Ola gigante, procedente de la página de El Tiempo |
Una “olona” ha venido a estropearnos nuestro muro de San
Lorenzo. Y no digo una ola, así a secas,
porque entonces no estaría hablando de Gijón. Aquí en mi ciudad por razones que
desconozco, pero que deben de venir de antiguo, todo es grande: el Molinón, la Escalerona , la Iglesiona , la Cerona (así, sin a)… Vamos
que somos grandones. Y grandona ha sido esa ola que si nos descuidamos nos deja
sin paseo. En verano padecimos que la mar, en femenino como dicen los
marineros, nos dejara casi sin arena y ahora nos toca el paseo. Quienes nacimos
en Gijón no podríamos vivir sin asomarnos en algún momento a contemplar la
costa que limita nuestra villa marinera,
aunque ya no queden lanchitas que se llamen Conchita, la Nena o La más bonita,
amarradas al espigón del puerto pesquero, hoy deportivo. Aunque en el
mes de febrero ya no se recojan algas en la bajamar, con carro y burro
incluido. Ya nada es igual, salvo las olas: esas no han cambiado. Y sus
consecuencias tampoco. Hace años, me contaba mi madre, que había temporales
como el que esta semana nos azotó, y que acababan con todo lo que pillaban por
medio. Siempre fue igual, no te creas lo del cambio climático, me
apostilló durante la conversación. Y yo, que sí me creo lo del cambio
climático, tengo que dar por bueno lo que me cuenta: ella lo ha vivido.
Foto de Citoula, diario "El Comercio" |
Cuando estaba comenzando la construcción del Muelle de la Osa en el Musel -creo fue en la década de los setenta- mi amigo
Marino Galán, ya fallecido, me decía insistentemente que ese cierre artificial
que se estaba haciendo modificaría la playa, la dejaría sin arena. A la vista de lo que está sucediendo empiezo
a pensar que debía de tener razón. Él se
hartó de publicar en los
periódicos las razones que argumentaba para evitar que tal cosa sucediese. Nadie le
hizo caso. Como tampoco nadie escuchó las voces que se alzaron cuando se
construyeron a pie de costa esos altos edificios que quitan el sol a media playa en pleno verano. No obstante, la mar –o
más bien la naturaleza-, con razones o sin ellas, es la dueña y señora de esta
tierra nuestra. Dudo mucho que podamos frenar esos cambios que han hecho
posible que lo que hoy es montaña en otro tiempo fuera costa, y viceversa. Y que la mar llegase hasta la puerta de la Villa. Pues así fue.
MENOS EL kILOMETRIN...
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