En artículos anteriores, especialmente en Podemos o no podemos, se hizo referencia a Pierre Rosanvallon, historiador y sociólogo. Es el autor contemporáneo más especializado en lo que se viene denominando “las mutaciones de la democracia contemporánea”. Es también Rosanvallon el autor de los mejores libros sobre la democracia, tales como Democracia inacabada (2000), Contrademocracia (2006), Legitimidad democracia (2008) y El siglo del populismo (2020). Un populismo, el de este siglo, que es interrogación sobre la democracia y que se inscribe en las tensiones de la misma, siendo el presente un tiempo de grave crisis del capitalismo y de la representación política.
Se publicó también en 2020, en España y por la Editorial Trotta, La máscara democrática de la oligarquía, que es un coloquio que tuvo lugar en los años 2013 y 2014 entre tres italianos: un historiador, Luciano Canfora, un filósofo, Geminello Preterossi, y un jurista, Gustavo Zagrebelsky, que fue presidente del Tribunal Constitucional italiano. Del entero coloquio interesa hoy la cuarta parte, titulada entre interrogantes: ¿Todo es culpa del populismo? Dejo las demás partes del coloquio a un tiempo posterior al tratarse de las lamentables élites españolas, incrustadas también en el Estado, con prácticas del conocido sistema mafia. Sí que destaco ahora mi admiración por el jurista italiano, desde que leí, allá en 1995, su libro El derecho dúctil, con prólogo del fallecido Peces-Barba.
Antes de que el lector/lectora se canse por lo escrito hasta aquí y
deje de leer, trascribo lo que dijo Zagrebelsky, que consta en la página 103
del libro-coloquio, confesando un escalofrío al leer su parte final. Aclaro
ahora que, cuando escribí en Podemos o no
podemos, acerca del odio y la tensión “amigo-enemigo” según Carl Schmitt y
en la actual política española, no conocía la frase de Zagrebelsky subrayada.
Dijo el demócrata ex presidente y juez:
“El populismo niega la dialéctica mayoría-oposición porque en la incorporación de todo en uno debe haber identidad. El populismo es un régimen identitario, en el sentido de anulación de las distancias. Incluso los estilos de vida deben coincidir, al menos aparentemente. En una palabra, la noción misma de los gobernantes, de la clase dirigente, queda abolida. No parece que en el populismo haya clase dirigente. Cuando luego se descubre que no es así, y que los vértices del “movimiento” viven como sátrapas, se desencadena la furia. Recordemos el final de los cónyuges Ceaucescu, que fue un final típicamente populista”.
(I)
Luciano Canfora, a la palabra populismo,
la calificó de arrogante; Zagrebelsky de ambigua y engañosa; y Rosanvallon
escribió que es de connotación peyorativa y negativa. En cualquier caso parece que
el populismo está más cómodo en una estructura-tipo “movimiento”, que parece más
espontánea, que en forma de partido político que parece más artificiosa; en
otras palabras: embridado un “movimiento” en un partido político, con
beneficios y con muchos inconvenientes. Eso
fue lo ocurrido en España, que se hizo del “Movimiento del
El interés en querer institucionalizarse como partido político pareció estar
en sus dirigentes, viendo así la posibilidad de acercarse al Poder, lo que se
llama “asaltar el cielo”, fuente de
muchas gracias primero y desgracias después; entre las primeras está
la erótica, que no existe en los “movimientos”
a base de manifestaciones y proclamas populistas y/o callejeras. Y es que a la
“erótica del Poder” son muy sensibles los homo
passionalis, obsesivos, a los que
nos referimos en Podemos o no podemos. Es
complicado, como recuerda Zagrebelsky, trasladar a un “frío” partido político
conceptos básicos de movimientos populares tan “calientes” como conducator
y jefe --jefe en unión “mística” con la masa y la masa con el
jefe--. El llamado culto a la personalidad es más propio de “movimientos” que de
partidos y volvemos al recuerdo de los cónyuges Ceaucercu.
(II)
Otro problema es el de la duración del liderazgo en un partido
político, no en un “Movimiento”. Preguntamos: ¿Cómo se podrá defender un
liderazgo de larga duración a un máximo dirigente en un partido político, incluso
aunque vaya de derrota en derrota en procesos electivos, cuando el mismo
dirigente exige a sus militantes brevedad en el ejercicio de sus respectivos
cargos? ¿En qué quedamos, en lo temporal o en lo eterno? La permanencia indefinida
en el Poder es, sin duda, a base de una continua e indefinida lucha, escabechina o carnicería entre el
llamado jefe del partido político que quiere mantenerse por su irrefrenable
voluntad de poder y los demás que quieren participar en la orgía “celeste”.
Acaso la manera más apoteósica de permanecer en el poder sea la proclamación de
su irreversibilidad, basándose, natural e hipócritamente, en la
irreversibilidad de las conquistas protagonizadas por el Pueblo.
(III)
Adoptar la forma de un partido político es aceptar la forma y el fondo
de una democracia liberal, que es el diseño constitucional actual. El pueblo
liberal
referido en las constituciones políticas no es el pueblo iliberal de los
movimientos populistas. Una cosa es la “espontaneidad” de los movimientos
populares y otra muy diferente son las organizaciones y asociaciones de los
partidos que implican reglas y estatutos (los partidos). ¡Curioso el destino de
aquéllos, acaso cómico o trágico, que, desgañitados en denunciar los usos y
abusos de las élites contra el pueblo, acaban ellos mismos en convertirse en
élites! ¡Curioso el destino de aquéllos, acaso cómico o trágico, que
desgañitados en denunciar los usos y abusos de la llamada democracia liberal contra
el pueblo, acaban ellos en ser sostenedores de esa democracia liberal! Decir
que no hay lugar para una alternativa de Gobierno en un sistema liberal de
representación, como el español, es anunciar cosas terribles.
¿Cabe una Nueva Política allí donde la matriz y el sostén de todo están en los férreos intereses de los de siempre? Acaso sea verdad la opinión de un analista político en ABC de que la decisión de Pedro Sánchez de formar gobierno con Podemos, puede resultar la peor y la más dañina, pero también habrá que recordar, por justicia, que fueron los populistas los que denunciaron los salvajes intereses de demora pactados en las hipotecas; que fueron los populistas los que denunciaron las presiones de las “empresas periodísticas” a las Administraciones; que fueron los populistas los que denunciaron los sistemas de cooptación en la designación de relevantes cargos judiciales. Es normal, muy normal, que la Derecha se pregunte si Sánchez, ahora, duerme tranquilo.
(IV)
Daniel Innerarity, en su
artículo Democracia y verdad,
publicado en El País el 10 de
septiembre último, escribió: “El liberalismo
diseña la vida pública de manera que nadie pueda representarla absolutamente”
y añade:” No tenemos democracias para
encontrar verdades absolutas, sino para decidir los asuntos comunes sobre la base
de que nadie -mayoría triunfante, élite privilegiada o pueblo incontaminado-
tiene un acceso privilegiado a la objetividad que nos ahorrará el largo camino
de la pública discusión”.
Innerarity combate lo que
Rosanvallon considera esencial en los populismos y que denomina: “La cuestión
de la irreversibilidad”. A eso, a la Democradura,
también nos referimos en Podemos y no
podemos, siendo definida como “régimen esencialmente iliberal que conserva en lo formal los ropajes de una democracia”.
Tal hipocresía maquiavélica no es aceptada por el resto de las fuerzas
políticas que disputan dentro de un mismo espacio político, el liberal, pero la
pregunta es: Si es tan esencial la Democradura
para los populistas y tan rechazable para los demócratas liberales, ¿por qué
llegan a acuerdos para gobernar? Lo leído hace escasos días de que el Psoe recordó a Podemos que no se puede ser al mismo tiempo gobierno y oposición,
no revela ningún tipo de inteligencia política sino mucha bobada estúpida.
Y la llamada irreversibilidad plantea
dos problemas. Uno ya lo apuntamos en artículo anterior, y es sobre eso tan
peculiar y extraño de que un partido populista entre, en minoría, en un
Gobierno (caso de España). El otro problema se manifiesta ante unos resultados electorales,
cada vez peores, del partido populista. La cultura política de los partidos
políticos en un régimen liberal hace que se asuman, con naturalidad, los éxitos
o fracasos electorales, incluso que desaparezcan. No se sabe aún cómo los
partidos de la irreversibilidad del Poder asumen o han de asumir su continuo
deterioro electoral.
Daniel Innenarity en el libro Una
teoría de la democracia compleja, editado por Galaxia Gutemberg en 2020, en
la Introducción, cita al austríaco escritor
Robert Musil, que dijo: “La diferencia
entre una persona normal y una que está loca es que la normal tiene todas las
enfermedades mentales, mientras que la loca tiene una solo”. Habría mucho
que debatir sobre quién es la persona loca y quién es la persona normal, pues,
a veces, las apariencias engañan.
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