DOMINGOS POR EL RASTRO
El Rastro gijonés es un lugar pintoresco atestado también de cosas de iglesia, cosas ahora muertas, pero que en un tiempo fueron usadas por los curas en momentos de luto, de fiesta, de inocencia, de miedo o perdón. Objetos de alcurnia sagrada, de valor dramático y veneración indiscutible, están ahora en el Rastro sin entereza, sin que se les pueda ya tomar en serio, viviendo, innoblemente, su última andadura. Prendas, libros, objetos litúrgicos de toda clase y devoción, algunos con inscripciones y textos en latín, tienen, además de su aparente artificio, una herida mortal en su centro, algo así como una desgarradura incurable y contrahecha.
Hay un montón descabalado de casullas guitarreras de varios colores. Está el negro 'réquiem', de la muerte de antes, ribeteado en oros, de aspecto temible y trágico. Está el rojo pentecostal de los apóstoles, y el escarlata intenso y pasional de los mártires. Está el cotidiano verde parroquial, salpicado de manchas de cera virgen. Y el blanco angelical, ahora de aspecto mísero y compungido, trasudado y como cargado de impureza. Está el morado que, en estos tiempos, evoca la muerte disimulada y sin fe de los tanatorios. Y el mariano, azul dulcísimo, ahora sobre el mismo suelo, igual que todos los demás. Colores y objetos como apostatados, guerracivilistas, derribados por la indiferencia o por ideas contrarias a ellos. Cosas de iglesia fracasadas por un poderoso, libre y enlaicado ambiente. Todo de aspecto miserable, descolorido y deformado, deshaciéndose entre los hierros y menajes del Rastro. ¿Cómo llegaron estos cristos, estas santas y santos de Dios a parar a esta fosa común de los trastos? ¿Cómo a ser destituidos y destronados, muertos y colocados al arrimo de las cosas encostradas y descompuestas? Todo aquello que tanto sugestionó, todo aquel misterio rimbombante, fastuoso y funerario, ha sido desahuciado por el tiempo. Llevado de una profunda lástima, alguna vez, de modo inevitable, doy amparo en mi casa, como si fuera una posada, a alguno de estos santos, de estas cosas de iglesia que casi nadie compra, que a nadie conmueven, que a nadie ya interesan.
El Rastro gijonés es un lugar pintoresco atestado también de cosas de iglesia, cosas ahora muertas, pero que en un tiempo fueron usadas por los curas en momentos de luto, de fiesta, de inocencia, de miedo o perdón. Objetos de alcurnia sagrada, de valor dramático y veneración indiscutible, están ahora en el Rastro sin entereza, sin que se les pueda ya tomar en serio, viviendo, innoblemente, su última andadura. Prendas, libros, objetos litúrgicos de toda clase y devoción, algunos con inscripciones y textos en latín, tienen, además de su aparente artificio, una herida mortal en su centro, algo así como una desgarradura incurable y contrahecha.
Hay un montón descabalado de casullas guitarreras de varios colores. Está el negro 'réquiem', de la muerte de antes, ribeteado en oros, de aspecto temible y trágico. Está el rojo pentecostal de los apóstoles, y el escarlata intenso y pasional de los mártires. Está el cotidiano verde parroquial, salpicado de manchas de cera virgen. Y el blanco angelical, ahora de aspecto mísero y compungido, trasudado y como cargado de impureza. Está el morado que, en estos tiempos, evoca la muerte disimulada y sin fe de los tanatorios. Y el mariano, azul dulcísimo, ahora sobre el mismo suelo, igual que todos los demás. Colores y objetos como apostatados, guerracivilistas, derribados por la indiferencia o por ideas contrarias a ellos. Cosas de iglesia fracasadas por un poderoso, libre y enlaicado ambiente. Todo de aspecto miserable, descolorido y deformado, deshaciéndose entre los hierros y menajes del Rastro. ¿Cómo llegaron estos cristos, estas santas y santos de Dios a parar a esta fosa común de los trastos? ¿Cómo a ser destituidos y destronados, muertos y colocados al arrimo de las cosas encostradas y descompuestas? Todo aquello que tanto sugestionó, todo aquel misterio rimbombante, fastuoso y funerario, ha sido desahuciado por el tiempo. Llevado de una profunda lástima, alguna vez, de modo inevitable, doy amparo en mi casa, como si fuera una posada, a alguno de estos santos, de estas cosas de iglesia que casi nadie compra, que a nadie conmueven, que a nadie ya interesan.
(Publicado en el diario EL COMERCIO, 28/09/2011)
(Publicado en el diario EL COMERCIO, 28/09/2011)
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