lunes, 15 de febrero de 2021

DON ÁLVARO O ALVARIÑO, PARA BEBER EN TAZA O TAZÓN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ, publicado en "LA VOZ DE ORTIGUEIRA" (5/02/2021)




(I)



Lectores y lectoras, atentos ellos y atentas ellas, cayeron en la cuenta de que en mis artículos hay frecuentes referencias a don Álvaro Cunqueiro, y que el personaje principal de su obra, Las mocedades de Ulises, salió a pasear varias veces por la Ría de Ortigueira desde su residencia, en las cercanías del Río Mera. Y he de comenzar respetando la estricta paridad, ellos y ellas, como mandan las del llamado “género” y unos progres como los de antes, que no es, por cierto, nada genérico sino muy específico, lo femenino, tan exclusivo.



Razón siempre tuvo Suso del Toro que, en el Prólogo a aquel libro de don Álvaro, y sin embestir por lo taurino, escribió al principio: “La literatura es un escapar de la realidad que nos agobia en su abrazo total”; y lo concluyó: “La literatura siempre es una mentira, la mentira de Cunqueiro nos da consolación y serenidad”. Mis mentiras, las mías, también aspiran a eso, aunque seguramente sin conseguirlo, a la consolación y serenidad de mis lectores y lectoras, ellos y ellas.


He de contar o hacer público lo que hasta ahora es reservado, de mi personalidad e intimidad exclusivas. Mi amor a Galicia y mi amor a la escritura del gran Álvaro, el de Mondoñedo, el de los animales políglotas, el de lo misterioso y lo alucinante. Siendo dos los amores, también fueron uno. Un solo amor, en singular, ya es, de por sí, mucho y difícil de sobre/llevar y de bajo/llevar, teniendo en cuenta las grandes cosquillas que arriba y abajo se producen. ¡Piénsese en los gorgoritos y ruidos que se causan por tener dos amores…O sea, la leche…!



La culpa de tal enredo amoroso la tuvo mi admirable don David Fojo, el cual, rodeado de cajoncillos secretos que componían el imponente mueble-secreter de madera, situado al fondo de su local, en el Cantón de la Villa Condal de Ortiguiera, muy cerca de las máquinas de imprimir de su imprenta. Allí me explicaba la prosa gallega y comestible del fabulista Cunqueiro, al tiempo que recitaba, don David, poesías, como odas a María, con temas referidos a la playa de Morouzos o la Isla de San Vicente, poblada de aves que eran como pavos reales.


De Cunqueiro leí todo, hasta lo publicado hace pocos meses, titulado Artículos periodísticos (1930-1981), y por la Biblioteca Castro, en edición de Miguel González Somovilla. Visité Mondoñedo, tocando la estatua de don Álvaro o “alvariño” de la plaza de la Catedral; hablé con obispos de esa particular diócesis, asombrado de que en el Museo Diocesano hubiera unas calzas litúrgicas y mitras originales; compré pastillas en una farmacia -siendo señorita la farmacéutica- con tarros medicinales de adorno y los suelos de madera que olían a cera. Del bigotudo “Rei das tartas”, quedaba ya poco. 



Don David Fojo me envió y regaló una separata, una auténtica joya, de La Voz de Ortigueira, impresa en la Imprenta Fojo de Ortigueira en 1990, titulada “Tres artículos desconocidos del escritor Mindoniense”, que se publicaron inicialmente en los programas de fiestas de los años 1951,1952 y 1953. A ellos volveremos en días venideros. Fue don David el que me dijo que don Álvaro, con 23 años, de octubre de 1936 a finales de 1937, vivió en la capital del Condado, siendo profesor en la Academia Santa Marta, cuya titularidad pertenecía a un consagrado a oficios divinos. 


El caso es que doña Carmen Fojo, la dueña ahora, no me deja regresar a Santa Marta a pesar de las muchas ganas que tiene de verme, pues me repite que el Covid-19 se pasea por el Malecón, por las inmediaciones del Cementerio y por la playa de Cabalar, y hace pedorretas a las Autoridades constituidas, todas uniformadas. Eso, lo de las pedorretas, me parece lo más sensato que un virus puede hacer; y desde luego, si yo fuera virus, por esos tres mismos y preciosos lugares, me pasearía. 



Como doña Carmen Fojo, la dueña ahora, no deja de pedirme brevedad, la hago caso para ser obediente. Aquí quedo, aunque sólo por ahora y hoy; pues de don Álvaro o Alvariño escribiré mañana más, mucho más. Mi barroco, queridos lectores y lectoras, no es el de la brevedad de Gracián, sino el de lo infinito de Góngora y de los gongorinos. 


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