miércoles, 15 de septiembre de 2010
EL PAN, por José Marcelino García
También al Rastro se viene cada domingo en busca del pan. Del pan de pueblo. Al final, somos algo así como una especie de asimilados a ciudadanos que a la menor oportunidad vamos al encuentro del pan paleto y sagrado de la niñez; pan de aquellos entonces con el que el pueblo aguantó tantos sinsabores, tantos motines, guerras y hambrunas. Pan partido y repartido por nuestras madres, mezclado, a veces, con muchas lágrimas.
España ha sido siempre una gran tahona, una corteza de pan muy cocido, un migajón de pan negro, blanco o de maíz con el que han comulgado (en los tazones de Cifuentes y Pola, de la Bohemia Asturiana de Gijón) monárquicos y republicanos, rojos y azules. La memoria ancestral recuerda las madrugadas que olían a flor de harina, a levadura y horno de leña, a sudor sano y caldeado de panadero. Y venimos a este Rastro mañanero de Gijón a comprar con ilusión y devoción ese pan que ya no hay. Ese pan exquisito, labriego y aldeano recién salido del horno: una hogaza de leña, unos riches, un panchón. Y volvemos con la sensación de llevarnos lo más honrado, lo más puro, lo más saludable y sabroso de esta vida de plástico y 'tetra brik'.
El pan siempre ha terminado por salvar al hombre. El pan y el vino nuestro de cada día; ése que también un día repartiera el crucificado profeta (que es el pan de los trigales amorosos de un Dios ucraniano, cerealista y viñatero). Pero aquí ya nadie está seguro de lo que salva. Ni sabe si el pan es pan o el vino, vino.
Ocurre a veces que después de muchos años, luego de haber ido perdiendo uno a uno sus dioses, de estar hinchado de ferralla, de sucedáneos y recuerdos, uno vuelve a encontrarse con el pan de la niñez. Con aquel pan caliente y tempranero que llegaba en cuévanos de mimbre sobre las grupa de un caballo y que engrandecía la casa con su olor, su sabor y su ternura. Siempre difícil de ganar, aquel pan habitó como un Verbo nuestra purísima sangre de niños de lluvias, fríos, iglesias, soledades y nordestes. Y hoy, otra vez, cada domingo, lo buscamos por entre esta mohosa prendería del Rastro para partirlo y repartirlo en rebanadas, como si fuera un tesoro.
(Publicado en el diario El Comercio)
Su artículo nos devuelve a esa autenticidad de niños con sabañones y despierta el alborozo del pan calíente... humeante...perfumado, que nuestras abuelas partían y repartían, como un ríto...enhorabuena!.Laura
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