LA MONJA POLÍTICA Y LA POETISA SORDA
¡Señor y Dios nuestro, glorifica
en la tierra a la Venerable Madre Sor María de Jesús de Agreda (1602-1665), por cuyo medio descubrimos los insondables
tesoros de gracia concedidos a la Inmaculada Madre de tu Hijo!
(Padrenuestro, Avemaría y
Gloria)
El maestro, divino y humano (Ignacio
de la Concha), se acaloraba al subir al carretón o mini-bus; no podían sostener
tantas cosas, ¡tantas!, que de él colgaban: el aparato de fotos, el libro de
don Miguel (Unamuno) “Por tierras de
Portugal y de España”, la gorra de mayoral de toritos en capea, la cachava,
la Corona que caía del ojal, la pipa, la sortija de aristócrata en el dedo
meñique, y los tirantes. Nos despedimos de las monjas de Santa Clara, en su
convento soriano de Santo Domingo; unas monjas que, como su Fundadora, doña
Clara de Favarone, son de muchas claras y yemas; de muchos huevos, huevazos.
El autor en una universidad de postín, antes de esto, aquello y lo otro |
Estampa de Sor María de Agreda. Venerable |
Desayunamos hojaldres
y almendrados en el convento de las descalzas clarisas y franciscanas; desde él
miramos al Instituto de Enseñanza Media, próximo, en el que enseñó don Antonio Machado,
que ahí estaba esculpido, señoreando una cabeza grande, inmensa (los listos son
siempre grandes de cabeza o cabezones y de narices poderosas; los de “cabecitas”
y “chatos” son los otros). Después iniciamos la ruta a Almazán, que fue mora y
cristiana, atravesando trigales capados (ya sin espigas) y campos de girasoles,
que giraban para ver al sol -¡qué giros los de los girasoles, sin despepitarse,
qué insolación por contemplativos!-.
Desde el fondo Juan Jesús González, Norberto, la poetisa, Paulino Folgueras y Adolfo A. Busto |
No se quién,
en tal trance de gozo (esta palabra gusta mucho a los obispos castos y no sé
por qué), recordó a los “tocinillos” de Grado, muy de aquí, de la abuela; pero
no, las diferencias son muchas: la principal es que los de Grado –dije- son
paralelepípedos y poligonales, y las de Almazán son redondas y “chonchonas”. Y entretanto,
al tiempo de esas elucubraciones, ocurrió un portento: las dos señoritas nos
dijeron que tenían una sirvienta que era un monstruo, una monstruosidad, que
siendo analfabeta y sorda era una poetisa de primera, pues tenía dotes innatas
para hacer versos y recitarlos. Con nuestra mucha expectación, se llamó a la tal
sirvienta-poetisa, y allí se presentó, con muchos años por ser de los tiempos
de Mari Castaña; toda vestida de negro y con pendientes de rancia castellanía,
como los de las Batuecas -pudiera ser la esposa de don Agapito Marazuela,
tocador de dulzaina-. De repente empezó, de manera imparable, a recitar versos y
coplillas, con rima de tercetos y cuartetas. Aquella mujer era un verdadero
vate, una rapsoda y orate, en carne (poca) y hueso (mucho).
Don Ignacio
apenas contenía la emoción, hormigueándole la perilla y con el cazo frontal en
forma de puchero. A mí, tal portento, me recordó otro: a mi profesor de Griego,
en los Maristas (de Santa Susana): don Valentín de la Varga; la punta de sus
zapatos punteros iba siempre alzada -tal alzamiento era muy visible encima de
una tarima- y comprobé después que los que vistieron sotana, tienen unos
andares especiales (la excepción es mi querido “sanjuanín” don Álvaro Iglesias
F., que anda como Dios manda, y don Herminio, párroco de Guimarán, también
querido, que apenas anda por glotón). Y don Valentín, en griego, hablaba de
Homero, que era ciego, poeta y analfabeto; justamente lo mismo que la sirviente
aquella de las señoritas de Almazán.
Dejamos la
villa adnamantina –me dicen hoy mis amigos de allí, que es una villa riquísima
pues llevan dos años tocándoles la Lotería de Navidad- y fuimos hacia el
Moncayo, llegando a otra villa, la villa agredeña (por Agreda), aún en tierras
sorianas y de la Diócesis de Burgo de Osma, ya sin las dulzuras anteriores, y con
amarguras por sus muchos helechos y cardos. Es en el convento e iglesia de La
Concepción (de Agreda), de las sores concepcionistas
y de La Inmaculada, descalzas, contemplativas y de clausura perpetua, donde está
el cuerpo incorrupto de mi Venerable Sor María de Jesús; para mí, muy
importante desde que la encontré por primera vez en aquel “itinerario
histórico” ignaciano, quedando en el acto prendado y prendido de ella (El
lector se explicará más adelante esta extravagancia).
Antes de
entrar en el convento, que está abajo y extramuros como manda la regla de las Concepcionistas,
subimos a lo alto para ver la Agreda berebere y musulmana. Allí está la imponente Puerta del Califa,
desde la que se ven, abajo, los muchos huertos de patatales y espárragos, y los
cajoncitos de la “abejería” o arte de abejas. Y justo, bajo la Puerta-mora
pasaban entonces dos mulas cargadas hasta los topes, y me dio que pensar tal
hecho y pensé lo siguiente: en vez de mulas por allí deberían pasar camellos,
muchos camellos. Aquello, ver mulas queriendo ver camellos en sitios que fueron
de Alá, me fue muy útil, pues junto a las moras La Giralda de Sevilla y a La
Mezquita de Córdoba, pedí siempre pasear, no en coche de caballos, que es muy cristiano,
sino en coche de camellos, que es muy moro.
Y ya ante el
convento de mi Venerable incorrupta, debo interrumpir mi Crónica, para no ser
largo y tendido –insisto: espero que sea sólo en la escritura-. De los
portentos que ocurrieron en el interior de la clausura, tratará la siguiente
Crónica. Sólo añadiré que, por mi Sor
María de Jesús, interpelé al Obispo de Burgo de Osma y escribí al P. Gaspar
Calvo Moralejo (Ofm), Vicepostulador de la Causa de Santificación de la monja
concepcionista, para quejarme de que Santa Teresa de Jesús sea Santísima teniendo
sólo incorrupto el brazo, y mi Sor
María, teniéndolo todo incorrupto, sea sólo Venerable. Y lo de las “monja
política” ¿por qué? También se explicará en la siguiente Crónica.
"El cabezón de Antonio Machado" |
Es muy de
advertir al lector lo siguiente: Sor María de Jesús de Agreda es un personaje
religioso, político y literario de primer nivel en la España del Siglo XVII,
durante el Reinado de Felipe IV, una vez caído en desgracia el Conde-Duque de
Olivares (1643), después del desastre de lo de Portugal y Cataluña. A ella
estudié con pasión –la llamé “loca” por ser sin mesura-, siendo para mí formación
histórico-política y jurídica muy importante, al igual –bueno, casi-, que la
también monja Sor Petronila Magdalena
de Jesús y de María Santísima. Todo ello, también, se lo debo a don Ignacio de
la Concha, mi profesor de Historia del Derecho.
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