Todo
va bien en la sanidad pública. Al menos eso es lo que nos cuentan nuestros
políticos día sí, día también. No es cierto, las cosas van rematadamente mal
para nosotros, los ciudadanos de a pie. Cuento la historia y se me va a
entender perfectamente, sin falta de más explicaciones.
Hace
unos meses me puse enferma –no fue
grave, aclaro para tranquilidad de mi gente, pero uno de esos virus que no te
abandonan- y tras peregrinar media docena de veces al sufridor médico de cabecera
–culpable de nada-, éste decidió mandarme al especialista ya que la dolencia no
remitía. El especialista- que tardó en recibirme un tiempo “prudencial” de dos
meses-, ordenó una ecografía y unos análisis y volver con las pruebas
realizadas. ¡Por fin! Pasaron 40 días más y me llaman para la ecografía. Con ella –no en
mano- pero sí efectuada, me dirijo al departamento de coordinación para pedir
nueva cita con el especialista. Toman nota y me comunican que me avisarán.
Tímidamente osé preguntar si tardarían mucho. Y con toda corrección me
responden que sí, que tardarán un poco, porque el cupo para este año ya está
cubierto. ¿? A cuadros quedo.
Esto,
que parece una broma, no lo es: sucedió tal cual.
Me
pregunto si alguien será capaz de dar una explicación coherente. Sin coherencia
ya nos han dado demasiadas.
Por
fortuna mi paciente médico de cabecera supo tratarme correctamente y el virus
se ha ido con viento fresco.
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