lunes, 13 de septiembre de 2010
LA VIDA EN CUATRO CAJAS
Sí habéis leído bien: de nuevo estoy embalando un parte de mi vida. Una de las razones por las que no escribo estos días. Hoy me lo han recriminado a mi correo, así que procede una cierta explicación. No tiene mucho secreto: pronto voy a cambiar de casa. Y van cinco, en muchos años, que todo hay que decirlo. Así que desde hace unos días me dedico a meter en cajas la cantidad de enseres –en su mayoría inútiles y poco prácticos- que fui juntando en los últimos años. Es más practico, soy consciente, que una empresa de mudanzas lo haga por mí, pero no quiero privarme del placer de ir metiendo en cajas lo que yo llamo “mis tesoros”. Que no son más que libros –no todos los que tengo, esos ya me encargué yo en su día de dejarlos en casa de mi madre a buen recaudo, en previsión de mudanzas-; mi colección de muñecas, afición que según mi progenitora arrastro desde niña; algunos cuadros –no todos porque con esos hice lo mismo que con los libros: con mamá; y un sinfín de cachivaches de toda índole más propios de una casa de compra venta (o de un rastro) que de una casa normal. Si a ello añadimos los “trapos” que diría mi madre, entendiendo por tal mi ropa, que a ella se le antoja –y tiene toda la razón del mundo- demasiada; mis 20 pares de zapatos (¡que vergüenza si llevo siempre los mismos y he descubierto algunos sin estrenar); otros tantos bolsos, de todos los colores y formas; no diré el número de abrigos que tengo –que he llegado a juntar en poco tiempo y que, además, no pongo-. Pues si he decidido encargarme yo misma de meterlo en cajas es precisamente por ver si hay manera de que la cosa quede reducida a la mitad. Pero no veo yo la forma de dejar nada atrás, por jota o por fandango casi todo me interesa. La frase de “por si acaso un día me hace falta” se la oí decir muchas veces a mi abuela, y deben de ser de esas cosas que se te graban en la infancia y se mueren contigo. Aunque los tiempos hayan cambiado, yo no he conseguido hacerlo. Siempre me parecieron consideraciones de vieja. ¿O será que lo soy? Sí, eso debe de ser, pero guardarme el secreto, aún no estoy en condiciones de reconocerlo. Tengo perplejos a mis vecinos que ven entrar en el ascensor un montón de cajas que apenas dejan una mano libre para pulsar el botón, y la cabeza ni se ve. Todo muy a mi estilo. Lo reconozco, no se lo puedo mandar a la “muchacha”, porque yo soy ama y “muchacha” a la vez. Pero no se lo cuento a nadie, os lo digo a vosotros en plan confidencial. Me mirarían mal las señoras y señoritas que son “comme il faut”, no como yo, que soy bastante cabra loca. Con la cabra de la legión me ha comparado algún caballero,puede que asistido de cierta razón. Pero las cosas son como son en mi caso. Y sin remedio. Pues eso, me he propuesto hacer el cambio antes de navidades, con calma, que no estoy yo para muchos sobresaltos. La que sí anda un poco sobresaltada es mi madre, cuando se lo he dicho me respondió: Miedo me das hija, cada vez que haces un cambio en tu vida “tembla terra". Así, en gallego me lo soltó. Ella sabrá por qué lo dice.
Como veréis no escribí nada porque lo que tenía que contar carecía de interés, y estaba esperando por el artículo del miércoles de José Marcelino, pero ya que recrimináis que no escriba más, pues esto es lo que hay, amiguinos.
Menos mal que no somos como los caracoles, con la casa a cuestas, porque como tuvieramos que llevas a las espaldas todas las cosas que se acumulan en nuestra vida...iriamos arrastrandonos por culpa del peso.
ResponderEliminarSi bien es cierto, que en el fondo, somos caracoles, pues siempre llevamos con nosotros los recuerdos, los sentimientos, y muchas mas cosas de las que no podemos desprendernos.
Un cambio de aire, se supone, que es siempre para mejor. Para cambiar de alguna forma el rumbo de la vida.
Asi que el bloguero vecino espera que el cambio sea positivo.
J.
Yo tengo una caja que llamo el "almario".En ella llevo a toda la gente que amo.Ahora que lo pienso...no es una caja sino el corazon¡¡¡
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