastronomía y de los placeres de la vida, algo más
sobre nosotros.
Muchos
aseveran que nuestros orígenes son celtas, pero en países como Irlanda se come
muy poco pescado y los pescadores que van a por su afrodisíaco salmón
atraviesan peligrosos puentes como si fuesen en búsqueda del Santo Grial que,
por si no lo saben, se acaba de demostrar científicamente que está en San
Isidoro de León.
Y es
que la obsesión existencial de los salmones de retornar a sus orígenes hizo
meditar a los ágrafos celtas y debido a ello lo adoraron como pescado sagrado,
al ser poseedor de los misterios del pasado y por ello poder así predecir el
futuro.
Es
curioso que la primera huelga gastronómica de la que tenemos constancia por
estos parajes cuyas pobladores tienen siempre la reivindicación en sus
meninges, fue durante la construcción de la carretera hacia Castilla por
Pajares ideada por Jovellanos. Aquellos abnegados trabajadores de pico y pala
–entonces no había potentes taladradoras- comían exquisito salmón todos los
días, pero ya se sabe aquello de que todos los días gallina amarga la cocina.
Así que no es de extrañar que un día hicieran el plante de brazos y bocas ante
los fogones exigiendo a sus capataces otro tipo de alimentación.
Siglos
antes, desde las llanuras de Castilla habían llegado los árabes con sus asados
y las mochilas llenas de arroz, aceite, higos y dátiles conservados en miel.
Hay
dos civilizaciones gastronómicas: las del asado y las del cocido. Obviamente,
nosotros pertenecemos a la civilización del pote, del caldero –no en vano el
nieto de Noé, Túbal creó en lo que hoy denominamos la Campa de Torres, el
primer poblado de cilúrnigos expertos en el dominio de las técnicas de
calderería-y del cocido...
Por
ello -sean cuáles sean nuestro reales orígenes- podemos aplicarnos el verso del
bardo Taliesin que cantaba que “no hierve
la comida de un cobarde”.
Nosotros,
los asturianos, no somos cobardes.
Sabido
es que siempre se cocinaba con lo que hay en el entorno, a fuego lento y de
acuerdo con las ortodoxas técnicas matriarcales. Pero las novedades las aportan
siempre los que vienen de afuera, con otras ideas distintas a las que eran
tradicionales.
No es
de extrañar, por tanto, que los árabes –que, por cierto, eran entonces mucho
más limpios y cultos que nosotros- sucumbieran en estas tierras con los
potentes potes y en los campos de batallas con sus gráciles caballos blancos
contra nuestros bravíos guerreros montados en asturcones.
El meticuloso historiador Estrabón dejó escrito que
esta zona era desde donde se exportaban los ya famosos y bien valorados jamones
ibéricos de bellota. No hay lugar a dudas de la influencia gastronómica de la
trashumancia por la Vía de la Plata desde los tiempos inmemoriales.
Porque
aquí ya se comían entonces potajes con fabes a las que se llamaban judías y
berzas en tiempos de los árabes –hay que recordar que su religión les prohibían
el consumo de nuestro totémico cerdo y por tanto ellos se perdían aquellos
espléndidos jamones, claro- pero algunos espabilados de aquellos hidalgos
–hijos de algo o de alguien- que desde aquí se fueron a ultramar descubrieron
unas semillas fabulosas en el Nuevo Mundo. Y a la vuelta, desde el siglo XVI
sembraron en nuestras tierras maíz y fabes, lo que contribuyó a la creación,
cuatro siglos después, ¿eh?, del gran plato estrella de la gastronomía
asturiana: la fabada.
Porque
hay que tener muy claro que desde el siglo XVIII, las tres patas de la
gastronomía asturiana se puede decir que fueron: el pan de maíz llamado boroña,
la fabada con compangu –significa que se trata de algo que hay que comer con
pan- y la leche a la que antes de la Reconquista habíamos aprendido de los
árabes a mezclarla con arroz y darle el punto debido con azúcar requemado con
el gancho de la ancestral cocina de carbón o madera y la afrodisíaca canela
para tomarla como postre. Todo un aperitivo para prepararse bien para disfrutar
de los placeres del mundo, el demonio y la carne.
Durante
los siglos siguientes, los asturianos comían -como todas las civilizaciones en
todo tiempo y circunstancia- lo que podían a base de jamón, morcilla, chorizo,
judías estofadas y patatas.
Digamos,
en definitiva, que no todos nadaban en la abundancia y que eso de comerse un
buen pote era todo un extra. No hay nada como mirar hacia atrás para saber
valorar en el plato los alimentos nuestros de cada día en aquellas épocas en
las que todavía no se había descubierto la contaminación, ni los regadíos con
aguas dudosas, ni tampoco los invernaderos.
No
obstante, quien era receptivo a la calidad de los buenos aceites podía
disfrutar de sus sabores. En aquellos tiempos no se cocinaba con grasas, ni con
esas porquerías químicas que hinchan los estómagos, tan en boga ahora por parte
de algunos cocineros desalmados, ya que había en Gijón aceite puro de “Oliva
Betis” y “La Giralda” que fabricaban los Luca de Tena. Y, por si acaso, a pesar
de todo, se comía lo que no se debía, la leche condensada “La Lechera” se
anunciaba que ahuyentaba todo peligro de adulteraciones e impurezas que
pudiesen ser ingeridas con los alimentos.
En
aquel ambiente próspero y festivo, por ejemplo, en el balneario de “Las
Carolinas” creado por Justo del Castillo y Quintana –a quien tanto le debe
Gijón- funcionaba un elegante y prestigioso restaurante que ofrecía –desde el
mediodía hasta las tres de la tarde- un Menú del Día compuesto por: Huevos a la
Portuguesa, Patatas Naisets, Langosta en salsa mayonesa y postres variados. Aquel
fue un renovador restaurante que trató de romper con el afrancesamiento de los
restaurantes de lujo de la ciudad, cuyas cartas estaban escritas en un mal
francés para darles un toque de finura.
En su
magnífico libro “Los pilares de Gijón”, el abogado e historiador Francisco
Prendes Quirós aporta dos datos fundamentales sobre las costumbres de la
gastronomía asturiana a finales del siglo XIX:
La
primera es que lo que se solía comer entonces en las casas de emprendedores
empresarios como Melitón González García, en cuya casa cocinaba Merceditas
–viuda de un soplador francés que había trabajado en la primera fábrica de
botellas de vidrio de Asturias, La Industria, inaugurada en 1843- sus platos
más elogiados por todos eran: la caldereta de gato del Humedal o de Montevil
adobado con sal, ajo, pizcas de pimentón, pimienta, hinojo y albahaca; las
tortillas de merluza y el pote de patatas, con fabes tocín y morciella.
De
ahí que se pueda afirmar –tal como se puede comprobar leyendo las afrancesadas
cartas de los balnearios y de los grandes hoteles- que la fabada no se puso de
moda entre las clases pudientes hasta la década de los cuarenta del siglo XX.
Admirado
sumiller Juan Luis, por la excelsa sensibilidad de tu nariz, ya que gozas ahora de la mítica Sierra del
Sueve quería contarte hoy dos datos históricos importantes, ya que te ha
seducido la buena sidra asturiana:
A un
centenar de metros de aquí existía en Cimadevilla, un mesón chino en un
edificio que anteriormente había sido el Ayuntamiento de Gijón, donde Chaoyo
Wey a quienes llamábamos Luis, quien hizo una auténtica aportación a la
coctelería gijonesa: la leche de pantera. Fue tal su éxito que posteriormente
se hizo muy popular en “Carrizo” y “La Cabaña” con música en vivo y que hasta
tuvo como lema “Ven cenao. Aquí no hay salsa, ni bacalao”. En aquellas noches
inolvidables tomábamos "leche de pantera” –mezcla de ginebra con leche y
canela que primero había que hervirla y después tras ser pasada por la batidora
servirla helada con polvo de canela por encima- se bebía, como antiguamente
hacían los celtas antes de inventarse el vidrio, en vasos huecos de madera de
cerezo –que fabricaba un artesano de Colunga. y que son los precedentes del
ahora tan popular vaso de sidra de cristal.
Porque,
aunque les cueste reconocer a los ortodoxos sidreros, el escanciado de sidra no
se produjo hasta que no se fabricaron los primeros vasos anchos de cristal en
Gijón, a finales del siglo XIX, gracias a las técnicas de los artesanos
franceses que crearon unos vasos esmerilados que pesaban medio kilo. Que conste
a los efectos oportunos para evitar arduas polémicas sobre la génesis del
escanciado que, desde luego, no se pierde en la noche de los tiempos.
La
segunda aportación de Paco Prendes Quirós es que, también a finales del siglo
XIX, mademoiselle Garreau, quien era propietaria del famoso Hotel Française en
plena calle Corrida, pues, los jueves y los domingos, daba clases de iniciación
a los nuevos ricos y gentes con posibles sobre los buenos modales en la mesa,
el manejo adecuado de los cubiertos y la cata de vinos.
O sea
que ya estábamos en la onda de la cultura gastronómica y de la apreciación de
los buenos vinos.
No se
puede entender la gastronomía gijonesa sin referirse, no obstante, a las bases
de la cocina de Cimadevilla. Ya Armando Palacio Valdés en su descriptiva obra
“La alegría del Capitán Ribot” –publicada en 1899- ensalzó los excelentes
callos de un chigre en la Cuesta del Cholo, corazón neurálgico de la
gastronomía del antiguo barrio de pesquerías que luego fue también la cuna del
invento del besugo con fideos que tuve el honor de disfrutar con el escultor
Joaquín Vaquero Turcios cuando inauguró su escultura “El Nordeste” en
Cimadevilla.
Sin
embargo, tal como sus nombres indican, el marmitako, el bacalao al pil-pil y a
la vizcaína fueron innegables aportaciones de los marineros vascos que
atracaban sus barcos en el puerto pesquero de Cimadevilla.
La
gastronomía siempre marca a sus adeptos el calendario existencial y, en torno a
la festividad de San Pedro –no antes, aunque haya quien se empeñe en bajar
hasta Las Azores por bonitos que todavía no saben a nada porque no han superado
el agotamiento para llegar a su destino, desovar y hartarse de sardinas y
bocartes al llegar a las aguas frías del mar Cantábrico- por lo que es preciso
recordar que era a finales de junio cuando llegaban las lanchas vascas con el
primer bonito del Norte de verdad. La
llegada del primer bonito era la campanada del inicio de la temporada
veraniega. Pero también hay que hacer un especial hincapié en que el bonito del
Norte sabe mucho mejor desde la segunda quincena de agosto a la primera
quincena de septiembre.
Calixto
Alvargonzález, fundador y primer director del diario “El Comercio”, además de
gran empresario fue un inquieto gastrónomo que dejó valiosos testimonios
escritos de sus conocimientos. Entre ellos, el de la detallada receta de la
famosa caldereta que, desde tiempos inmemoriales, hacían los pescadores de
altura en sus lanchas cuando la pesca les obligaba a quedarse varios días en la
mar. Había que comer lo que había y punto en boca.
Entonces, la calle Corrida fue famosa por los gin-fiz
del Richmond –al que algunas de las personas que aquí estamos ya conocimos con
el nombre de “El Álcazar”- y las ginebras compuestas de “La Maison Doré”, cuya
fórmula magistral de once ingredientes trajo de La Habana Coalla, a quien se le
llamaba “El Indio” por aquello de que había venido de las Indias y que ni el
inolvidable Perico Chicote pudo emular en su famosa coctelería de la Gran Vía
de Madrid.
No
había llegado todavía la crisis, por lo que la hostelería tenía entonces una
gran pujanza y Gijón seguía adelante con la apertura de nuevos negocios de
hostelería. Casa Víctor «comidas, bebidas y café express» constituyó todo un
lujo de la época en el chigre abierto en 1933 por Pacita Vega y Víctor Bango, padres del simpar Vitorón.
Habían vivido en Cuba y Nueva York trabajando de cocineros en un restaurante de
lujo. Entre sus aportaciones a la gastronomía asturiana estuvieron la ventrisca
de bonito con salsa de pollo, los espaguetis y el jamón asado con puré de
manzana. Allí un críu llamado Nacho Manzano se inició en los misterios de la
mejor cocina asturiana.
Pero
todas estas historias ya forman parte del pasado y de una cultura gastronómica
que o se ha perdido o ha evolucionado de forma diferente hacia lamentables
precocinados y congelados.
Las
bases selectivas de nuestra Guía Cimadevilla se basan fundamentalmente en la
síntesis de lo que he dicho hasta ahora: la buena cocina con ingredientes
naturales del mercado de cada día, el aceite de oliva virgen extra, los buenos
vinos que nada tengan que ver con la química, el café natural sin mezclas del
cancerígeno torrefacto y la limpieza. La limpieza: en las cocinas, en los
comedores y en los retretes siempre es fundamental.
Aunque
habitualmente nos lamentamos por esa diáspora que nos lleva a nuestros
titulados fuera de Asturias en la búsqueda de nuevos horizontes profesionales,
como compensación a tanta trashumancia también nos ha traído desde la fértil
huerta del Segura hasta Asturias a Juan Luis, a quien le ruego que nos inicie
con su sabiduría gastronómica y de los secretos de la buena mesa”.
Juan
Luis García Ruiz hizo un repaso a su proceso de enamoramiento de los productos
asturianos y, especialmente, de la buena
sidra. Debido a ello ha incorporado a las cartas de los tres restaurantes de
Nacho Manzano, platos típicos de sidrerías como la nécora con sidra. También
resaltó la importancia de los
artesanales quesos asturianos y dijo una frase de titular periodístico:
“Sidra y queso sabe a beso”.
Posteriormente, Manuel de Cimadevilla hizo así la
introducción a Carmen Ordíz:
“Como
periodista con una larga trayectoria profesional vivida –desde el telégrafo,
luego el teletipo y posteriormente el fax como medios de acceso de las noticias
a las redacciones, antes de la llegada de las computadoras y de los correos
electrónicos- soy testigo del final de una etapa de los tradicionales medios de
comunicación en papel.
Las
nuevas tecnologías nos han aportado impensables soportes y plataformas sin
intermediarios. Pero nunca hay que tener miedo a todo aquello que nos aporte
soluciones a los problemas de comunicación en este mundo que ciertamente ya se
ha convertido en una aldea universal.
Ahora
hay mucha gente que escribe y opina sobre gastronomía –en la mayoría de las
ocasiones, sin los debidos conocimientos y careciendo del más mínimo rigor-,
sin embargo, la ejemplar Carmen Ordíz lo primero que ha hecho es licenciarse en
Gastronomía en la prestigiosa Universidad de Torino y su obsesión por la
formación es toda una elogiable constante en su trabajo. Ella es quien nos
tiene que contar cómo ve todo este mundo de los blogs y de las redes sociales
para saber hacia dónde vamos”.
Totalmente
de acuerdo con estos planteamientos, Carmen Ordiz contó que ella había hecho la
tesina para la Universidad de Torino sobre los vinos de Cangas del Narcea,
apreciando positivamente su evolución durante los últimos años. En cuanto a la
presencia de los blogueros gastronómicos
también estuvo totalmente de acuerdo con Manuel de Cimadevilla en que las redes
sociales y las webs especializadas eran el futuro por la cantidad de
información que estaban dando de todas las casas de comidas con independencia
total, no comparable con escasa la
atención habitual de los periódicos generalistas.
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